Capítulo 18

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Me cuelgo la Leica del cuello, pero dejamos el resto de nuestras cosas con Richard. Salimos por la puerta trasera del hotel y vamos por un camino que nos lleva a través de la piscina hasta otro restaurante con terraza y las pistas de tenis. Dos parejas juegan a dobles mientras bromean entre ellas y ríen cada vez que fallan un golpe.

Hay pocos hoteles que tengan pistas de tenis —comento—. ¿Fue idea suya?

Las pistas ya estaban cuando compré el establecimiento —responde Lisa.

Puede que sea cosa de mi imaginación, pero me parece que acelera el paso. Sin embargo yo aminoro el mío y me detengo ante un banco que hay frente a las pistas. Apoyo las manos en el respaldo y observo a los jugadores sin verlos porque imagino a Lisa en su lugar, sus piernas musculosas y pálidas, sus tersos hombros y fuertes brazos; su mandíbula, firme y decidida.

No tardo en notar que se acerca por detrás.

Será mejor que no nos entretengamos —dice—. Me gustaría enseñarle el muelle y tengo que estar en el despacho a las tres.

Claro, me había olvidado.

Le cojo la mano y seguimos caminando. Salimos del hotel y paseamos entre las encantadoras casas estucadas de Mason Street.

¿No lo echa de menos? El tenis, me refiero —le pregunto cuando nos desviamos por un pequeño parque.

Un poco más allá está el Océano Pacífico, centelleando con su color azul verdoso bajo el sol del mediodía.

No.

A pesar de que su respuesta es tajante no acabo de creerla. No pregunto más y espero a que me lo aclare, cosa que no tarda en hacer.

Al principio me encantaba, pero al cabo de un tiempo el juego dejó de divertirme. Tenía demasiados inconvenientes.

Supongo que era por la competición. Quizá volvería a disfrutar si solo jugara para divertirse. Yo soy muy mala, pero quizá un día de estos podríamos intentarlo.

Lo he dejado del todo.

Su tono es duro y seco y ajeno a mi intrascendente sugerencia.

Está bien —respondo con un encogimiento de hombros—. Lo siento.

Está claro que he tocado un tema sensible y no sé cómo hacer que vuelva a su anterior actitud risueña y seductora.

Me mira de soslayo y deja escapar un suspiro, como si se sintiera contrariada.

No, la que lo siente soy yo. —Sonríe y veo cómo el hielo se derrite y deja entrever su lado más agradable—. Es solo que he dejado definitivamente el tenis igual que usted lo ha hecho con los desfiles de belleza. Ya no participa, ¿verdad?

Me echo a reír.

Uy, no. Sin embargo en mi caso hay una diferencia, para mí nunca resultó divertido.

De repente se me ocurre que habría hecho mejor callándome porque no quiero que se vuelva fría y distante. Su reacción es la contraria, y me mira con curiosidad.

¿Nunca?

Nunca —repito—. Bueno, creo que cuando era pequeña me gustaban los vestidos, pero la verdad es que no me acuerdo. Lo único que recuerdo es que lo aborrecía porque me sentía como la muñeca Barbie de mi madre.

Y las muñecas no tienen vida propia, ¿verdad?

No, no la tienen —contesto complacida al ver lo bien que me comprende—. ¿Sus padres la obligaban a jugar? —pregunto.

Union Ties | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora