Prologo

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Un solitario y tranquilo cuervo blanco sobrevolaba tranquilamente en la fría llanura humeante del día tras la batalla. Cientos de cuerpos de ambos bandos yacían muertos sobre la nieve del solitario y frío norte del Reino de Tartessos. La ofensiva de Cipango fue repelida,  pero una figura misteriosa se movía entre los cuerpos en aquella helada mañana recién nacida al alba. Como si de la misma muerte se tratase un hombre metro noventa, de complexión entrenada y vestido con una larga capa negra hecha de plumas de cuervo y envainado en su misma capucha parecía caminar entre el aquelarre de almas terminas en desdicha.

Este se agachó y con su pálida mano acarició la mejilla de un soldado, le llamó la atención algo sobre ambas vanguardias mostradas en la carne de cañón utilizada para la batalla.

??: Son todo niños.

Dijo con una voz que dejaba notar que aquel misterioso hombre rondaba los veintes, llevó su mano a su hombro derecho para asantiguar en una cruz al desdichado adolescente cerrando finalmente sus ojos con sus propias manos

??: Requiescat in pace...

El chico urgó en sus bolsillos para así sacar dos monedas de cobre, las monedas del menor valor posible utilizables y este las colocó con cuidado sobre los ojos del maldito. Una sorpresa llegó aquella mañana cuando la voz de un prepuberto llegó a su oreja.

To: ¡Por orden del General Viriato! ¡Te habla Tomás hijo de José! ¡Identifícate!

Cuando el hombre se giró lentamente intrigado por aquel sonido molesto pudo  deslumbrar un chiquillo de cabellos dorados y ojos en tono de roble. Delgado, de cabello rizado y vestido completamente con harapos de pies a cabeza. Armado con una claymore claramente saqueada de uno de los caídos de Tartessos por su estado deplorable, el enano parecía amenazar seriamente al joven.

??: No te recomiendo empuñar un arma que no puedes utilizar.

To: ¿Pero que co- ¡Identifícate he dicho!

El joven bajó su negra capucha para dejar su rostro al frío sol de lluvia mientras se incorporaba en pie. Una tez pálida, ojos verdes en tono aceituna, largo cabello negro y barba del susodicho color parecían formar el rostro del hombre. Pero al niño eso no le llamó la atención más que el arma que este parecía estar portando bajó su plumifera capa negra. Un espadón de mango de marfil y guarda dorada.

To: ¿Eres de Cipango?

??: ¿A caso ves que sea un amarillo?

Lentamente bajo el sonido de la nieve el joven retomó su marcha de nuevo, mientras que los habitantes de Tartessos se podrían definir físicamente con el europeo caucásico germano el de Cipango se podría definir como al asiático.

El chico ya notablemente enfadado por la negativa del hombre ante su pregunta clara y concisa sobre su identificación, pensó en intentar atacar al joven pero en alerta se pusieron sus sentidos al ver aquel cuervo blanco posarse en el hombro izquierdo del hombre de la capa negra que seguía caminando por la desolada llanura de nieve roja y sol esperanzador.

Para aquel hombre, ese día simplemente fue un día interesante mientras caminaba rumbo a su destino, una mera parada en su peregrinaje, pero aquel niño vivo engañado su vida. Puesto que a todos contó que a un angel vió, que portaba la luz consigo, que un cuervo blanco en su hombro se posó y el ni parpadeo, un ser extraño que a los jóvenes muertos el se llevó. Un hombre con una espada blanca, acompañado por un cuervo blanco de ojos rojos y una larga y abrigada capa negra de plumas que cubría su negra armadura adaptada al frío del norte.

Esa fue la historia del niño que vio un ángel tras la batalla del Norte.

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