La cena transcurrió con normalidad, con los habituales chistes de mi padre, las quejas de mi hermana por todo y por nada a la vez, la calma de mi madre para soportar todo el peso de la familia, y las sonrisas cómplices entre mi novia y yo, sabiendo que aquella familia era de lo más especial.
Como había dicho mi padre, empezar su cumpleaños todos juntos era el mejor regalo, porque siempre nos ha gustado pasar tiempo de calidad. Es algo bastante importante a mi parecer, y en mi familia intentábamos cumplirlo al máximo, en mayor o menor medida.
Oímos que la dueña del restaurante anunciaba el bolo de una chica, y Julia se acercó a mí para volver a proponerme lo mismo de siempre.
- Algún día, tú podrías ser la chica de los bolos si quisieras, pero le tienes miedo al éxito.
- Tú lo que quieres es tener una novia famosa para ir a los estrenos de las pelis gratis- le repliqué, entrecerrando los ojos-. Además, yo no canto.
- Sí que lo haces, pero vale, tú ganas- se rindió ella, alzando las manos en señal de paz.
Ciertamente tenía razón. La música era lo que más me llenaba. Cantarla, escucharla, componerla, tocarla. Nunca me había planteado dedicarme profesionalmente a ella porque era un mundo muy competitivo, y por mucho que yo disfrutase haciéndolo, no lo hacía tan bien como para comer de ello. Aunque cada vez que salía el tema, se me encogía algo en el pecho, pero jamás lo reconocería delante de nadie, ni siquiera de Julia.
- ¡Damas y caballeros, con todos ustedes, Chiara Oliver!- exclamó la jefa del restaurante.
La presentación de la muchacha dio paso a una marea de aplausos entre tímidos y aburridos. Yo, por el contrario, incité a mi familia a que aplaudiera con un poco más de entusiasmo, porque me ponía en la situación de estar a punto de subirme ahí arriba, y desde luego no lo haría con ese público tan falto de ganas de vivir.
Apareció entonces en la sala una chica morena, con la piel blanca, de unos veintipocos años, quizá un poco más pequeña que yo. Llevaba el pelo recogido de una coleta alta muy estirada, dejando ver unos pendientes largos que oscilaban sobre sus hombros al caminar hacia el piano. La tal Chiara sonrió alegremente al público que la observaba y se sentó frente al teclado, cerrando los ojos como si estuviera haciendo un esfuerzo por abstraerse del mundo y meterse en su propia burbuja.
Aún no había empezado a cantar pero en el salón ya nadie emitía ningún tipo de ruido, como si no quisieran distraer a la muchacha que estaba a punto de cantar para ellos. En cuanto se hubo callado todo el mundo, la chica empezó a tocar los primeros acordes de una canción que no reconocí en absoluto. Desde nuestra mesa se podían ver perfectamente sus manos acariciando las teclas, con extrema delicadeza, como si ese piano se tratase de la mayor fortuna que poseía. Entendí que seguramente para ella fuese exactamente así.
- ¿De verdad me estás diciendo que no te gustaría ser ella ahora mismo?- me preguntó Julia en voz baja mientras se acercaba a mi oído.
- Calla, calla, que quiero escucharla- le pedí, haciéndole un gesto con la mano sin girarme a mirarla. Reconozco que aquella chica me tenía embelesada por algún motivo.
Chiara tomó una bocanada de aire y comenzó a cantar los primeros versos de su canción, dejándonos mudos a todos. Bueno, a todos no sé, pero a mí desde luego que sí. No me esperaba para nada que tuviera ese color de voz, era como rasgada pero fina a la vez, grave pero un poco aguda en los finales de las frases. Aunque lo que más me impactó fueron los gallitos que hacía en mitad de las estrofas. Con sólo haber escuchado un estribillo, ya supe que sería capaz de reconocer la voz de esa Chiara en cualquier sitio.
Un silencio sobrecogedor cayó sobre el restaurante, donde nadie se atrevía siquiera a moverse. Estaba creando con sus palabras y sus acordes una magia que nadie quería romper, incluso los cocineros se habían asomado para escucharla cantar.
Y entonces me miró. No sabría decir si sólo había posado su mirada en mí, pero en cuanto elevó la cabeza un poco y abrió los ojos, se encontraron con los míos, que no podían dejar de mirarla. Y de admirarla, por supuesto. Quizá fuesen imaginaciones mías, pero de pronto la canción cobró más sentido que nunca, como si me la estuviera cantando directamente a mí. Por más que lo intentaba no conseguía apartarme de ese color de ojos verdoso que me miraba desde el piano, y me pareció la mirada más pura que había visto en mucho tiempo.
Chiara terminó la última frase de la canción y suspiró, sonriendo débilmente en mi dirección antes de ser ella la primera en desviar la mirada para centrarse en los comensales, que de repente aplaudían con muchas más ganas que al principio de la actuación. Una sensación de intranquilidad me sobrecogió, instalándose en mi pecho. La chica me había llevado a un sitio tan mágico mientras cantaba que caer de pronto al mundo real, con tanto ruido ambiente y tantas conversaciones vacías, me extrañó.
- Qué bien ha cantado la chica, ¿verdad?- preguntó mi madre, volviendo a coger los cubiertos para continuar con la comida.
- Sí, la verdad es que sí- respondí, saliendo de mi ensimismamiento cuando Chiara recogió su libreta y se perdió por la misma puerta por la que había salido, no sin antes volver la vista atrás y volver a toparse conmigo mirándola.
Qué vergüenza, Violeta, deja de mirarla. Sacudí un poco la cabeza, queriendo olvidarme de esos ojos mientras me intentaba centrar en mi plato de salmón otra vez. Ya estaba frío, pero no tenía hambre. No podía dejar de pensar en hacerle los coros a la chica de la voz rasgada.
La cena transcurrió con normalidad después de la intervención de esa chica, aunque yo ya no volví a probar bocado. Se me había cerrado el estómago, pero intenté disimularlo participando activamente en las conversaciones de mi familia.
Al terminar de cenar, fui al baño a retocarme el maquillaje, puesto que la idea era salir a un bar de copas a tomar algo con mis padres y Julia, ya que mi hermana era menor y no podría entrar. Al pasar junto a la cocina, vi a la tal Chiara abrazada a una chica pelirroja, un poco más bajita que ella, que le cogía la cara y se la llenaba de besos, mirándola con orgullo. La sonrisa de Chiara era de pura felicidad, y daba pequeños gritos al terminar las frases, claramente orgullosa de su interpretación hacía unos minutos. Sentí que interrumpía algo y continúe mi camino hacia el baño, sin querer que me vieran observarlas. De haberme topado con su mirada, me habría podido quedar ahí plantada en medio del pasillo el resto de la noche.
Saliendo del baño, iba tan metida en mi mundo que no me di cuenta de que había alguien esperando para entrar. Era Chiara. Con torpeza, la dejé pasar, igual que ella a mí, y nuestros hombros se chocaron. Abrí la boca para disculparme con ella, pero nuestros ojos volvieron a conectar y me quedé completamente muda. Yo, que soy periodista y siempre tengo algo que decir, no fui capaz de articular una simple disculpa. Antes de seguir poniéndome en evidencia delante de ella, sonreí tímidamente y me fui con prisas de allí, pudiendo notar su mirada clavada en mi espalda hasta que giré la esquina del pasillo y me perdí entre la gente.
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Es por ti
FanfictionVioleta está haciendo las prácticas de la carrera de periodismo, aunque su sueño es vivir de la música, pero no termina de verse preparada para ello. Chiara dejó la carrera de marketing para dedicarse a su pasión, que es la composición, o como ella...