21. Violeta

1.4K 59 4
                                    

Las semanas transcurrieron con normalidad. Una normalidad que, a pesar de estar teñida de rutina, se había convertido en mi hobbie favorito. Por las mañanas iba a trabajar, cubría alguna que otra noticia, pero casi siempre me encargaba de escribir artículos para la prensa. A decir verdad, me gustaba mucho más estar de cara al público y tener que hablarle a la cámara, pero Julia hacía mejor ese trabajo que yo, y me había pedido que intentásemos no coincidir. Aunque al principio me molestó, tuve que concedérselo, ya que después de todo, se había tomado de una forma muy madura nuestra ruptura.

Para comer siempre estaba en casa con mi familia, y nos contábamos qué tal nos había ido el día. Me estaba dando cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo, y me daba miedo distanciarme de mi hermana y perder esa relación tan bonita que siempre habíamos tenido. Mi padre decía que eran etapas de la vida, así que suponía que debía tener razón.

Y las tardes estaban dedicadas a Chiara. La mayoría de los días me recogía después de almorzar y pasábamos la tarde en su casa, componiendo juntas, cantando o simplemente disfrutando de la compañía de la otra. Teníamos la suerte de que sus clases de música eran también por la mañana, así que podíamos compatibilizar los horarios de ambas perfectamente.

Por la noche casi siempre dormíamos juntas, a veces en su piso y otras en mi casa. Mis padres le tenían ya mucho cariño, y con Tana se llevaba genial. Hasta con Diana, mi perra, había entablado una buena relación. Chiara decía que no, pero le resultaba muy fácil agradar a mi entorno. Quizá porque todos veían lo feliz que me hacía.

Lo único que nos faltaba era vivir juntas, porque todo lo demás ya lo hacíamos. Nos acompañábamos mutuamente a comprar ropa, le ayudaba a comprar la comida para su casa, y me pasaba las tardes viendo cómo Martin ensayaba los papeles de sus obras de teatro. Era casi perfecto. Y quería decir casi porque había un tema del que no éramos capaces de hablar. No nos daba muchos problemas, pero a veces era motivo de discusión. Su orden.

- Kiki, ¿esto es tuyo?- le pregunté al pasar por el baño.

Había una montaña de ropa que asomaba del cesto de la ropa sucia, un cesto que yo misma había vaciado el día anterior cuando Ruslana puso la lavadora. Chiara se asomó al pasillo y negó con la cabeza varias veces, con insistencia.

- Sí, pero no es lo que parece- respondió ella, intentando defenderse.

- ¿Ah, no? ¿Entonces qué es?- quise saber, cruzándome de brazos.

Realmente no estaba enfadada, sino que me hacía mucha gracia que buscase cualquier excusa para darle la vuelta al asunto e irse de rositas. La miré con aire divertido, viendo cómo se ponía cada vez más nerviosa al ver que no me convencía.

- Lo recogí todo ayer, ¿cómo puede estar así ya?

- Vale, ya voy- susurró ella, dándose por vencida.

La vi alejarse en dirección a la cocina, mientras se le caía la ropa por el camino. Suspiré entre desesperada y agradecida de tener que convivir un poco con ella.

- Te dejas esto- le dije, señalando una prenda que tenía en la mano, recién cogida del suelo.

- Ah, sí- respondió Chiara, viniendo a cogerla-. Una bufanda.

- Es una braga- la corregí.

- Una bufanda.

- Que no, Kiki, que es una braga del cuello.

- Bueno, pues eso, una braga- murmuró ella con cansancio, mientras ponía los ojos en blanco.

Me encantaba corregirla, pero era por una buena causa; cada vez iba mezclando menos los idiomas, y estaba segura de que eso era gracias a que yo le daba mucha caña. Igual que el orden, en el que había mejorado mucho, pero aún quedaba bastante por hacer.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora