18. Chiara

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Estuve hasta bien entrada la noche dando vueltas con el coche por Barcelona. Las ventanillas hasta abajo, la música a todo volumen para no escuchar los gritos de mi cabeza, y el coche a toda velocidad. Era conducción temeraria, pero nada podría frenarme.

Estaba rabiosa, triste, preocupada y una mezcla de mil sentimientos más que mi sistema límbico no era capaz de procesar. Conduje cerca de la calle de Violeta, y me sentí terriblemente culpable por haberme ido sin darle ninguna explicación. Mi mente no me lo había permitido; quería mantenerla alejada de esa parte de mi vida como fuera. ¿Se habría quedado en mi casa? ¿La habría llevado Martin en coche? Esperaba que estuviera allí aún, o que alguien la hubiese acercado, porque Barcelona a esas horas de la noche era muy peligrosa. El miedo me invadió, y una sensación de intranquilidad se apoderó de mí, pero intenté controlarlo.

Continué conduciendo, cantando a pleno pulmón para olvidar mis problemas. Me temblaban las manos cada vez que quería cambiar de marcha, me mordía el labio con insistencia hasta hacerme heridas que no paraban de sangrar, y movía la rodilla rítmicamente para controlar la ansiedad. Se me llenaban los ojos de lágrimas, y parpadea con velocidad para no dejarlas salir. No merecía la pena llorar. Ni siquiera quería estar enfadada. Quería dejar de sentir, y conducir de noche me suministraba una buena dosis de adrenalina que me ayudaba a no pensar. Sabía que no solucionaría nada ignorando el tema, pero no quería hablarlo. Y mucho menos con Violeta, porque si se enterase de qué iba todo aquello, seguramente quisiera salir de mi vida. No tenía porqué soportar mis traumas, era demasiado. Quizá lo mejor era alejarme yo, antes de tener que obligarla a ella a hacerlo. Todavía estaba a tiempo de irme, de dejarla atrás y ahorrarle sufrimiento. Porque sabía perfectamente que ella querría ayudarme, hasta que viera que estoy de mierda hasta el cuello. Y en ese momento, ni ella ni nadie querría quedarse cerca de mí. Porque salpicaba. Y ya lo estaba haciendo.

Agradecí que Barcelona a esas horas estuviera desierta, dándome una vía de escape que se traducía en gasolina y música rockera. A pesar de no haber nadie por la calle, no me sentiría segura caminando sola. Quizá fue por ese pensamiento por lo que, cuando estaba llegando a la esquina de la cafetería donde me encontré con Violeta las primeras veces, tuve que parar el coche. Un hombre intentaba abusar de una chica, llevándola a rastras al portal de al lado del local. Me quité el cinturón y me bajé a toda prisa, gritando en su dirección para que el hombre notara que había alguien más allí. El corazón me dio un vuelco cuando vi el rostro de la víctima. Reconocí perfectamente a Violeta, que me miraba con terror.

Aproveché toda la furia que había acumulado durante el trayecto en coche y atravesé la calle a toda velocidad, dispuesta a lanzarme contra el agresor a pesar de no haberle pegado ni a una mosca en toda mi vida. El hombre se apresuró a soltar a Violeta, que cayó al suelo sonoramente, aunque no pudo librarse del derechazo que le golpeé con el puño cerrado. Calculé bien e impactó contra el pómulo. Un dolor agudísimo recorrió mi mano y tuve que sujetármela con la otra, temiendo haberme partido un nudillo. No me dio tiempo a verle la cara al tipo, que salió corriendo en cuanto recuperó el equilibrio. Quise ir tras él y ver quién era para poder denunciarlo, pero decidí dejarlo ir, porque escuché cómo Violeta lloraba, aún en el suelo.

- Violeta, Dios mío, ¿estás bien? ¿Te ha hecho algo?- le pregunté atropelladamente, olvidando los pinchazos que me daba la mano.

Violeta se aferraba a mi brazo, sollozando en silencio, con la mirada perdida en mi coche, al otro lado de la calle. Estaba claramente en shock, y me rompía el alma verla así. Me sentí terriblemente culpable por haberla dejado en mi casa. Seguro que se había ido andando sola porque quería despejarse. Despejarse y pensar en por qué coño me había puesto así y me había ido sin mirarla siquiera. Contuve las ganas de llorar. Aquello había sido culpa mía.

Es por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora