Capítulo 33

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—Lo siento, la única que puede hablar con ella es su abogada —aclaró el detective mientras observaba a Jack con un poco de temor. Pensando si estaba bien contradecirlo, pero tratando de mantener los protocolos de detención intactos.

El juez suspiró como si estuviera conteniéndose y luego de unos segundos, cuando le resultó imposible sosegarse, habló:

—Abre esa maldita puerta y déjame pasar o te prometo que no habrá un lugar para ti ni siquiera en la indigencia —farfulló con un tono tan severo y amenazante que el detective miró al capitán de la estación y este al fiscal a cargo, todos sin saber qué hacer, pero conscientes de que no estaba nada bien que le llevaran la contraria al hombre que ahora era la máxima autoridad del Tribunal Supremo y el protegido del presidente.

—Déjalo pasar —indicó el fiscal a regañadientes, sabedor de que acababa de quedar como un estúpido frente a su unidad y que ceder ante el hombre, no era más que una lamida de pelotas—. Juez FitzGibbons, por favor sea breve, no puedo permitir que nadie más que su abogado o los detectives la vean, si alguien se entera, mi carrera...

Jack sonrió.

—Soy consciente del proceso —manifestó Jack, interrumpiendo su retahíla de lo que para él eran tonterías—. También sé identificar un arresto ilegal y sobre todo conozco la burocracia desmedida cuando no quieres liberar a alguien. Eres buen cachorro y sabes lo que te conviene —murmuró cerca de su oreja—. Llama a Winchester y dile que tiene veinte minutos para venir aquí con la orden de liberación de Chelsea o haré que lo arresten por violación en primer grado y me aseguraré de que se pudra en prisión. Dile que no bromeo y que también se fabricar cargos y sacármelos del culo cuando quiero joderme a alguien.

El fiscal novato observó al hombre y salió disparado para llamar por teléfono a su jefe inmediato.

Entretanto, Jack se adentró en la sala de interrogatorios y observó a Chelsea. Estaba dormida sobre la mesa de interrogatorios y con las muñecas esposadas a los ganchos del escritorio. Su cabello estaba despeinado y su rostro cansado dejaba claro que había pasado una terrible e incómoda noche.

»¿Por qué en lugar de verme como imbécil no vas y le quitas las esposas? Quiero verla en una sala privada —ordenó al oficial, quien le observó y se apresuró a hacer lo que pidió.

Jack no esperó y salió de ahí, mirando a todos los demás como si esperara que le rindieran pleitesía.

Su presencia descarada en una de las estaciones de policía más concurridas de la ciudad solo dejaba claro que no temía ninguna clase de represalias. Su impunidad era tal que la gente ahí lo notó, solo que nadie se atrevió a desafiarlo a sabiendas de que gozaba del favor del presidente, quien hasta ese momento y a pesar de todo el escándalo mediático en el que estaba envuelto, no lo había destituido y mucho menos se había pronunciado al respecto.

Jack caminó por el pasillo a donde el capitán de la unidad le guio.

»Apaga todas las cámaras —indicó de nuevo al jefe de los agentes—. Si descubro que grabaste algo de lo que se diga en esa oficina, haré que te arrepientas el resto de tu pútrida vida.

—Señor juez, esta es mi unidad. —Comenzó diciendo el capitán en un acto de valentía—. No puedo permitir que usted entre, haga y deshaga y sobre todo, que me amenace a mí y a todos los que estamos aquí sin temor a recibir un castigo. Somos la autoridad en esta ciudad y desde que puso un pie aquí ha ninguneado a todos en este sitio, no puedo permitirlo más.

—Podría poner mi pie en tu cabeza y tendrías que agradecérmelo —indicó con cinismo—. Estoy aquí porque puedo entrar como me dé la perra gana y porque me encargaré de que tu unidad se hunda luego de haber hecho una detención sin una orden, sin pruebas para obtener una y sobre todo, por mantenerla aquí en esas condiciones.

CORRUPTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora