Capítulo 4

7 2 4
                                    

Klaus se había quedado con ganas de más y eso le pesaba en la mente. Sus pensamientos iban y venían. Y algo dentro de él le instaba a hacer una locura. Una muy grande y arriesgada. No solo perdería el empleo, puede que también lo arrestaran y de allí en adelante todo su destino sería incierto.

Pero no le importó, nada le importó.

De todas maneras será como una aventura, no es que no me vaya a arrepentir en la mañana.

Caminó en silencio hasta las ventanas laterales del palacio. Esta era enorme y estaba llena de guardias que la rodeaban. En la entrada, los carros iban y venían dejando gente con hermosas ropas. Él tuvo que estacionarse a un lado y desde allí, mientras los cocheros hablaban entre sí, se escabulló entre las plantas del oscuro jardín. Se preguntó porqué esa parte estaría a oscuras.

Pocos guardias, mucha gente ajena en los alrededores. Que raro, deben sentirse muy confiados.

Se movió con sigilo por el costado del imponente palacio, consciente de que probablemente en cualquier momento podía encontrarse con algún guardia apostado en las sombras. La luz de la luna alumbraba tenuemente su camino, esforzó sus ojos para ver por donde caminar. La llama se encendió en ellos y le develó lo que antes no podía ver.

De la misma manera en que podía crear fuego con sus manos, también podía encenderlo dentro suyo y ver en la oscuridad. No estaba del todo seguro de cómo funcionaba aquello, pero siempre lo había tenido y ahora le servía para su tarea. Tal vez estaba siendo reservado para aquel instante, tal vez fuera su destino.

Los árboles y las plantas se iluminaron y pudo distinguirlas con claridad. Más adelante pudo ver a un guardia, que caminaba en círculos alrededor de una fuente. Estaba bien armado y no dudaría en usar su pistola contra él si lo provocaba.

Caminó rozando la piedra maciza del palacio, buscando un modo de entrar. Caminó entorno a las torres. Una enredadera crecía salvajemente hasta el segundo y tercer piso y se extendía casi a todo lo largo de la pared. Con ambas manos probó su fuerza, estaba firmemente sujeta a la pared, puede que soportara su peso. No lo dudó, se agarró de ella y trepó despacio hasta la ventana que estaba sobre él.

Se detuvo a medio camino, advirtió a otro guardia caminando en su dirección. Si se movía podía ser descubierto. Por más que estuviera oscuro, lo más probable es que llamaría su atención.

Permaneció en silencio, aguardando sujeto a la planta. Los brazos comenzaron a cansarse mientras esperaba que el guardia volteara hacia otro lado y empezó a pensar que había sido una muy mala idea. Sería descubierto y no habría podido realizar su cometido siquiera. Las hojas y las ramas crujían bajo su peso. ¿Por cuánto tiempo más?

Milagrosamente, el guardia se dio la vuelta para acercarse al que giraba en torno a la fuente y ambos se pusieron a hablar. De que, él no podía oírlos.

Siguió subiendo poco a poco por la enredadera, le dolían los dedos. Una parte de las ramas tenía unas pequeñas espinas que se le clavaban y sacaban sangre, poca, pero sangre al fin. Y eso era un inconveniente, dudaba que ningún noble del gran salón donde se celebraría la fiesta, tuviera las manos rojas.

Alcanzó con esfuerzo el alféizar de la ventana y se asomó con cuidado de que no hubiera alguien del otro lado. Miró a través de la oscuridad y pareció estar vacía la habitación. Abrió despacio la ventana, por suerte habían dejado suelto el pestillo y no tuvo grandes dificultades en trepar y meterse dentro del cuarto.

Miró afuera hacia los guardias que seguían hablando. Inútiles, deberían despedirlos.

No tuvo necesidad de encender la luz para descubrir lo que la habitación tenía para ofrecerle. Estaba impoluta, probablemente era un cuarto de huéspedes. Abrió despacio la puerta, oyó voces acercándose.

Trono de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora