episodio 14: locura transitoria

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Si te cruzas a una pareja por la calle, probablemente te provoque ternura, o tal vez algo de envidia. Pero hay otro tipo de parejas: esas en las que dos personas aman cada faceta de la otra, y se acompañan y apoyan mutuamente. Esas relaciones que, sin formar parte de ellas, quieres que duren toda la vida.

Y hasta esas parejas discuten.

– ¿De verdad crees que estaba ligando conmigo? – el menor cierra la puerta tras él, sin preocuparse demasiado por el ruido que hiciese ya que sus amigas no están en el piso.

– Que me dejes ya, joder – resopla el maño, alterado. No sabe muy bien si en estos momentos está enfadado con el chico frente a él, con el mundo o con él mismo – Soy gilipollas y ya está.

– No, háblame. Que luego te lo guardas – un muy frustrado vasco tira del brazo de su novio para que lo mire a los ojos. – Y que sepas que no voy a ser siempre yo el que busque solucionar los problemas. Necesito que pongas de tu parte.

Las palabras del menor parecen tener efecto en él, que puede aparcar un poco el disgusto y respirar. Premedita las palabras antes de pronunciarlas.

– Lo siento – hace el esfuerzo de mirarle a los ojos, por mucho que le cueste – Simplemente he pensado en que en cualquier momento podrías enamorarte de otra persona al verte con él. Y me he enfadado por pensar eso, porque sé que no lo harías. Y yo tampoco. Y luego me he agobiado otra vez por hablarte así, cuando tú eres capaz de estar tan calmado y yo soy un puto ogro.

– No eres un ogro – la mirada del menor se suaviza, dándole la mano – A mí también me hubiera molestado, pero es que soy un poco ciego para estas cosas. No me doy cuenta de cuando alguien está ligando conmigo, porque estoy tan enamorado de ti que ni me lo planteo.

– Te detesto – ríe suavemente el mayor – Siempre sabes que decir.

– Porque es verdad – el menor se pone de puntillas, enredando los brazos en el cuello del chico – Pero prométeme que le próxima me lo dices en vez de guardarlo dos horas y estar amargado. Y yo te prometo que tampoco me lo voy a guardar, ¿vale?

– Vale – sus narices se rozan, con cariño – Quiero estar así contigo, siempre.

– Y yo contigo, en nuestra casa – el más bajo no es consciente del peso de sus palabras. El determinante posesivo sale de sus labios como quien plantea ir a comprar el pan. Pero para Juanjo significa un mundo, porque ha estado dándole vueltas a la misma idea durante semanas. Al notar la tensión en la espalda del aragonés, se separa un poco buscando su mirada de nuevo – ¿Qué pasa?

Traga saliva, y abre la boca para responder. Pero entonces se da cuenta de que no sabe como plantear la pregunta. ¿Quieres vivir conmigo? No, a ver, tampoco le estás pidiendo matrimonio. ¿Quieres que vivamos juntos? Joder no, no uses el verbo vivir, mejor mudar, más elegante. Vivir viene adjunto, ya vives, sino estarías muerto.

– ¿Juanjo?

– ¿Quieres mudarte conmigo?

.....

"¿Quieres mudarte conmigo?"

La pregunta se repite en su cabeza como el estribillo de una canción muy pegadiza que llevas escuchando semanas. La sorpresa se apodera de su cuerpo: ¿Irse del piso marruski? ¿Vivir con el amor de su vida? ¿Empezar una nueva etapa?

Se replantea si lo ha soñado, pero una caricia en el dorso de su mano lo despierta de su ensoñación. Mira hacia abajo, el pulgar de su chico trazando círculos con una inseguridad atípica en él. Entonces lo mira: unas pupilas con temor reflejado en ellas, pero esperanza a su vez. Y lo tiene tan claro, que en parte siente una diminuta culpa por sus compañeras de piso.

vinilos - juantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora