Jesse

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Habían pasado siete años más, Luke estaba con su padre Alastor, el demonio siempre lo llevaba a campo abierto lejos de la ciudad para desarrollar sus poderes, para Alastor el tiempo "padre e hijo" se resumía en entrenamientos agotadores.

 — De nuevo. - Luke rodó los ojos fastidiado.

 — Hemos repetido esta mierda muchas veces.

 — Y la seguiremos repitiendo hasta que lo hagas bien y no seas tan mediocre. - el menor gruñó.

— Olvídalo, estoy demasiado cansado para soportar esto. - el preadolescente dio media vuelta, estiró sus alas dispuesto a irse, pero la sombra de su padre lo tomó del tobillo y lo hizo caer. — ¡¿Pero qué...?!

— Si me derrotas podrás irte y no tendrás que entrenar una semana. - reto Alastor.

— Bien, si eso es lo que quieres anciano.

Luke arrojaba golpes mientras Alastor los evadía y le recriminaba su falta de disciplina, además de que puntualizaba sus puntos ciegos, el chico estaba en su límite, lanzó un golpe que volvió a ser esquivado, su mano fue hasta su cintura y cuando la redireccionó sintió un peso extra en ella, pero tarde se dio cuenta de que una espada había salido de la nada, hiriendo a su padre, el cual cayó con una gran herida en el pecho, Luke miró el arma manchada de sangre en su mano, luego a su padre, soltó el metal y fue hasta su progenitor.

— Mierda, no sé de dónde salió eso, te llevaré a casa. - el muchacho abrió un portal en la oficina de su papá y entró sin dudar.

— ¿Luke? - Lucifer tenía unos papeles en la mano y llevaba unas gafas, al mirar más detenidamente el polvo en el rostro de su hijo se paró con rapidez. — ¿Qué te pasó? - tomó el rostro del menor entre sus manos y lo examinó con cuidado.

— Papá, padre está herido. - dijo con rapidez.

— Bueno, ese idiota puede cuidarse bien solo. - dijo restándole importancia.

— Papá. - reprochó el chico.

— Llévalo al sillón.

— Gracias por preocuparte por mi, dulzura. - escuchó la irritante voz de Alastor.

— Sí, claro. - desabrochó el saco y la camisa del pecador. — Mierda, ¿qué carajos estaban haciendo?

— No lo sé, estábamos entrenando y de repente apareció una espada en mis manos y... y no sé qué pasó. - Lucifer fue con su hijo.

— Ey, tu padre es un idiota, pero te aseguro que estará bien, es terco hasta para morir otra vez, así que no te preocupes. - el chico cerró los ojos y suspiró. — Déjale este asunto a tu papá, ¿ok? - el muchacho asintió. — Ahora déjanos solos, yo me encargo. - sin rechistar el menor se fue, en cuanto la puerta se cerró, la sonrisa de Lucifer decayó, para ver con gran seriedad al hombre malherido frente a él.

— ¿No vas a ser mi enfermera?

— Cállate, mejor dime qué fue lo que pasó.

— Invocó una espada. - sonrió con orgullo. — No sabía que podía hacer eso.

Lucifer hizo aparecer hilo y aguja.

— ¿Cómo era la espada?

— Negra como la noche, con destellos rojizos, como si fuera lava, combinaba bien con mi sangre. - el demonio se quejó al sentir un nada delicado pinchón.

— ¿Qué tanto lo presionaste esta vez?

— Lo normal. - otro dolor.

— Deja de hacerlo, parece que lo preparas para una guerra o algo así, es un niño, debería estar jugando con demás niños o pensando en que quiere ser de grande.

Gotas de agua Donde viven las historias. Descúbrelo ahora