Capítulo 29

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-¿Ya está? —pregunto—. Hace ya por lo menos cinco minutos que se ha ido el sol.

A unos metros, Rosé se inclina a un lado, emergiendo parcialmente de detrás del lienzo. No me muevo, pero mi visión periférica me permite verla.

En mi mente, la luz todavía te rodea. Quédate quieta y no hables.

Vale —digo justo antes de oír su gruñido de enfado por mi evidente falta de respeto a sus normas.

Si no fuera por el hecho de que estoy totalmente desnuda delante de una puerta, nuestra conversación parecería completamente normal. Ahora ya estoy acostumbrada. Acostumbrada a que la fría brisa marina me endurezca los pezones. A la forma en que el sol remueve algo tan profundo y apasionado en mí que deseo cerrar los ojos y abandonarme a la rica complejidad de luz y de color.

Ya me da igual que Rosé me mire con ojos críticos. Tampoco me estremezco cuando se me acerca tanto que casi roza mis pechos y mi cadera para ajustar mi postura al ángulo adecuado.

Incluso cuando me susurra: «Perfecta. Mierda, Jennie, eres perfecta», ya no se me hace un nudo en el estómago. He dejado de imaginarme apretando los puños en señal de protesta, clavándome las uñas en la suave piel de mis palmas. No soy perfecta para nada, pero ya no me vuelvo loca al oír esas palabras.

Ni en el más disparatado de mis sueños habría imaginado que pudiera sentirme tan cómoda a pesar de estar tan sumamente expuesta. Es cierto que he pasado la mayor parte de mi vida desfilando sobre las pasarelas, pero siempre lo he hecho vestida, e incluso durante los concursos en bañador iba modestamente tapada. Puedo imaginar lo mucho que se lamentaría mi madre si me viera así, con la barbilla en alto, la espalda arqueada, una cuerda de seda roja rodeando mis muñecas a la espalda para luego seguir entre mis piernas y enrollarse en torno a uno de mis muslos.

Llevo días sin ver el lienzo de Rosé, pero conozco su estilo y puedo hacerme una idea de cómo quedaré representada en pigmentos y pinceladas. Efímera. Sensual. Sumisa.

Una diosa atada.

No hay duda; mi madre se cogería un buen cabreo, pero a mí me gusta. Joder, quizá es por eso por lo que me gusta tanto. He dejado de ser la princesa Jennie y me he convertido en Jennie la rebelde, y eso me hace sentir increíblemente bien.

Oigo pasos en las escaleras y tengo que resistirme para mantener la pose y no volverme para mirarla. «Lisa.»

Lisa Manobal es la única cosa que no doy por sentada.

La oferta sigue en pie.

La voz de Lisa se oye mientras sube las escaleras de mármol del tercer piso.

No ha alzado la voz, pero su tono transmite tanta fuerza y seguridad que llena la habitación.

Diles que les echen un buen vistazo al estado de sus cuentas. No van a obtener beneficios y, para finales de año, la compañía habrá desaparecido. Están en caída libre, y cuando se estrellen y quiebren, sus empleados estarán en la calle, la empresa habrá muerto, y las patentes quedarán sometidas a litigio durante años porque los acreedores pelearán por los activos. Si aceptan el acuerdo, yo les devolveré la vida. Lo sabes. Tú lo sabes y ellos también.

Los pasos se detienen y me doy cuenta de que ya ha llegado al final de las escaleras. La habitación es diáfana, diseñada para el ocio, y todo aquel que entra es recibido por una amplia panorámica del océano Pacífico.

Ahora Lisa me ve.

Namjoon, hazlo —dice con voz tensa—. Tengo que irme.

He llegado a conocer realmente bien a esta mujer. Su cuerpo. Su forma de caminar. Su voz. No necesito verla para saber que esa tensión no responde a la emoción de un nuevo negocio, sino a mi presencia, y ese simple hecho es tan embriagador como el champán para un estómago vacío. «Todo un imperio requiere su atención, pero, en este momento, yo soy todo su mundo.» Me siento halagada.

Union Ties | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora