Capítulo 12

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Me aparto bruscamente de su lado y me golpeo la pierna contra la esquina del bar al liberarme del abrazo de Lisa.

Lo siento, lo siento —le digo sin mirarla—. Tengo que marcharme. Lo siento.

Me ajusto la falda y subo la cremallera. Los dedos me tiemblan mientras me abrocho la blusa. Paso del sujetador y cojo la chaqueta con una mano mientras corro hacia el vestíbulo.

Jennie...

Hay tristeza y confusión en su voz, y me siento como una miserable porque yo soy la causa y no se lo merece. Tendría que haber interrumpido el juego mucho antes. ¡Qué demonios! Tendría que haberlo interrumpido anoche.

Lo siento —repito pero resulta patético.

Llego al ascensor, y las puertas se abren nada más pulsar el botón. Me siento aliviada porque no quería tener que esperar a que llegara; pero entonces caigo en la cuenta de que Lisa está en su casa y de que su ascensor estará allí donde se encuentre.

Entro y me mantengo muy erguida hasta que las puertas se cierran.

Entonces me derrumbo contra el panel de cristal y dejo que mis lágrimas fluyan. Dispongo de cincuenta y siete pisos para acabar con ellas. No, de sesenta, porque he dejado el coche en la tercera planta del aparcamiento.

Cuando la cabina se detiene me limpio la cara rápidamente y vuelvo a ponerme mi máscara. Luego me arreglo el cabello y lanzo una rápida sonrisa al espejo. Perfecta.

Sin embargo mi comedia resulta innecesaria porque no hay nadie esperando en el momento en que se abren las puertas. Aun así conservo la máscara y sigo actuando mientras recorro el largo trayecto que separa Manobal Tower del sector donde se levanta el edificio del banco que alberga las oficinas de S-Lee. Mi coche se encuentra allí, y camino deprisa porque noto que empiezan a abrirse las heridas. No tardaré en desmoronarme y lo sé. Necesito estar en mi coche cuando ocurra.

Lo veo en su sitio, aparcado frente a la escalera. Toda la esquina se halla a oscuras y, a pesar de que no hay nadie, eso me pone nerviosa. Se lo dije al responsable de mantenimiento el primer día, pero todavía no ha cambiado la bombilla. Una vez más tomo nota mentalmente para pedirle a Chae Rin que me asigne otra plaza de aparcamiento porque este rincón resulta demasiado siniestro.

Corro hasta el coche y meto la llave en la cerradura. Mi Honda tiene quince años y carece de cierre a distancia. Abro, subo rápidamente y dejo que me envuelvan los olores y los sonidos familiares. Tiro de la pesada puerta y me derrumbo nada más cerrarse. Las lágrimas corren por mis mejillas mientras me aferro al volante, lo golpeo y descargo sobre él una lluvia de manotazos y puñetazos hasta que noto las manos rojas y doloridas. Vomito una serie de «no, no, no», pero ni siquiera me doy cuenta hasta que mi voz se apaga, enronquecida.

Ya no me quedan lágrimas, pero mi cuerpo no parece darse cuenta porque sigue estremeciéndose con hipidos mientras intento respirar y recobrar cierto control.

Tardo un poco, pero al final dejo de temblar. Mi mano es cualquier cosa menos firme cuando trato de meter la llave en la cerradura de encendido. No lo consigo. El metal roza contra el metal, y dejo caer el llavero. Me agacho y tanteo para recuperarlo, pero lo único que consigo es golpearme la frente contra el volante. Cuando por fin doy con él lo cojo con fuerza y descargo otro puñetazo en el volante.

Las lágrimas vuelven a la carga. Respiro hondo. Son demasiadas cosas y demasiado deprisa: el traslado, el trabajo, Lisa...

Deseo escapar de mí misma. Deseo huir. Deseo...

Agarro la falda y me la subo hasta las caderas para dejar al descubierto el triángulo de mis bragas y mis muslos desnudos por encima de las medias.

«No lo hagas.»

Union Ties | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora