14. Chiara

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El día en casa de Violeta pasó muy rápido, entre besos, risas y alguna que otra lágrima, tanto de felicidad como de tristeza. Todo había ido mejor de lo que pensaba, y al parecer Julia había sido muy madura y muy comprensiva. Yo era consciente de la suerte que tenía de que Violeta me hubiese empezado a mirar a mí, pero me daba pena haberme metido sin querer en medio de una relación. De haber podido evitarlo, lo habría hecho, aunque eso hubiera significado perder la oportunidad de conocer a la chica que me gustaba.

Aquella situación parecía sacada de los libros de poesía que Violeta me había dicho que tanto le gustaban. Me mentalicé para no meter la pata y cagarla después de todo, porque me costaba mucho abrirme a las personas, y eso en experiencias amorosas anteriores no había ido del todo bien. Aún estaba intentando cerrar todas las heridas que me había dejado mi última relación.

Para ser honestos, ni siquiera sabía si surgiría algo así con Violeta, aunque yo por mi parte estaba bastante de acuerdo. Pero quería ir con calma, para conocerla bien y despacio, que las prisas nunca son buenas.

- Entonces tienes TDAH, eso explica muchas cosas- dijo Violeta, mientras se levantaba para llevar el bol vacío de las palomitas a la cocina.

- Es un trauma que he tenido durante mucho tiempo- repliqué, girándome en el sofá para lanzarle una mirada furiosa-. Me ha costado mucho relacionarme por culpa de mi déficit de atención.

- Ay no, mi niña, perdón, perdón, que con los traumas de los demás no se juega- me respondió ella, viniendo a darme un abrazo. 

Sonreí con autosuficiencia, haciéndome la dura un poco más antes de empezar a reírme. Violeta aprovechó para tumbarse encima de mí en el sofá y acorralarme contra su cuerpo para una guerra de cosquillas, la cuál yo sabía que iba a perder. Tras unos segundos intentando librarme de ella entre patadas y gritos al aire, le di pena y me liberó, y en el proceso de quitarse de encima, la camiseta se le levantó hasta el punto de verle el encaje negro del sujetador. Tragué saliva y parpadeé varias veces, intentando borrar esa imagen que tanto me había gustado de mi cabeza, por respeto, no porque quisiera olvidarme.

- No hace falta que apartes la mirada, Kiki- me dijo Violeta, colocándose bien la camiseta pero no del todo, dejando ver aún un trozo de su vientre bajo-. Ya no tienes que disimular.

- Cállate- le respondí, notando cómo se me ponían rojas las orejas.

- Ven tú y me callas- susurró en voz baja ella, provocándome mientras levantaba un ceja y fruncía los labios.

Estuve a punto de no hacerlo, para que se lo tomara como un castigo, pero no aguanté y sucumbí. Caí de lleno en la tentación, y no quería librarme del mal. Me puse esta vez yo sobre ella y le di un beso, el más largo de todos los que habíamos compartido a lo largo de la tarde. El ambiente empezó a calentarse, y Violeta, sin ningún tipo de pudor, llevó una mano a mi nuca, impidiendo que me separara de ella, aunque yo no tenía intención de hacerlo. Me aventuré a pasar la lengua por sus labios y ella los entreabrió, dejándome entrar en su boca por completo. Eso fue nuestra perdición.

Violeta pegó su cuerpo al mío y yo pasé mi mano por su cintura, apretándola contra mí. El contacto con ella me llenaba de éxtasis, era como una droga a la que sabía que iba a volverme adicta, y a mucha honra. A ella se le escapó un susurro que se ahogó contra mis labios, aunque yo escuché perfectamente cómo decía mi nombre con esa voz tan grave que ponía cuando quería seducirme. Y lo cierto era que lo conseguía. Era capaz de ganarme todas las batallas, a pesar de ser yo la que estuviera encima con cierta ventaja.

A mí siempre me había gustado dirigir, pero aquella tarde comprobé que Violeta podía hacer conmigo lo que quisiera. La chica levantó con dedos ágiles mi camiseta y rozó la tela de mi sujetador, haciéndome respirar un poco más fuerte de lo normal. Enganchó el índice de la otra mano en la cinturilla de mis pantalones y soltó, riéndose contra mis dientes. Y de pronto me empujó con las caderas, haciendo que me quitase de encima. La miré sin comprender, intentando controlar la respiración.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora