capítulo 30

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Esa lengua

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Esa lengua... tocaba... tocaba...


A pesar de que era obvio que Agares solo estaba curando mis heridas, ver este tipo de escena naturalmente hizo que mi lento cerebro explotara, donde de repente todo tipo de malos recuerdos y abrasadora vergüenza me volvieron a asolar, haciendo que la punta de mis orejas y mejillas se calentaran de embarazo.

Instantáneamente sentí que la punta de su lengua no estaba nadando en la zona de mi herida, sino que en realidad estaba acariciando cierta parte que era muy vergonzosa de mencionar. Todo mi cuerpo soltó un temblor y me puse rápidamente en acción, empujándolo, pero me di cuenta de que mi mano se parecía a una esponja: suave y débil.

Agares se apoderó de mi mano, giró su rostro y olisqueó profundamente mi palma, al parecer muy feliz.

—Ya no sigas —retiré mi mano más rápido que al ser quemado, y tartamudeé—. ¡Me siento mucho mejor ahora!

—No... —bajó la mirada hacia mi herida, sus ojos se hundieron en un pozo profundo y su cabeza volvió a bajar.

—¡No, no lo hagas! ¡Oye! —En un estado nervioso, intenté apresuradamente alejar su cabeza, pero mis dos manos fueron capturadas y arrastradas a un costado de su hombro. El entumecimiento y la flojedad que sentí antes volvieron instantáneamente en un espiral de polvo cuando su lengua hizo contacto con mi piel, y como una carpa saltadora, levanté instintivamente mi torso en una curva perfecta. La vergüenza que fue reprimida por el dolor ahora subía vigorosamente por mis nervios.

El olor a almizcle emitido por Agares aceleró mi respiración, y mi cuerpo–que estaba totalmente empapado de agua–debería haber estado frío, pero en cambio, estaba increíblemente caliente.

Avergonzado, apreté la mandíbula e inhalé un par de respiraciones profundas a fin de calmar mi respiración anormal y rápida, así como mis irregulares latidos.

No admitiría cuán sensible se había vuelto mi cuerpo o incluso cómo con el más mínimo toque de Agares, sufriría una reacción fisiológica.

La cola de pez emparedada entre mi entrepierna se frotaba suavemente contra mí cada vez que [Agares] movía su torso. Sabía que estaba empezando a ponerme duro, y Agares definitivamente notaría este detalle muy pronto.

En este estado de embarazo y confusión, logré agarrar su hombro y sacudí mi cadera precipitadamente mientras gritaba, —¡Agares! ¡Agares! Bájame. ¡En serio ya me siento mejor!

Usar este nombre para llamarlo pareció ser mucho más efectivo que solo usar la palabra "oye", pues al instante mi cintura fue milagrosamente aflojada de sus malvadas garras. Mi cuerpo bajado tropezó con la atrincherada y enrollada cola de Agares hasta que finalmente encontré un espacio abierto donde pude hundir las piernas en el agua. Inmediatamente después, junté mis dos piernas, temeroso de que Agares descubriera la actividad movible que se encontraba abajo.

𝒅𝒆𝒔𝒉𝒂𝒓𝒐𝒘 𝒎𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏/𝒏𝒐𝒗𝒆𝒍𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora