ESCONDITE EN EL CEMENTERIO Y UNA CHICA TORPE

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Los próximos días fueron con más normalidad. Sin dramas, ni problemas... Bueno, el único problema que había era el estudio, pero eso ya se veía venir.

Era viernes, y ya había acordado ahora sí o sí quedar con Jaime y sus amigos. Así que comí rápido y me reuní con Jaime en la ubicación que me había mandado. Allí localicé en seguida a Jaime a pesar de estar de espaldas. Fui con sigilo y lo agarré con fuerza de los hombros.

—¡Boo!—Grité y Jaime se sobresaltó.

—¡Serás gilipollas!—Se llevó una mano a los oídos—,¿Qué necesidad había de asustarme así?

—Mucha, créeme.

Jaime me golpeó en el hombro, pero para mí fueron más bien cosquillas. Aún así fingí dolor por su orgullo de hombre.

—Ya se ganó mi admiración—se acercó uno de los chicos que habían allí—. Soy Pablo—me tendió su mano.

—Jack—estreché su mano con la mía.

—¿Jack?—Enarcó una ceja, pensativo.

«Por favor, que no me relacione que Jack Ross.»
«Por favor, que no me relacione con Jack Ross.»
«Por favor, que no me relacione con Jack Ross.»

—Me suena de... ¿Algún libro?

—Lo dudo—intenté convencerlo de que era un error.

—¿Qué dices, Pablo? Será por Sparrow—intervino otro chico.

«Gracias a Dios. Me salvé.»

—¿Sparrow? Hummm... Me sonaba de otra cosa, pero vale.

—Yo soy Juan—se acercó el pelirrojo que intervino antes y me salvó el culo.

—Bueno, ya sabes quién soy.

—Sí, ja, ¿Debería empezar a bromear como Sparrow?

—Hazlo y será lo último que harás en la vida.

—¿Por qué? ¡El capitán Jack Sparrow es la hostia!

—Sí, sí, sí, pero que me comparen con personajes ficticios empieza a cansar.

—¿Ficticios?—Enfatizó Jaime la «s»—¿Hay más Jacks?—Enarcó una ceja.

—¿Eh? ¡No, no! Pero por si acaso.

Mi argumento tenía menos peso que una pluma, pero aún así no le dieron importancia asunto—igualmente no tenía importancia, era absurdo darle importancia a eso—. Así que comenzamos a hablar lo mismo que hablé con Jaime el primer día, es decir, gustos y pasatiempos. Qué asco. Afortunadamente no duró mucho esa conversación y empezaron a hablar sobre lo que solían hacer ellos tres en sus «reuniones» y la cosa se puso interesante.

En resumen: solían ir a causar el caos a lo que llamaban «diversión» y sonaba tentador. No es que hicieran vandalismo ni mucho menos, pero sí sabían divertirse a su retorcida manera—no pervertida, eso ya os lo confirmo para los de mente sucia—. Y ¿Saben que fue lo grandioso que se le ocurrió a Jaime?

—¡Juguemos al escondite en el cementerio!

Pablo, Juan y yo lo miramos con mala cara.

—¿Qué? ¡Es divertido!

—Tenemos conceptos de «diversión» muy distintos—Enarcó una ceja Pablo.

—Lo probé una vez con mis primos y fue divertido. Nos reímos mucho cuando engañamos a una niña, haciéndole creer que éramos espíritus.

—Pobre cría—negué con la cabeza.

—Venga, nos vamos a divertir, lo juro.

Nos miramos entre nosotros y no sé cómo terminamos accediendo a semejante estupidez, supongo que por la nueva experiencia, o eso espero porque sino significa que me estoy volviendo loco.

Fuimos al cementerio y saltamos la verja. ¿Han escuchado la frase «No profanar la tumba de un muerto»? Bueno, nosotros no profanamos una tumba técnicamente, pero si nos pasamos las reglas del cementerio un poco por los huevos. ¿Está bien? Claramente no, por eso nunca sigan mi ejemplo.

Estuvimos jugando como críos pequeños—o mejor dicho: como jóvenes sin cerebro— por un buen rato. ¿La verdad? Fue interesante, en especial cuando perdimos a Pablo y tuvimos que llamarlo porque estaba acojonado.

Llegó un punto en el que empezó a hacerse tarde y por mucho que quisiera quedarme con ellos; si mamá no me veía temprano en casa, no me dejaría salir nunca más con ellos. Así que, por nuestro bien, fingiré que estuvimos los cuatro toda la tarde en el parque haciendo chorradas y no dar más detalles a mamá. Terminé despidiéndome de ellos y por increíble que parezca, entendieron mi situación y no soltaron ninguna burla como me hacían en el instituto.

Le escribí a mamá para decirle que ya estaba llegando a casa y lo siguiente sucedió rápido: Vi de nuevo a Bea, caminando por la calle y parecía tan sumergida en su lectura que no parecía darse cuenta que estaba apunto de tragarse una farola. Así que puse mi mano en medio, frenando su choque y evitando que se lastimase. Ella se sorprendió y alzó la mirada. Nuestras miradas se encontraron y ella en seguida enrojeció.

—¿A quién se le ocurre leer mientras camina por la calle?—Enarqué una ceja.

—A mí al parecer—se le escapó una leve risa nerviosa—. Gracias por ayudarme otra vez.

—De nada otra vez. Lleva más cuidado la próxima vez, Bea—le di una palmadita en el hombro y continué con mi caminata.

—¡Prometo devolverte el favor!—Me gritó ella desde la distancia.

Me detuve y miré por encima del hombro para mirarla.

—No me debes nada. Simplemente no seas tan descuidada, eso es todo—esbocé una sonrisa para calmarla y seguí con lo mío.

Bea no dijo nada más, por lo que asumí que entendió mi comentario y también regresó con lo suyo. En serio, esta chica es muy torpe, de verdad, ¿Qué ser humano leería caminando en mitad de la calle? ¡Podría haberse hecho mucho daño! Que tampoco es que me importase mucho, pero no soy un monstruo como para dejar que se lastimara—aunque sí hubiera sido Emma sí que hubiera dejado que se golpeara para que aprendiera y me hubiera reído fuertemente—.

Llegué pronto a casa y me libré de la bronca de mamá. Fui a ducharme para quitarme el sudor de haber estado correteando como un subnormal por el cementerio y me fui directo a la cama. Nota mental: no volver a jugar en el cementerio; ahora temía haber enfadado algún espíritu y que me hubiera seguido a casa, ¿Por qué demonios le hice caso al estúpido de Jaime? Y creía que yo era el más idiota... En fin.

Y de nuevo, otro día más interesante en la vida de Jack GARCÍA, no Ross ni Sparrow; es G-A-R-C-Í-A. Tomen nota.

Un amor inesperado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora