Capítulo 11 - MOMENTOS SALVAJES

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Si alguien me pidiera definir el término perfección, lo ejemplificaría con un beso

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Si alguien me pidiera definir el término perfección, lo ejemplificaría con un beso. Y no con cualquier beso, sino, con aquel que te hace brotar un majestuoso par de alas en la espalda, convierte tu carne en energía pura, vibrante y brillante como un sol. Aquel que te hace olvidar que el mundo gira bajo tus pies, porque tú y esa persona en cuyos labios te pierdes, se fusionan en un mundo completa y absolutamente diferente, único.

La calidez de su boca traspasó la mía con apenas rozarme. Jadeante, dejé que su dulzura me embriague, su aliento húmedo impregnó mis labios provocando un cosquilleo vibrante que se originó en el epicentro de mis entrañas, para expandirse hacia el resto de mi cuerpo.

Al principio, fue un descubrir a base de ternura y deleite; la tersura de sus labios, el calor de su lengua moviéndose despacio, provocando con el colapso de mi cerebro, la elevación de mi espíritu.

Nuca saboreé algo tan delicioso, siquiera la hamburguesa que, momentos antes, me había aventurado a probar.

Mis manos acariciaron su cuerpo, cada uno de los músculos de su espalda tensándose al estrecharme contra su pecho.

Sentí sus pectorales firmes, aplastarse contra mis senos, la dureza de su abdomen contrayéndose de placer colapsando contra el mío.

Sus manos, se deslizaron por mi espalda, mi cintura, ascendieron por mi nuca para enredarse en mi pelo, dejando un rastro ardiente a su paso, logrando que me cuestione si sería posible que apagara el incendio que provocaba sobre mi piel, con más fuego.

Sentí la humedad escaparse entre mis piernas cuando su pelvis choco con la mía, revelándome la contundencia con la que él también disfrutaba de ese ansiado beso.

Entonces las caricias, al igual que el beso, dejaron de ser tan tiernos para fundirse con la necesidad que cada uno despertaba en el otro.

Su lengua embestía cada vez más profundo, con más ímpetu, al igual que sus manos fueron recorriéndome cada vez, con más hambre de mi piel.

La temperatura del ambiente no llegaba a superar los diez grados centígrados, pero la ropa me asfixiaba. Era una caldera de carne y hueso gracias a su tacto, a su aroma, a sus labios y su cuerpo.

— Zac...

Su nombre se me escapó entre alguno de esos maravillosos besos que conseguían que perdiera la cordura.

— Ava... Te deseo tanto...

Un pulso lujurioso comenzó a intensificarse en el punto exacto donde el placer logra acallar los pensamientos.

— Yo también, Zac... —susurré dentro de su boca. Totalmente cautiva de su mirada, perdida en ella, entre la felicidad y el deseo.

Entonces, sus manos descendieron por mis caderas. Clavando sus dedos en mis nalgas, se pegó aún más a mí. Su excitación se volvió más evidente contra mi pelvis, arrancando un gemido desde mis entrañas.

La Noche de las ValquiriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora