1. Violeta

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- Violeta, por favor, date un poco más de prisa, que a este paso no vamos a llegar- me suplicó mi hermana, que sorprendentemente llevaba media hora arreglada.

- Dame un respiro, Tana- le pedí, concentrada en mi tarea-. Mientras más me llames, peor me va a salir el eyeliner y más voy a tardar.

Escuché a mi hermana resoplar, y supe que seguramente estuviera criticándome por lo bajo, pero yo no estaba dispuesta a salir de casa sin verme bien. Además, no íbamos tan mal de tiempo. Teníamos una reserva en el restaurante de lujo favorito de mi padre, que quería celebrar su cincuenta cumpleaños y había decidido darse un capricho. No éramos una familia que derrochara el dinero, pero la ocasión lo requería. Hice una mueca al espejo cuando vi que no había sido capaz de maquillarme los dos ojos igual de bien. Siempre tenía problemas con el ojo izquierdo.

- Anda, Tana, ven aquí y dame tu opinión.

Mi hermana asomó la cabeza por el quicio de la puerta del baño y me miró a través del reflejo. Me dejé observar por la pequeña de la casa, que a pesar de todo, tenía bastante más mano para el maquillaje que yo.

- Pues estás muy guapa, Violeta- me dijo, mirándome de arriba abajo. Me fiaba de ella; era de las personas más críticas que conocía en cuanto a moda-. Me gusta mucho el outfit.

Asentí con la cabeza y le sonreí, dándole las gracias. Había escogido un pantalón ceñido de cuero negro y una blusa de manga larga negra con transparencias en la zona del pecho, que iba cubierto con un top de lencería del mismo color. Un poco atrevido para una cena de cumpleaños, en realidad, pero el negro es el color de la elegancia. Y de eso sabía mucho Tana. Ella en su lugar llevaba puesto un vestido simple, negro también, de terciopelo con la espalda descubierta, que quedaba tapada por su melena.

Siempre he admirado la belleza de mi hermana pequeña. Es casi siete años menor que yo, y podría decirse que está en plena adolescencia, pero tenía una presencia y un saber estar dignos de alguien mucho más mayor. Me sorprendía que a día de hoy aún no nos hubiera presentado a ninguna pareja, porque era una chica increíblemente guapa.

- ¿Cómo vais, chicas? No quiero llegar tarde a mi propio cumpleaños- nos preguntó mi padre, cogiendo las llaves del coche. Indirectamente nos estaba pidiendo que saliéramos hacia el garaje.

- Ya estamos, ya estamos- le respondí, guardando el pintalabios en el bolso y cogiendo mi abrigo. Empujé a mi hermana fuera de casa-. ¿Mamá y Julia están abajo ya?

- Yo estoy aquí- respondió la voz de Julia a mis espaldas-. ¿Te ibas sin mí?

- Por supuesto que no, no podría- le contesté, mirándola de arriba a abajo con total descaro-. Qué guapa te has puesto, no será que tienes una cita, ¿no?

Julia no se quedó corta tampoco y me observó detenidamente, paseando la mirada por lo que parecía ser cada poro de mi piel. Se acercó a mí para darme un beso en la mejilla sin romper el contacto visual.

- De hecho, tengo reservada la noche con la señorita Violeta Hódar y su familia, y qué afortunada me siento de ir acompañándola a la cena- me dijo, sonriendo de medio lado, haciendo que yo sonriese también-. Tú también vas preciosa.

- Vamos entonces, que me muero de hambre- le respondí, tomando la mano que me ofrecía la chica.

- A veces me dais entre asco y envidia- nos susurró Tana al pasar por nuestro lado-. Me entran ganas de tener novia, pero soy demasiado hetero.

- No todas podemos tener tanta suerte en la vida de que nos gusten las mujeres- le contesté, encogiéndome de hombros-. Hay gente que no tiene buen gusto.

- Menos mal que no es mi caso- replicó Julia, pasando un brazo por mis hombros. De algo tenía que servir medir un metro ochenta, aunque a su lado me sintiera enana.

Miré hacia arriba para reírme de su comentario con la mirada y se inclinó sobre mí para dejar un pequeño beso en mis labios. Me encantaba que siempre me pillara desprevenida.

- Venga, niñas, que Susana está abajo esperando- nos apremió mi padre, sin poder evitar sonreír-. Sois de lo más empalagosas.

Quise responder para defenderme, pero Julia decidió reírse, así que yo también opté por no quejarme. A quién queríamos engañar, tenía toda la razón del mundo. Si el día tenía veinticuatro horas, nosotras pasábamos juntas veinticinco. Y a mucha honra.

Recuerdo que me costó mucho conseguir que Julia se fijara en mí, aunque realmente no hice nada para propiciarlo. Supongo que en las prácticas de la carrera no tuvo más remedio que aguantarme como compañera, y dicen que el roce hace el cariño, aunque en nuestro caso fue más bien a raíz de discutir por los titulares de las noticias que nos tocaban como becarias en el telediario de la principal cadena de periodismo de Barcelona. Porque sí, tuve la suerte de que me cogiera una empresa muy importante, y más suerte aún cuando me dijeron que en cuanto terminara el contrato me renovarían de manera fija.

Julia, en cambio, aunque me lo siga negando después de casi dos años de relación, no agradeció tanto tener una nueva compañera porque ella funcionaba bien sola y trabajando a su aire. A mí no, a mí el trabajo en equipo y el hecho de tener que interactuar con los demás me apasionaba. Desde el principio vimos que éramos totalmente opuestas en muchas cosas, pero de un día para otro, y reconociendo que a mí me atraía desde hacía un tiempo, me confesó sus sentimientos. Desde ese día hacía ya prácticamente dos navidades, y estábamos felices juntas.

Era la primera chica con la que estaba, pero no me veía en el futuro con alguien que no fuera ella, y con ese pensamiento en mente, me monté en el coche mientras mi padre ponía rock a todo volumen y mi madre se peleaba con él para que cesase ese ruido, provocando las risas de todos los integrantes que conformaban mi humilde familia.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora