prólogo

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Un año llevaba trabajando en aquella tienda. No porque estuviese estancado ni nada parecido, sino porque le pagaban bien y vendía algo que amaba: la música. Además, el dueño del lugar confiaba en él, no vigilaba su forma de atender a los clientes y a veces incluso le dejaba llevarse algún que otro vinilo. Llegado a un punto Martin se comenzó a plantear si la tienda no era suya.

No estaba entre sus planes dejar aquel puesto, al menos hasta acabar la carrera de Arte Dramático. Estaba en su primer año de carrera, y era imposible que lo adorara más. La danza, la interpretación y la música juntos solo creaban una bomba de sentimientos en el vasco, y todo aquello era parte de su grado.

Aquel día el sol relucía más que nunca, pero no de forma directa y abrasadora, sino con un color anaranjado y suave, avisándole de que se acercaba la "golden hour".

Pronto sería hora de cerrar, y un viernes eso solo puede significar una cosa: discoteca.

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no se dió cuenta de que alguien había entrado por la puerta de la tienda.

– Disculpa

Pestañeó sobresaltado y vio ante él a un chico alto y atractivo mirándolo divertido. Vestía unos pantalones vaqueros con una sudadera enrrollada en su cintura, y una camiseta sin mangas. Su pelo estaba un pelín alborotado, pero sin duda en lo que más se fijó fue en sus ojos y su sonrisa, completamente cautivadora (y en sus brazos, para qué mentirnos).

– Sí, perdona – tartamudea Martin nervioso

El chico le da una sonrisa ladeada, y le tiende un vinilo. Pablo López, que curioso, hacía tiempo que no le compraban nada de aquel hombre. Lo escanea para ver su precio, sintiéndose observado.

– Así que bohemio – dice el otro al leer lo que decía su camiseta

– ¿Eh? – desde luego que hoy no daba ni una – Ah, sí, creo que se nota un poco en la decoración de la tienda.

– Es muy bonita – lo miró confundido sin entender – La tienda, llama mucho la atención.

Le tiende el billete de veinte y coge el vinilo, rozando los dedos del desconocido. Siente un escalofrío, y por un momento parece que el corazón se le va a salir del pecho. Martin vuelve rápidamente a este mundo y busca el cambio de un euro, pero cuando se lo tiende al chico este niega con la cabeza.

– Quédatelo, seguro que da para otra plantita en la tienda – el bohemio ríe ante su comentario, porque si que era cierto que plantas no faltaban en el lugar.

– Gracias – dice mientras lo guarda en la máquina expendedora, alargando el momento lo máximo que puede – Ten un buen día

– Igualmente, chico bohemio.

Cuando sale del campo de visión del vasco, este suelta un suspiro. Por suerte, su turno había acabado, y no había cerrado la tienda tan rápido en mucho tiempo. 

Para llegar a su piso, el cual compartía con Chiara y Ruslana, solo tenía que girar la esquina y avanzar hasta el número 24. Otra de las razones por las cuáles amaba su trabajo: vivía al lado.

Al subirse en el ascensor, solo tiene dos cosas en mente: la fiesta que le esperaba, y lo idiota que había sido al no pedirle el instagram al chico misterioso.

vinilos - juantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora