Las cosas parecían haberse estabilizado. Todo volvió a la normalidad. Yo retomé mi amistad con Juan, Pablo y Jaime. Las clases seguían siendo igual aburridas, eso era lo único que no había cambiado. Y luego está Bea, ahora más sonriente que nunca, ¿Por qué ese cambio tan drástico de seriedad a felicidad plena? Cuando coincidíamos en los pasillos, ella me saludaba con su dulce sonrisa; la misma sonrisa con la que la conocí... Ahí supe que realmente habíamos vuelto a estar bien.
No podía evitar fijarme en su sonrisa. Era sencillamente perfecta..., ah, y su sonrisa también. Sus dientes perfectos alineados de forma que hacía que se te comprimiera el pecho... Y prefiero no ponerme a hablar de sus labios carnosos y adictivos—eso lo admito, aunque eso ella nunca lo sabrá, claro—. Siempre que la veía, llevaba su cabello suelto, le llegaba casi por el trasero—mejor no pregunten cuánto tiempo me quedé mirándola para hacer esa aproximación—. Era increíblemente oscuro, y sus enormes ojos azules... Whoa. Hey, pero que me parezca atractiva no significa que me guste ¿eh? Es una descripción objetiva.
Juan, Pablo, Jaime y yo, estábamos en la cafetería, descansando. Jaime comentaba otro de sus ligues del fin de semana pasado «cómo no, Jaime liándose con cualquiera». Pablo devoraba la comida como si se fuera a morir en un minuto, «ya, en serio, ¿Qué le pasa a Pablo con la comida? Ni yo como tanto en una semana». Juan prácticamente daba cabezazos del sueño que llevaba—y no le culpo porque yo estaba casi igual—. Yo simplemente removía, jugando, la comida de la cafetería—si es que se le podía llamar comida a esa porquería que ni sabían qué eran—.
Y, de pronto, más puertas de la cafetería se abrieron. No sé por qué, pero eso atrajo mi atención, y con razón... Por la puerta, entraban una chica que no conocía, pero iba enganchada del brazo de Bea, riendo. Ambas pasaron por nuestro lado. Bea se dio cuenta de mi presencia y se giró para saludarme, dedicándome una de sus dulces sonrisas. Yo le sonreí de vuelta, y Bea, y su amiga se fueron directo a una mesa libre del fondo.
—Hey, ¿Ya habéis vuelto?—Jaime me dio un leve codazo, divertido.
—No hemos vuelto porque nunca estuvimos juntos. Y ya cállense, ya vieron lo que pasó la última vez que hablamos de esto.
—Pues ya sabes qué NO hacer—Juan me guiñó un ojo.
—Pues en mi opinión, yo creo que le gustas—Pablo se llevó una cucharada a la boca—, y a fi fambién fe fusfa.
—No hables con la boca llena de comida, asqueroso—rodeé los ojos—. Además no se te entiende una mierda.
Pablo tragó.
—Decía, que en mi opinión a ti también te gusta ella, no me jodas.
—No.
—No, claro, porque las miradas que os echáis no son para nada provocativas.
—Jaime se cruzó de brazos.—¿Provocativas?—Enarqué una ceja.
—Sí, ya sabes, esas miraditas cargadas de deseo total y esas sonrisitas que parecían inocentes pero en verdad gritan: «cógeme» en el sentido latino.
—Ajam...—dije indiferente, aún jugando con la comida y sin apartar la vista del plato—¿Sabéis? Me empiezan a cansar vuestros malditos comentarios.
—Es que nos das muchas razones para pensar así.
Yo no quise darle más vueltas al asunto porque intuía cómo podía terminar la cosa después de haber visto la cagada que hice la última vez que exploté con ese tema. No quería darles la razón, pero si seguía discutiendo con ellos, al final saldré perdiendo en todos los sentidos.
—Sí, ajá, como digáis—suspiré, desesperado—. Pero... No veáis cosas que no hay.
—No estamos hablando de ver espíritus, hablamos de ver lo que es obvio entre ustedes.
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Un amor inesperado
RomanceJack, un chico despreocupado, sin problemas y sin planes de futuro. Bea, una chica obsesa con la organización y el orden, pero incluso en su mundo tan organizado, está llena de problemas que no paran de desarmar sus planes. Bea solo quiere terminar...