2. Chiara

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Me desperté de un sobresalto cuando mi móvil empezó a sonar sin descanso, haciendo vibrar la caja que hacía las funciones de la mesa de mi recién inaugurado salón. Bostecé, un tanto desorientada, y contemplé la falta de luz en la habitación. ¿Qué hora era? No tenía conciencia de haberme dormido, aunque estaba claro que lo había hecho. ¿Y por qué mi móvil seguía sonando con tanta insistencia? Alargué el brazo para cogerlo, sin acostumbrarme aún al brillo de la pantalla. Al ver el nombre de Ruslana me invadió el terror.

- ¿Rus?- respondí, haciéndome la loca, aunque me puse manos a la obra para levantarme corriendo del sofá. Se me había vuelto a olvidar. Otra vez.

- ¿Chiara? ¿Se puede saber dónde estás?- me gritó mi amiga al otro lado de la línea. Podía escuchar el murmullo de la gente por detrás-. Vicky está de los nervios, y me está pidiendo que te dé un ultimátum, porque si no llegas en menos de diez minutos te juro por Dios que no podré hacer nada para sacarte de esta.

- Perdón, perdón, Ruslana- dije atropelladamente, mientras recogía la guitarra y mi cuaderno-. Se me ha ido el santo al cielo, tía, lo siento.

- Ni lo siento ni nada, vente para acá cagando leches.

- Me cambio y salgo, en nada estoy ahí, te lo prometo- le dije, quitándome los pantalones para meterme a la velocidad del rayo en la ducha.

- Más te vale- me soltó justo antes de colgar.

Mierda, mierda, mierda. Otra vez se me había olvidado el bolo de esta noche. Con este ya iban tres despistes, despistes de lo más tontos que podrían costarme mi trabajo. Maldito déficit de atención. Me había ensimismado en componer algo nuevo y me relajé tanto que me quedé dormida en el sofá. La mudanza me tenía destrozada y apenas podía dormir por las noches del estrés acumulado durante las últimas semanas.

Me duché como alma que lleva el diablo, aunque sin lavarme el pelo, porque era mejor llegar a cantar con el pelo sucio que directamente no llegar. Me recogí la melena en una coleta alta a la que eché un poco de laca para que no se viera tan mal hecha, me puse una falda ajustada y una blusa blanca por arriba. Sólo me dio tiempo a echarme corrector en las ojeras y a ponerme un poco de gloss para no llevar los labios tan blancos. Ni me había pintado las uñas con las prisas y el ajetreo, y eso que la gente se iba a fijar mucho en mis manos. Ruslana me mataría, pero Vicky seguro que estaba a dos minutos de no volver a llamarme.

Me puse las botas altas negras, cogí las llaves del coche y volé hacia el portal, llamando por teléfono a Martin para que me hiciera el favor de aparcar por mí; de lo contrario, no llegaba a cantar ni para las uvas.

Estaba muy agradecida con Ruslana porque gracias a ella había conocido a Vicky, la dueña del restaurante Gaudí de Barcelona, un sitio de lujo que tenía hasta un piano en el salón de invitados. Un lugar demasiado pijo y caro para mí, que solía moverme en ambientes más bohemios y alternativos. Sin embargo, era feliz tocando para gente desconocida, y les hacía un favor a ellas porque amenizaba la velada de los comensales, y además daba a conocer mi música.

Ruslana siempre decía que no podía perder la esperanza de que alguna de esas personas con dinero fuera productor musical y quedase encandilado con mi talento. Talento que pienso que no tengo, aunque mis amigos siempre me habían dicho que tenía un ángel en la voz, como una especie de don. Yo no me sentía para nada así, aunque sí que estaba bastante orgullosa de mis composiciones. Y como mi sueño era vivir de la música, me parecía razón suficiente como para conducir a setenta kilómetros por hora en la vía pública del centro de Barcelona.

- Ya estoy aquí- dije apresuradamente cuando entré corriendo por la puerta de la cocina del restaurante-. ¿Dónde está Vicky?

- Está fuera, a punto de presentarte, así que corre- me respondió Ruslana, que aparecía con un vaso de agua para que no tocara con la garganta seca.

- Gracias, y lo siento- le dije, mientras me bebía el agua de golpe- Eres la mejor.

- Ya, ya lo sé, ahora tira- me reprochó Ruslana, aunque sin perder la sonrisa. Ella siempre había sido mi mayor fan desde el principio.

Me retoqué el desastre de pelo en una fracción de segundo justo antes de escuchar cómo Vicky decía mi nombre, y suspiré para tranquilizarme mientras la gente aplaudía tenuemente. Salí al salón y me senté en el piano, después de sonreír discretamente a Vicky, que tenía una mirada asesina que sonaba a "ya hablaremos luego". Tragué saliva y me concentré, como siempre hacía cuando posaba los dedos sobre las teclas. Me alejé de aquel comedor, de aquella gente que me miraba y del pensamiento de inferioridad que todavía no era capaz de eliminar, y comencé a tocar los primeros acordes de una de mis canciones.

La acústica de aquella sala era increíble, me llenaba hacer lo que estaba haciendo, y cuando llegó el estribillo de la canción, ya no se escuchaba ni un sólo murmullo en la habitación. Supe que la gente lo estaba disfrutando conmigo, y me permití crecerme un poquito más, tocando más fuerte y alargando las notas. Hice cambios sobre la marcha en la canción, según me iba pidiendo el cuerpo, y sin saber si la estaba cagando o no, abrí los ojos en busca de Ruslana, que era mi pilar fundamental.

Pero en su lugar me topé con una mirada penetrante que venía de una de las mesas del fondo del salón. Conecté mis ojos con los de la chica que me miraba sin parpadear, unos ojos que tenían un brillo especial a los demás. Por eso me habían llamado la atención, por eso fueron los de ella y no otros, porque al igual que yo no podía dejar de mirarla, ella parecía no ser capaz de apartar la mirada de mí. Sin motivo aparente, me puse nerviosa, y aún así, ahí seguía yo, mirándola como quien mira al artista de sus sueños. No tenía sentido, definitivamente nada tenía sentido, pero mucho menos esa calidez en la mirada de una persona a la que no conoces.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora