| Novato miembro |

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Enamorada del profesor
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Llegar tan tarde nunca trajo tantas buenas sorpresas
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¡No voy a llegar ni de coña! Aceleré todo lo que pude, machacando mis piernas a primera hora de la mañana mientras maldecía mi propia suerte, notando cómo el aire frío matutino del fin del otoño golpeaba mi rostro. La noche anterior había puesto ocho alarmas, con cinco minutos de diferencia, por si era lo suficientemente idiota como para apagar la primera. Aun así, fui lo suficientemente idiota para haber puesto el móvil en silencio total.

Paré en seco en un paso de peatones justo cuando el muñequito pasó de color verde a rojo. Bufé, golpeando mi frente con la palma de mi mano. Me enfadé y deseé golpear el semáforo, pero respiré profundamente, contando mentalmente hasta diez. No, me negaba a rendirme. Había renunciado a desayunar con tal de llegar, como mínimo, dos minutos tarde y lo iba a conseguir como que me llamaba Kagamine Rin.

Cuando pasaron el único par de automóviles que esperaban que el semáforo se pusiera de su parte, miré a ambos lados y sin pensármelo dos veces, volví a correr, atravesando la carretera para llegar a la otra calle. Me tocó esquivar personas y saltar mascotas, preguntándome qué hacía la gente en la calle tan pronto un frío lunes en vez de aprovecharlo en la cama.

Sonreí satisfecha al divisar el edificio y seguí corriendo en el último esfuerzo. Cuando entré, comprobé que estuviera despejado y corrí hacia mi casillero para cambiar mis zapatos torpemente y subir como un rayo las escaleras hacia el segundo piso, logrando escapar de las fauces de la amargada conserje guardia que se encargaba de meterte de cabeza a la sala de retención si se te veía el pelo nada más tocar el timbre.

Cuando llegué frente a la puerta me detuve jadeante, apoyándome en mis rodillas para recuperar todo el aire que había perdido en semejante carrera. Notaba los frenéticos latidos de mi corazón retumbando hasta en mis oídos, mi rostro enrojecido por el esfuerzo y mis piernas palpitar suplicando un descanso; di gracias al cielo por haber sido miembro durante años del club de atletismo, de lo contrario, no quería imaginarme cómo acabaría después de cada carrera contrareloj.

Tras darme el lujo de descansar escasos segundos, tomé una profunda calada de aire y cuando estuve a punto de abrir la puerta, ésta lo hizo sola, extrañándome.

Aunque cuando alcé la mirada y vi quién la había abierto, hubiera preferido encontrarme con la conserje.

— Kagamine Rin. —Pronunció mi nombre con una dureza que me dejó rígida como un militar en el sitio, tragando saliva con dureza. Ahí estaba, la implacable y estricta directora, la señora Minamoto, cruzándose de brazos y alzando su mentón mientras me analizaba profundamente con sus ojos azules tras aquellas gafas que, para su desgracia, le añadían un par de años.

¿Cómo narices sabía esta señora que estaba detrás de la puerta? ¿Y qué hace aquí?

Tragué saliva, inclinándome hacia ella de inmediato.

— ¡L-lo lamento mucho, señora Minamoto!

La oí suspirar, quizás acostumbrada a mis retrasos incorregibles.

— Sería inútil advertirle de que no vuelva a suceder porque sé que ocurrirá nuevamente, así que pase al aula, Kagamine. —Se apartó, haciendo un gesto con su mano. Enseguida asentí, haciendo pasar por alto sus primeras palabras, y me apresuré en entrar con las miradas de todos mis compañeros en mí, como era de esperar.

Pero había una nueva mirada entre ellas. Era de él. Un hombre rubio, alto, y de sonrisa torcida que me observaba con sus grande y puros zafiros envueltos en un brillo que no supe interpretar. Arrugué un poco el ceño por su intensa mirada, con mi confusión aumentando por segundos antes de romper nuestra conexión para continuar mi camino y sentarme en mi asiento, detrás de Miki y junto a Miku. Las saludé con una pequeña sonrisa y ellas me lo devolvieron. Quise preguntarle a alguna de mis dos mejores amigas qué ocurría hasta que la directora habló.

Enamorada del profesor | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora