15. Violeta

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Como era de esperar, la conversación con mi familia fue genial, y pude notar que la noticia no había sido una sorpresa para ellos. No es que en mi casa no hubiesen querido a Julia, sino que mis padres habían sabido establecer muy bien los límites entre tratar a una persona como si fuera de la familia y meterse en la relación de su hija. Especialmente mi padre, que era psicólogo, y tenía muy claro cuándo dejar de ejercer como amigo y pasar a ser una figura paterna. Yo nunca había tenido problemas en ese sentido con ellos, no como le pasó en su momento a Denna, que cuando lo dejó con su novio, los padres se pusieron más tristes que ella porque le habían cogido mucho cariño al chaval.

La verdad era que yo agradecía mucho tener una relación tan cercana con mi padre, porque desde pequeña me había intentado inculcar los valores de los que, a día de hoy, me sentía tan orgullosa. Y en parte, esa inteligencia emocional que Chiara decía que admiraba, la había aprendido de él.

Además, una de las cosas que había sacado en claro de la conversación con mi familia fue que todos estaban encantados con mi estado de felicidad plena desde que había llegado Kiki a mi vida. Y no era que antes con Julia fuese infeliz, pero como le había explicado a ella cuando la dejé, no era lo mismo. No podría explicarlo mejor, pero me alegraba de que en casa no me estuvieran juzgando.

Me daba la impresión de que todo mi entorno se lo había tomado demasiado bien, teniendo en cuenta que para mí había sido traumático en cierto modo por el hecho de destrozar a una persona a la que quería tanto. Pero consideraba que mi padre era una persona sabia, y me había dicho que la gente que me quisiera de verdad no me iba a juzgar por elegir mi propia felicidad ante todo. Debía dejar de martirizarme tanto y castigarme por mis acciones, porque lo había hecho lo mejor posible, dadas las circunstancias. Incluso Julia me había animado a permitirme ser feliz, así que no iba a ponerme yo misma tantas barreras cuando todo el mundo me estaba haciendo ver que me merecía la pena conocer a Chiara.

Lo que me preocupaba en ese momento era el futuro. Tenía claro que quería que Kiki formara parte de él, pero aún no sabía de qué forma. Estaba segura de que me gustaba, y de que estaba muy cómoda con ella, pero no quería apresurarme. Por supuesto, todo iba a depender de lo que ella quisiese también, pero yo sabía que quería intentarlo. Me había aficionado a eso de besarla sin miedo y de abrazarla sin que supusiera un peso más en mi conciencia, y no tenía pensado renunciar a aquel privilegio. Porque estar cerca de Chiara era todo un lujo.

Jamás había conocido a una persona tan mágica como ella, con tanta luz propia, tanta personalidad y tanta belleza. Era mi otra mitad, nos entendíamos de maravilla con las palabras y con los gestos, nos hacíamos mucho bien mutuamente. Ella era mi safeplace, y sólo nos quedaba comprobar si podríamos ser capaces de compenetrarnos en otros aspectos un poco más íntimos. Sonreí avergonzada cuando me planteé la idea.

Mentiría si dijese que no tenía cierta curiosidad por ver esa faceta de Chiara. Algo me había demostrado en el sofá la tarde anterior, y era que le gustaba dominar, aunque tampoco la vi agobiada cuando cogí sutilmente las riendas de la situación por un momento. En parte me daba miedo su reacción, porque yo era una persona que, como todo ser humano, tenía sus complejos. Y había veces que mi apariencia física me hacía dudar de mí misma. Sabía que no tenía motivos reales para ello, porque me miraba al espejo y no me veía desproporcionada ni nada, pero no quería que Chiara se sintiera menos atraída por mí al verme tan desprotegida. Eran paranoias estúpidas, pero no las podía controlar. Realmente sabía que la chica no era tan superficial como para tener en cuenta esas cosas, pero a mí me importaba mucho su opinión. Quería que me viera y que no pudiera contenerse, quería parecerle atractiva, y quería que me desease. Igual que yo a ella.

Me puse un poco nerviosa al pensar que ese momento podría llegar, el momento de quitarte la ropa con otra persona. Porque cuando dejas que alguien más te vea, le otorgas el poder de hacerte daño. Como con todo, no sólo en el sexo. Esa reflexión se podía extrapolar a cualquier ambiente, y llevaba siendo mi lucha interna desde que tenía uso de razón. Por eso me resultaba tan difícil en parte dar ese paso con cualquier persona. A pesar de parecer una persona segura y confiada, lo cierto era que por dentro sólo era sensibilidad y vulnerabilidad. Confiaba en que Chiara sabría ayudarme a superar ese bache que estaba pasando, porque no quería que esos pensamientos me condicionasen si me viese con ella en ese contexto algún día.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora