Enamorada del profesor | RiLen

| Gay |

Enamorada del profesor
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Nos encanta jugar al despiste hasta que perdemos
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Distinta semana, pero misma monotonía. Cuando tía Luka se acordaba (sino, ya estaban Hayato y Momo para sustituirla), me despertaba media hora antes de lo habitual, derramando agua sobre mí o lanzándome al suelo, disminuyendo mis faltas por llegar tarde. Mis padres parecían encantados de no recibir más notificaciones, pero a mí me estaba pasando factura. Se me acabó esos gloriosos treinta minutos de descanso después de que la maldita melodía que puse como alarma y a la que terminé por odiar, me obligara a aterrizar a la realidad tras un magnífico sueño. Demonios, yo no estaba hecha para madrugar. Además, todavía notaba el débil dolor en la cabeza y mi nariz con una incómoda y molesta congestión.

Suspiré, arrastrando mis pies hacia la puerta principal del edificio con el parloteo matutino de tía Luka como melodía de fondo. Algunos alumnos estaban merodeando por la zona, la mayoría siendo los tachados estúpidamente como nerds.

— Rinny, nos vemos luego, voy al salón de profesores. —Se despidió de mí al entrar al edificio. Asentí forzando un poco la sonrisa antes de que ella me besara la frente y desapareciera, desprendiendo alegría a cada rincón.

Tosí roncamente antes de volver a suspirar con cansancio, arrastrando mis pies hacia mi casillero para cambiarme el calzado y, seguidamente, encaminarme hacia el aula. Quedaban menos de diez largos minutos antes de que el timbre anunciara el comienzo de la primera clase.

Esto es una tortura, maldita sea, me duelen hasta las ojeras. ¿Cómo hace la gente para llegar aquí a estas horas y no parecer zombies?, refunfuñé mentalmente antes de llevar mi mano a mi boca para ocultar un bostezo.

— Oh, buenos días, Kagamine san. —Una voz grave y suave me dio la bienvenida al entrar al salón y mis ojos buscaron al dueño, topándome con Takeda Adachi sentado en primera fila junto a las ventanas, con un libro en sus manos y regalándome una sonrisa.

— Buenos días, Adachi. —Le devolví el saludo, sonriendo con pereza mientras desbotonaba la chaqueta, acercándome a él—. Te tengo dicho que puedes llamarme por mi nombre. —Le recordé, tomando asiento a su lado. Dejé mi mochila sobre la mesa y me deshice por completo de mi chaqueta.

— Lo siento, Kagam... Rin san, es la costumbre. —Alargó su sonrisa, bajando sus ojos al libro que traía antes de dejar entre las hojas un marcador negro y cerrarlo—. Es raro verte por aquí a estas horas.

Me detuve unos segundos para contemplarle antes de responder. Su cabello era negro como el carbón y esponjoso como un algodón de azúcar; su flequillo característico caía sobre sus ojos como una cascada, haciéndome preguntar muchas veces como diablos era capaz de ver. Su nariz era respingona y los labios gruesos, con una peca negra en ellos.

— Creo que estoy madurando gracias a mi tía. —Bromeé y él rió, con una risa que era acompañada por un sonido semejante al hipo. Amplié mi sonrisa al oírla, sin evitarlo—. Por cierto —apoyé mi mejilla sobre la palma de mi mano, sin quitarle ojo de encima—, he oído que tienes un club de fans bastante activo. —Comenté, frunciendo mis labios para evitar que una carcajada se me escapara al verle sobresaltarse y sonrojarse.

— ¿¡Eh!? ¡N-no tengo ningún club de fans! —Se apresuró en negar entre balbuceos antes de suspirar y bajar el rostro—. Si te refieres a esas chicas de primero, son más un estorbo que otra cosa. —Explicó con pesar—. Siempre tengo a una actuando como mi sombra. Me piden fotos, que me aparte el flequillo, que les ayude con la tarea, algunas me siguen durante un buen rato de camino a casa. —Enumeró, sorprendiéndome. Eso no era un club de fans, sino un club de acoso—. Ya no sé que hacer, la situación me supera. —Dejó caer su cabeza en sus manos, con un pesado suspiro.