15. El aislamiento

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Antes de embarcarnos en el tema, me gustaría invitaros a imaginar el día del juicio final; imaginad el momento de ver al Profeta (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) por primera vez y que él os mira directamente. Imaginad que él os llama por vuestro nombre, que se acerca, que os abraza y que sois sus vecinos. Estar en presencia de una persona que murió hace más de 1400 años puede ser una situación en la que uno se considera tan poca cosa que no entiende que nosotros podamos importarle lo más mínimo. Nada más lejos de la realidad. Él nos dijo que después de dejar esta vida terrenal Alá le contaría nuestras acciones para que intercediera por cada uno de nosotros y nos confió en un verso: "Estar vivo es algo bueno para vosotros, porque podemos interactuar; y estar muerto también es algo bueno porque en ese momento Alá me dará a conocer tus acciones. Cuando se trate de algo bueno, daré gracias a Dios y cuando sea algo malo, pediré perdón de vuestra parte".

Vamos al grano, los coraichitas estaban en contra del mensaje de un único Dios e intentaron callarlo con insultos, abusos y negociaciones como hemos visto en capítulos precedentes. Mientras tanto, el Mensajero (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) continuaba predicando su mensaje siempre fiel a su estilo pacífico y paciente. Después de siete años, los enemigos estaban ya tan desesperados que no tuvieron más remedio que acudir al último recurso de enmudecer a quienes transmitían, según ellos, estas barbaridades. Como último recurso aislaron al Profeta (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) y al resto de musulmanes, además de a aquellos que los protegían y respaldaban, aunque no fueran musulmanes.

Esta cruel decisión se tomó a raíz de una reunión entre 40 jefes de las tribus de Quraysh. Aunque no sabemos los detalles de esta conjura, sí sabemos que resultó en un documento firmado de forma unánime, inclusive la del Mensajero (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él). Abu-Jahl, representante de esta tribu y su peor enemigo, la selló con placer. El objetivo de este papel era forzarlos a salir de Meca y abandonarlos en el valle de Abu-Talib, al borde de la ciudad, donde se verían obligados a salir adelante. Esto, además de torturarlos, facilitaría a los coraichitas su control y su asedio. Dicho documento dictaba tres actos: el primero era un aislamiento económico (prohibición de comprarles y/o venderles nada), el segundo era un aislamiento social (prohibición de casarse o relacionarse con ninguno de ellos) y el tercero era el aislamiento emocional (prohibición de comunicarse con ellos en ningún modo posible). Para garantizar la legitimidad de este papel, lo colgaron en la pared interior de la Kaaba.

A pesar de estas condiciones excesivas los coraichitas les dieron la oportunidad de evitar este sufrimiento solo si se comprometían a adoptar una de las dos medidas que les ofrecieron. Una de ellas consistía en entregar al Profeta (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) para que lo mataran. La otra se limitaba a que una persona rechazara públicamente a Mahoma (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) y a sus ideas. Pese a que el proyecto que traían entre manos era cruel y desproporcionado, tuvieron la deferencia de tratar a Khadija, esposa del Profeta (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) de forma excepcional y permitirle quedarse en Meca y llevar una vida normal pero lejos de su marido. Ella, por supuesto, no se quedó porque no quería separarse de su amado ni del resto de musulmanes.

Los coraichitas eran conscientes de la gravedad de los actos que iban a llevar a cabo y de que tendrían que justificarse ante las otras tribus árabes. Les explicarían que se habían visto obligados a acudir a una medida tan drástica en virtud de que el Mensajero (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) perturbaba la tranquilidad de sus familias y la paz social. Este argumento no resultaba tan creíble, la verdad, pero nadie dijo nada.

Así pues, el gran grupo formado por el Profeta (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él), Khadija, sus hijas, su tío Hamza, su tío Abu-Talib y Omar entre muchos otros, obedeció y se trasladó al lugar que les habían asignado. Es importante mencionar que se marcharon sin resistencia y sin protesta, a pesar de que Omar y Hamza, cómo hemos visto en el undécimo capítulo, eran hombres de carácter fuerte y reacciones impulsivas. Sin embargo, después de convertirse al Islam, respetaron las decisiones del Mensajero (que la paz y las bendiciones de Alá sean con él) y no acudieron a la violencia con el fin de evitar una guerra civil.

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