27 - Relojes Explosivos

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En la noche, Katsuki se metió en la habitación de Izuku y se lo llevó.

La casa estaba en silencio y oscuridad completa. Después de haber estado tantos días perdidos, buscando e incluso peleando; era de esperarse que nadie estuviera despierto a esas horas de la madrugada.

Nadie menos Bakugo Katsuki.

—Siento que no te veo desde hace mil años.

Izuku levantó la vista y le sonrió mientras se ajustaba la venda de la pierna. Katsuki lo miraba atento, sentado sobre el brazo del sillón contrario.

—Es solo una impresión. Sigo aquí.

—Por ahora...

—No me voy a ir —Izuku frunció el ceño, sin ganas de repetir otra vez la misma charla de siempre.

—No estoy diciendo que lo vayas a hacer —se puso de pie— Ya has desaparecido sin intenciones de irte.

Midoroya dejó de responderle y siguió ajustando sus vendas. Katsuki gruñó y quitó sus manos de un golpe ligero para atarlas él mismo. Izuku brincó cuando el cenizo las apretó fuerte y de golpe.

—¿Tienes algún problema? ¿Ah? —traía la mandíbula apretada, pero en sus ojos había un brillo de diversión. Izuku supo que estaba jugando con él— Sígueme. Si es que puedes mantener el ritmo.

Mantener el ritmo del squad era una cosa, y otra totalmente diferente era mantener el ritmo de Bakugo Katsuki. Y Midoriya se sentía más que preparado para ello, incluso si su pierna estaba mala y sus brazos débiles.

En cuanto el cenizo abrió la puerta de par en par y echó a correr hacia el bosque, Izuku se levantó del sofá y se paró en el umbral de la puerta justo para verlo fundirse en la oscuridad de la noche como si fueran uno solo con el bosque.

Izuku admiraba aquello. La faceta mentirosa que siempre mostraba Katsuki donde no quería a nada ni nada, que siempre caía cuando se encontraba en confianza. Verlo amar al bosque como si fuera una persona le daba paz.

Siempre supo que había terminado en las manos correctas.

Corrieron por el bosque con las estrellas y la luna como únicos faroles. Ninguno dijo ni una palabra, les bastaba escuchar los silbidos de las hojas de los árboles o los arbustos, las ramas sacudiéndose, los pájaros despertando de repente; que les indicaban a cada uno por dónde ir.

Izuku utilizó un porcentaje bajo de su poder para igualar la velocidad de Katsuki y no quedarse varado otra vez. Su cuerpo, de pronto, comenzó a tener demasiados estímulos. Comenzó a sentirse demasiado cómodo y a gusto con todo lo que lo rodeaba. Y fue en el momento que se distrajo con un grupo de luciérnagas cuando salió la primera cinta.

Y la segunda. Y la tercera. Y la cuarta.

Hasta que segundos después, Izuku dejó de usar sus piernas y comenzó a deslizarse por el aire y las ramas con sus cintas verdes, con tal control de ellas que ni él mismo sabía que lo tenía.

Al fondo del bosque, junto a un acantilado que dejaba ver gran parte de la luminosa ciudad, lo esperaba parado Bakugo, con un brillo intenso en los ojos rojos y una sonrisa que (si no sintiera que lo conoce de toda la vida, aunque en parte así sea) juraría que tiene un plan malvado y no que está completamente orgulloso.

Midoriya fue bajando la velocidad mientras se acercaba. Sus cintas desaparecieron casi cuando llegó al último árbol, por lo que tuvo que improvisar una caída.

No dudó ni un momento en caminar hacia Katsuki en cuanto sus pies tocaron la tierra otra vez, incluso si eso significaba caminar hacia el abismo.

—¿En qué piensas? —le preguntó el verdoso.

La Obsesión De Un Villano {BakuDeku}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora