Capítulo 11

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Manobal coge mi brazo y me conduce hacia los ascensores. Soy plenamente consciente de su contacto, pero hago un esfuerzo por no prestarle atención y aferrarme a mi enfado.

Nos detenemos ante un ascensor contiguo al que subí con mis compañeros al llegar. La puerta se abre cuando Manobal introduce su tarjeta de identificación en una ranura de la pared tan bien disimulada que parece integrarse en la pared de granito. Entramos y libero mi brazo.

¿Qué cree que está haciendo? —pregunto.

Agárrese —responde cuando las puertas se cierran a nuestra espalda.

No, no pienso agarrarme. No irá a creer que puede chasquear los dedos sin más y esperar que yo...

La cabina sale disparada hacia arriba. Pierdo el equilibrio y tengo que aferrarme a Manobal para no caer. Rodea mi cintura con su brazo y me atrae hacia ella. El pulso se me acelera, pero no es precisamente por la velocidad a la que subimos.

Quería decir que se cogiera a algo —me dice—. Este es mi ascensor privado. Sube directo al ático y lo hace deprisa.

Oh... —digo como una tonta.

Mi enfado se desvanece, ahuyentado por la tensión que se respira entre nosotras. Es magnética y, al igual que los imanes, tiene el poder de borrar pensamientos, recuerdos y emociones.

«Un momento...»

Apoyo las manos en su pecho y recobro mi postura inicial. Una vez erguida de nuevo me aparto y me aferro al pasamanos de la cabina, por si acaso.

Ella lo sabe —digo firmemente y sin más preámbulos—. Maldita sea, Manobal, no puede bajar así como así al vestíbulo y llevárseme de un tirón, como quien arranca una flor.

Hablando de flores, espero que le gustara el ramo. Por un momento pensé en alguna planta más exótica, pero usted me hace pensar en margaritas y flores silvestres.

No estaba hablando de eso.

¿Cómo? —Arquea una ceja en gesto burlón—. Me sorprende usted, señorita Kim. ¿Una joven tan bien educada como usted ni siquiera da las gracias?

Gracias —respondo fríamente.

Y para que conste, no me la he llevado de un tirón, pero debo decir que estaré encantada de remediar ese desliz cuando le apetezca.

Procuro mantener viva mi irritación a pesar de que empieza a resultarme divertido.

No me gusta que me traten como a un cachorro al que llaman chasqueando los dedos —replico.

El humor desaparece parcialmente de su mirada.

—¿Es eso lo que piensa?

Yo...

«Mierda.» Cierro los ojos y respiro hondo. No me gusta que vayan por ahí dándome órdenes, pero la verdad es que Lisa Manobal no es mi madre, y puede que esté siendo injusta con ella.

No —le digo—. Bueno, no sé... Maldita sea, piense en la impresión que ha dado. Ella lo sabe.

¿Se refiere a Chae Rin? ¿Qué sabe exactamente su jefa? Le aseguro que yo no le he contado absolutamente nada. —Sus ojos avellana chispean con humor, a la vez que brillan con firmeza cuando me mira—. ¿Y usted, le ha dicho algo?

No sea obtusa —replico—. Chae Rin sabe que hay algo entre usted y yo.

Me alegra que diga que lo hay.

Union Ties | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora