| Bellísimo peligro |

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Enamorada del profesor

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Tuve que poner el punto final para dejar que continuaras con tu historia
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...

No supe cómo habíamos acabado así, pero no me podía importar menos.

Sus manos se aferraban a mi cabello mientras las mías apretaban con lujuria su cintura, apegándola a mí tanto como podía. Nuestras bocas se comían hambrientas, insaciables, avivándose como el fuego. Sus jadeos entre beso y beso solo me encendían más, no podía pensar con claridad, mi mente estaba nublada del deseo de querer más y más.

— Se-sensei... —Susurró, su voz aterciopelada deleitándome, cuando me alejé de su rostro, dejándola respirar al fin.

Con lentitud, sus ojos se abrieron, mostrando esos orbes azules envueltos en una capa cristalina y brillantes bajo su cabello despeinado. Su respiración estaba agitada y jadeada, con sus manos apoyándose en mi pecho, donde mi corazón latía eufórico tras ese tornado de emociones. Sus mejillas estaban teñidas de un rojo intenso y sus labios, mierda, sus labios estaban hinchados y rojizos, dándole un aspecto tan jodidamente sexy. Era un ángel, tenía entre mis brazos a un verdadero ángel que me había hecho perder la cordura.

— ¿Qué ocurre, Rin? —Pregunté, notando mi voz más ronca y grave. Mi mano delineó su cintura lentamente, ascendiendo hacia su rostro y sonreí al verla estremecerse ante mi contacto, entrecerrando sus ojos mientras se aferraba con más fuerza a mi camisa, frunciendo sus labios. Me incliné sobre su oído, alargando la curva en mis labios—. No te calles, quiero irte. —Susurré, recibiendo su gruñido como respuesta.

— N-no es justo. —Balbuceó, sin poder contener un gemido cuando empecé a besar su cuello, lento y suave, paseando mis labios por su piel, notándole erizarse—. Sensei...

Ascendí por su cuello, volviendo a ese rostro que me tenía enloquecido. Posé mi mano en su mejilla, con mi pulgar acariciando éste y, el resto de los dedos, hundiéndose en su melena. Incliné un poco su rostro cuando nuestros ojos se encontraron y rocé nuestras narices, tentándola a que continuara ella. Rin se quejó, pero pronto tiró del cuello de mi camisa, cerrando sus ojos para volver a besarme.

Mi mano, todavía anclada en su cintura, fue descendiendo hasta su pierna, colándose bajo su falsa, acariciando su cálida piel que inmediatamente se erizó al sentirme.

— Di... mi... nombre, Rin. —Pedí entre beso y beso, juntando nuestras cinturas, escuchándola gemir nuevamente.

Demonios, mi pantalón estaba por estallar.

— N-no... puedo. —Murmuró y yo mordí su labio inferior, tirando de éste suavemente para luego volver a fundir nuestros labios—. Ti-tienes que despertar. —Jadeó, rompiendo nuestro beso, para mirarme de nuevo a los ojos con curiosidad, perdiendo aquella timidez y sensualidad que me había enloquecido desde el principio.

Arrugué mi ceño, aturdido.

— ¿Despertar? —Repetí, parpadeando—. ¿De qué?

— De esto, sensei. Despierta. —Insistió, esbozando una sonrisa.

— Pero... —Perplejo, observé cómo Rin comenzaba a disiparse poco a poco entre mis brazos, como si fuera un espejismo.

Y entonces caí en la cuenta de todo era un sueño. Un maldito y jodido sueño del que me desperté, abriendo mis ojos de golpe e irguiéndome sobre la silla, jadeando, sudando y con el corazón frenético.

Me tomó un par de segundos dándome cuenta de que no estaba en mi habitación, sino en la mesa de la cocina. No supe cuándo, pero me había quedado dormido sobre los ejercicios de los de último curso que estaba corrigiendo; precisamente, sobre el de Rin.

Enamorada del profesor | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora