Capítulo 11

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—Sígueme—dijo Lena y se asomó por la puerta—. No hay nadie, puedes salir.

Elke salió al pasillo cautelosa. No había nadie, a la vista al menos. Pero lo cierto es que en cualquier momento podía salir alguna persona de las habitaciones, tal vez un criado, y sorprenderla.

Lena avanzaba delante por el pasillo metiendo la cabeza dentro de cada una de las habitaciones y sonreía satisfecha, no había amenazas.

—Vamos, sígueme el paso—insistió y Elke se apuró. Ahora era mucho peor que la incursión de los otros días, esta vez iba vestida de hombre, tratando de ocultarse. Si alguien la veía, no estaba preparada para responder. Se acercó a la balaustrada y no supo qué hacer. Lena la empujó para que retrocediera.

El príncipe estaba al pie de las escaleras, hablando con alguien al que Elke no veía desde detrás del barandal. Se ocultó entre los barrotes y esperó nerviosa.

—Tranquila, esto lo resuelvo fácil— dijo Lena adelantándose y tirando un jarrón de porcelana en el pasillo de la planta baja. El ruido alertó al príncipe y tanto él como su acompañante fueron a ver de qué se trataba. Lena le hizo señas y ella bajó las escaleras rápidamente, casi tropezando en los escalones. Dio la vuelta y siguió a través de una puerta vaivén. Con Lena a la cabeza, ¿qué podría salir mal?

Caminó despacio por el pasillo de la servidumbre, los criados iban y venían, absortos en sus tareas. Su apariencia... así vestida, aunque inusual, no parecía llamar la atención entre el bullicio y la prisa. Mantuvo la cabeza baja y siguió adelante, con el corazón acelerado a su paso.

Al llegar a la puerta de la cocina, Lena se detuvo a evaluar la situación. Desde el interior se oían risas y voces fuertes. Era momento de ser precavida en esa área tan concurrida.

El fantasma intervino, arrojando unos platos al suelo con un ruido estruendoso. El caos resonó en la cocina y todo el mundo volteó a ver qué había sucedido.

Aprovechando la distracción, Elke se escabulló hacia las puertas exteriores que llevaban fuera del palacio. Sus pasos eran presurosos cuando cruzó el umbral, prácticamente había salido corriendo. El aire fresco de la noche la envolvió y una sensación de alivio la invadió.

Con un último vistazo al palacio, se internó en la oscuridad esperando encontrar a Klaus, deseando que no fuera demasiado tarde. Llegar hasta allí había demorado más tiempo del esperado.

—No creí que vendrías—dijo una voz por detrás. Ella volteó a verlo y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—No podía ignorar una carta de Rosanelda—respondió pícaramente y él rio por lo bajo. Que agradable era su risa.

—¿Vamos? —le tendió su mano y ella la tomó. La guió a través de las penumbras de la noche, dirigiéndose hasta un lugar oculto entre las plantas. El sonido suave de los grillos y el susurro del viento acompañaban sus pasos.

—¿No te estaré metiendo en problemas? —preguntó y él negó con la cabeza.

—Todos pensarán que estoy durmiendo, solo tendré que tener cuidado al regresar. Pero tranquila, estoy a salvo.

Las dos bicicletas los estaban esperando, entre la vegetación. El pánico la hizo presa.

—¿Sabes andar? —preguntó él. Elke se ruborizó. No tengo idea de cómo funciona esto, ¿se supone que las ruedas giren?

—Lo siento, yo... — dijo al final.

—Oh— suspiró Klaus comprendiendo—. Me temo que no nos servirá eso. Tampoco hay tiempo para que te enseñe. Tendré que llevarte.

Trono de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora