—¡Todos a comisaría, supernenas! —informo por radio mientras llevo el cigarro a mi boca.
Veinte minutos después los policías que estaban de servicio en ese momento formaban una fila en el parking de comisaría.
—¡¿Todos me escuchan?! —pregunto en voz alta posandome frente a ellos.
—¡10-04! —responden al unísono.
—Esto es muy sencillo, muñecas. —Camino lentamente de un lado a otro—. Ahora mismo, la comisaría está llena de inútiles. Ninguno de ustedes son capaces de lograr alguna misión sin tener un fallo de por medio.
Todos estaban atentos a lo que decía.
—Estoy hasta la polla de aguantar sus estupideces, de tener que estar siempre detrás de cada uno de vosotros para vigilarlos —digo sin apartar la vista de ellos—. Hoy eso cambiará.
Me detengo frente al primer alumno en la fila.
—Nombre y apellido —pido.
—Benito Torres, señor —responde con voz temblorosa.
—Gordon —Llamo al oficial quién da un paso al frente—, te encargas de él. Nesecito que le enseñes todo lo que sabes, códigos, negociación, experiencia, todo, ¿Entendido?.
—10-04, superintendente —asiente con su cabeza y se lleva al alumno.
Después de varios minutos organizando la malla, entro a comisaría.
—Creo que nesecitas ser más duro con ellos, ¿Me entiedes? —La voz de Freddy a mi espalda me obliga a girarme.
—No puedo más, estoy cansado de tantas estupideces.
—Joder, neno —dice entre risas.
—¿De qué coño te ríes? —Lo detengo cuándo intenta marcharse.
—Nada, hombre —responde, pero su sonrisa no se borra.
Menudo idiota.
—Nesecito 10-32 en mi posición, robo a badulaque con deportivo de alta gama —se escucha por la radio.
—H-50 acude como apoyo —responde Freddy.
Su mirada se posa en mí.
—¿Vienes o que?
—Te sigo.
Salimos hacía el parking y sacamos un zeta.
—¿Conduces tú, o conduzco yo? —pregunto.
—Demuestrame que no estás tan viejo —sonríe y sube a el asiento de copiloto.
Subo al auto y lo pongo en marcha marcando la ubicación en el GPS.
—Oiste, neno —me llama—. ¿Has visto lo guapo que están las aplicaciones en el móvil?
—Ni puta idea —le respondo sin apartar la vista de enfrente—, no se como va eso del teléfono.
Se echa a reír.
—Y dices que no estás viejo.
Al llegar al badulaque bajo del coche y me acerco a la puerta dónde se encuentra el encapuchado.
—Vaya, vaya —dice el hombre cuándo me ve llegar—, nos tocó el viejo —le habla a su compañero y los dos sueltan una carcajada.
—¿Cuántos rehenes tienes, muñeca? —pregunto ignorando lo que ha dicho.
—Dos, el tendero y una chica.
—Bien, ¿Qué quieres por ellos?
—Salida limpia, y dos segundos.
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Perfecto error
JugendliteraturA veces los ojos son los únicos que siente el verdadero amor.