UN "PING PONG" CALIENTE

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Jack

Mier-da.

Mi madre estaba apunto de entrar y si nos ve a Bea y a mí así... Sería inevitable que pensara que estábamos haciéndolo—o en el intento mejor dicho—.

Rápidamente me aparté de Bea y me puse en pie. Fue lo único que me dio tiempo a hacer, ya que mi madre entró un segundo después.

La cara de mi madre era todo un poema, reflejaba la típica frase de «¿Qué demonios ha pasado aquí?». Y daba algo de miedo...

Hizo el ademán de decir algo pero cerró la boca al instante. Alternó la mirada entre mí y Bea—quien seguía aún acostada en la cama—. Me miraba a mí, luego a ella y viceversa. Hasta que sus ojos repararon en el desastre.

Estaba que me temblaban las piernas. «Tierra trágame». Esto era un claro ejemplo de «¡Esto no es lo que parece!», pero, con esta escenita, ¿Quién nos creería? Mi único justificante era que ambos estábamos completamente vestidos.

El silencio era abismal y en un momento, miré de reojo a Bea, y ella lo notó, me devolvió la mirada a modo de súplica, en busca de ayuda alguna. Y créeme que si pudiera ayudarla, lo haría, pero estamos hablando de Sofía García; una señora obsesa con los libros, que empareja a cada persona que se le cruza por su mente y busca cualquier escenita para asemejarla a un libro. ¿Qué más podía hacer?

Suspiré, irritado.

—¿Qué quieres, mamá?—rompí el silencio, intentando cambiar de tema.

—Antes a pedirte que me ayudases en la cocina, ahora que uses condones y pestillo.

—¡MAMÁ! ¡ESTO NO ES...!—grité, ruborizado y me tapé la cara con mis manos.

Me quería morir. No, primero quería matar a mi madre y después morirme yo.

Tenía muchísimo miedo de la reacción de Bea, pero, cuando la mire con disimulo, vi que ella reía levemente y negaba con la cabeza.

Mi madre y yo intercambiamos una mirada, confusos. ¿Se... ríe? ¿Le pareció gracioso en serio? ¿O se ríe de mi desgracia?—será más probable lo último.

Bea terminó poniéndose en pie y acomodándose su cabello.

—Ya quisiera Jack usar esos condones conmigo.

Uy...

¿Me está regando?

Me está retando ¿cierto? ¿Se cree que yo no podría...?

Muy mal hecho, Bea.

Bea me dio una palmadita en el hombro y salió de la habitación.

Ahora vi que mi madre era la que reprimía una sonrisita burlona.

—Me cae bien esta chica.

—A ti te cae bien toda chica con la que me puedas emparejar—rodeo los ojos.

—Humm... Yo siento que esta chica es... distinta.

—Distinta—repito en voz alta.

—Ay, sí, Jackie. Me da buenas vibras esta chica. Yo creo que es para ti.

—Claro, mamá, seguro que es la indicada, el amor de mi vida—niego con la cabeza—¿Cuándo dejarás esa chorrada? ¿Solo porque Emma a encontrado a alguien que la aguante, yo también tengo que tener a alguien?

—Claro que no. Solo ha sido un presentimiento...

—Pues mirate mejor esos "presentimientos" tuyos.

Iba a salir de mi cuarto, pero mi madre me agarró del brazo.

—No la lastimes, Jackie.

Vale, eso no me lo esperaba.

—¿A qué viene eso?

—Porque te conozco. No seas bruto con ella solo porque yo..., bueno, porque en mi mente literario ya os haya emparejado. Es una buena chica, no la espantes, incluso si solo quedáis como amigos... por favor.

Que mi madre me pidiera ese favor se me hacía tan extraño... Bea llevaba aquí una tarde, y solo se habían hablado un minuto, y no en una escena precisamente bonita. Y ¿ya la caía bien? Muy... MUY extraño.

Cuando bajé, Bea estaba parada en la entrada, agarrando su casco de la moto. Llegué corriendo hacia ella antes de que se marchara.

—Hey, Bea, perdona a mi madre. Ella es muy...

—Me cae bien—se encogió de hombros—. Parece buena, y muy graciosa—esbozó una sonrisa socarrona y me guiñó un ojo que hizo que me ruborizara—. Miraré luego la presentación para mañana—dijo mientras buscaba en su bolso las llaves.

Cuando las halló, se dio media vuelta para salir por la puerta.

—Te perdono—mi voz la detuvo e hizo que se volteara. Hice un esfuerzo por encontrar mis cuerdas vocales—. Antes me pediste perdón por juzgarme, ¿cierto?

Ella asintió.

—Gracias, Jack—esbozó una sonrisa genuina.

Dicho esto, ella se marchó y vi cómo desaparecía con su moto calle abajo.

Conque «Ya quisiera Jack usar esos condones conmigo» ¿eh? Parece que la pequeña y pervertida Bea quiere guerra... Pues bien, a este juego podemos jugar dos.

Porque entre amigos se pueden soltar alguna que otra broma calentita sin que pase nada... ¿cierto?

A la mañana siguiente, me preparé para la presentación que tenía con Bea sobre el proyecto ping pong. Ya le expliqué el funcionamiento, yo lo explicaría y ella solo tendría que ponerlo en práctica.

Que por cierto, he de decir que he estado maquinando algún que otro plan para Bea. «Veamos quién provoca más a quién».

Terminamos la presentación y a la maestra pareció gustarle. De hecho, fue ella el sujeto de prueba para el juego y le encantó. Obviamente nos ganamos un diez. Sabía que guardarme ese proyecto de la secundaria me serviría para algún día.

El timbre sonó y la gente empezó a salir del aula. Bea recogió la máquina de Arduino y la metió en la caja. Aproveché para acercarme y susurrarle al oído:

—¿Podrás llevarlo al almacén o necesitas que te sostenga de nuevo?

Ella se detuvo en seco y, si las miradas matasen, yo estaría muerto y enterrado.

Sabía que estando delante la profesora, no podía pegarme como seguramente hubiera hecho en la habitación. Así que se limitó a pronunciar:

—Te odio—me devolvió el susurro.

Yo me llevé la mano al pecho, fingiendo que me dolió su comentario.

Si no conociera a Bea y supiera que era en broma, quizá sí me hubiera dolido un poquito. Pero Bea es distinta. Es algo que me llama la atención de ella.

Bea agarró la caja, se marchó corriendo y terminé perdiéndola de vista entre tanta gente.

Por sus mejillas sonrojadas, diría que la puse nerviosa. Oh, y ese solo fue el inicio de todos mis «divertidos»
—perversos— pensamientos...

Porque Bea y yo éramos como ese ping pong, en cuanto yo le daba alguna «broma» para ponerla nerviosa, ella se encargaba de devolverla peor. Y era así.

Pero siempre estábamos a bien. Era otra cosa que me maravillaba de ella. Que podíamos bromear así y seguir como si nada.

Porque, después de todo, solo somos un par de amigos que jugamos a ver quién puede calentar más al otro sin que pase nada, porque no tiene por qué pasar nada... ¿verdad?

Un amor inesperado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora