Capítulo 21

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Karl descendió del Kropa y asi lo hizo también todo el regimiento. Estaban de regreso a Crodfort, de regreso a casa. ¿Pero por cuánto tiempo? Su mente no dejaba de divagar sobre los posibles finales catastróficos que podrían caer sobre sus cabezas.

Tenía el uniforme con tierra y él mismo se sentía sucio, hacía varios días que no se bañaba. Se preguntaba si esos serían pensamientos de un verdadero soldado y si él era capaz de hacerse cargo de un ejército. En una guerra cuando la gente sufría, no había tiempo para pensar en bañarse y oler bien. Tampoco lo había para preocuparse en dormir cómodamente. Nada de eso debería importar cuando la muerte alrededor te explotaba en la cara.

Karl recibió instrucción para la lucha desde niño y durante toda la adolescencia. Sabía pelear como el mejor y no se le daba nada mal el dar órdenes. Sin embargo, tras lo que había pasado los últimos días, se preguntaba si tenía el espíritu adecuado. Había sido un fracaso para él, lo odió y no hizo más que preguntarse cuánto faltaba para regresar a casa.

Juntó su abrigo y cargó las armas en un caballo antes de cabalgar camino al palacio. El ingreso a la ciudad había sido muy tranquilo, sabía que su regreso al palacio no lo sería. Nadie había mencionado la reacción que tendría el rey y Karl estaba seguro de que como mínimo lo dejaría fuera del regimiento. Se preguntaba cuantos más castigos le impondría. ¿Servicio comunitario? Ya había pasado por eso una vez. Karl era mayor ahora, no obstante el rey era el rey. Nadie escapaba de sus castigos.

Recorrió las calles a trote ligero, como si quisiera hacer tiempo a lo inevitable. El palacio se alzó en la lejanía y supo que era hora de enfrentar su castigo.

—Mi señor— dijo el mayordomo abriendo la puerta y dejándolo entrar—. El señor rey se encuentra en su despacho, tiene compañía.

—Gracias Ristrow— contestó el príncipe palmeando su hombro—. Me temo que tendré que interrumpirle.

Caminó decidido, se armó de valor a último momento y empujó las puertas del despacho de su padre. El primer ministro estaba dentro y charlaban en confidencia hasta que le vieron entrar. El rey se puso de pie de un salto y lo miró con enojo.

—¡Me has puesto en ridículo frente a todos! —dijo furioso—. ¿Sabes en la difícil situación que me pusiste? Nadie podía creer que no hubiera liderado tu pequeña guerra, ¡tonto, como un tonto quedé!

—Yo expuse mi situación, padre. No me escuchaste. Ahora no es momento de echar culpas si antes fuiste oídos sordos— expuso Karl.

—Si eres tan amable— dijo el ministro—. ¿Qué noticias traes de Kily? —se mostró respetuoso en la medida que pudo.

—¿Ahora les interesa? Pues bien, Kily es un regadero de sangre. Llegamos demasiado tarde y ya no había nada que defender. Si hubiéramos actuado cuando lo solicité, puede que habríamos tenido alguna oportunidad.

Las caras sombrías del rey y el ministro no daban espacio a la especulación. A pesar de conocer la devastadora noticia, igualmente lo consideraban mal. Una traición tal vez.

Karl seguía esperando su castigo.

—Muy bien—dijo el rey sin perder su seriedad—. Ordenaré que dispongas del ejército mayor. Elige bien a tus generales, no quiero más equivocaciones.

Karl escondió bien su sorpresa, no esperaba esa resolución final. Su padre parecía haber reflexionado y eso era tan bueno como aterrador. Nunca había confiado en él y ahora le daba paso libre para hacer los movimientos necesarios.

—Si, padre. Tengo unas ideas que quisiera discutir.

—Esta tarde habrá reunión con los ministros. Ven y expón tu plan. Te escucharemos.

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