| La calma antes de la tormenta |

1.5K 140 163
                                    

Enamorada del profesor
.
Tenía algo que todo el mundo quiere pero no encuentra, y qué bendición divina fue verla entre mis brazos
.

Las matemáticas era algo que me apasionaba desde que tenía uso de razón, era una adicción a enigmas infinitos que te absorbían. Una tras otra, con teorías complejas y no tan complejas, las resolvía y trataba de comprenderlas desde todas las perspectivas posibles. Podía pasarme horas con problemas, ecuaciones, geometría, teorías. Me fascinaba, algo sinigual que creía con inocencia que no podía ser igualado o superado.

Hasta que Rin, con su lazo blanco y ojos curiosos, decidió burlarse de esa falsa creencia.

Si besarla en sueños era increíble, en la realidad era algo inefable. Sus labios eran suaves y dulces, con un toque de menta y cítrico que sabía a néctar divino. Y, maldición, si al principio se movía con torpeza, a esas alturas ya había conseguido tomar el ritmo.

Mordí sutilmente su labio inferior antes de romper el beso, alejándome de ella lo suficiente para poder volver a hundirme en esos orbes que se abrieron lentamente, envueltos en una capa cristalina que les hacía brillar. Sus mejillas y su nariz estaban enrojecidas, sus labios entreabiertos ayudando a regular su respiración. Un ángel, tenía delante un ángel.

Resguardé varios de sus mechones tras su oreja, esbozando una sonrisa mientras absorbía cada detalle de su rostro, como si estuviera admirando una de las ocho maravillas del mundo.

— ¿Esto… —preguntó, con la respiración agitada— es un sueño?

Retuve la risa, negando con la cabeza.

— No.

Esto había sido real. Jodidamente real.

— Ah. —Atinó a decir, casi parecía aturdida—. No lo es. Vale. Vale. —Se repitió y antes de que pudiera preguntarle si se encontraba bien, sus brazos y rodearon mi cuello, escondiendo su rostro sobre mi hombro, estremeciéndome con sutilidad.

— ¿Qué ocurre? —Saqué el aliento para preguntar, envolviendo su cuerpo.

— N-no... puedo mirarte a la cara, me va a dar algo. —Murmuró y sonreí sin quererlo, sintiendo cómo ella se acomodaba, acurrucándose.

Su cuerpo contra el mío, sus finos brazos en mi cuello, su cabello y respiración cosquilleando mi piel, su aroma embriagándome, me producían una sensación que nunca llegué a imaginar. Mi pecho se sentía cálido y con vida. Tener a Rin entre sus brazos me daba la vida y, durante un segundo, creí que realmente estaba soñando de nuevo, pero un sueño más bonito, más dulce, más real, más fiel.

Me costaba creer, a la misma vez que me parecía una locura increíble, que haya sido Rin quién hubiera dado el primer paso, que hablara primero, que tuviera el valor de hacerlo y de enfrentarme, que se hubiera confesado. A mí. Rin a mí. Me sentía como un maldito crío de preparatoria. O peor, de secundaria. Y torpe, horriblemente torpe.

Pero toda esa emoción que recorría mis venas en ese momento actuaba, suprimía todas esa sensaciones; me hizo olvidarlas, olvidar todo, en realidad. Las matemáticas, la excursión de esa tarde, el frío, la nieve, Luka, la sensatez adulta, ese vocecilla molesta que pide que me aleje, que la rechace, que le rompa el corazón, que la abandone. Todo. Olvidé todo menos a Rin.

— Sensei —la oí murmurar cerca de mi oído, su aliento cálido erizando cada centímetro de mi cuerpo.

— ¿Sí?

— Entonces… ¿qué somos ahora? —Preguntó con timidez.

¿Qué éramos? Lo que ella quisiera. Su profesor, su amigo, su vecino, su cartero, su pareja, su compañero de vida, lo que sea que la hiciera feliz.

Enamorada del profesor | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora