episodio 10: ocaso

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El mes de diciembre transcurre como una película para ambos chicos.
Los "Friends", así los había titulado el sevillano, quedaban cada miércoles para almorzar en un sitio distinto, que luego Martin y Juanjo aprovechaban para dirigirse a la tienda de vinilos, uno a realizar su trabajo y el otro a acompañarle con un café calentito.
Había llovido mucho desde la última que Juanjo se sentía así de feliz, así de completo.

También sabía que se aproximaba la actuación de navidad de Martin, y no podía estar más ansioso. Había pasado horas ayudando al chico a aprenderse el rap en francés, pero el susodicho se negaba a mostrarle el baile. Insistía en que quería que fuera sorpresa, y aunque eso creaba aún más ansias y expectación al maño, terminó aceptando. Sobre todo porque no le quedaba otra opción.

Esa mañana de sábado Martin se había despertado sorprendentemente temprano para ser él, y no por elección propia. El día anterior Juanjo le dijo, cito palabras textuales, "haz la maleta que te recojo mañana a las nueve".
Aunque estaba ansioso por ver qué se traía entre las manos el aragonés, también estaba tremendamente cansado. Debido a la expectación de la salida sorpresa no pudo conciliar el sueño hasta las tantas de la madrugada.

Al salir del piso arrastrando la maleta con parsimonia, el mayor le observa con una ceja alzada desde su coche.

– Te noto emocionado – dice irónico el maño, saliendo del vehículo para ayudarle a subir el equipaje, no sin antes abrazarlo con fuerza.

– Es que estoy cansado – responde flojito, separándose del abrazo y mirándole a los ojos – Te he echado de menos.

De la garganta del mayor sale un sonido que Martin interpreta como "Yo a ti también" mientras deposita cortos besos en su mejilla.

– Venga vamos, loco – dice Juanjo al fin, separándose – Puedes dormir en el viaje.

– Madre mía, ¿a dónde vamos Juanji? – pregunta entre travieso y emocionado, sentándose en el asiento del copiloto. El contrario simplemente levanta los hombros en señal de confusión disfrutando de la frustración del menor.

Juanjo no lleva ni veinte minutos conduciendo cuando nota la respiración acompasada del chico a su lado, y sonríe con ternura. Que estuviera dormido era mejor para él, así no tenía que disimular sus nervios y el destino sería completamente enigmático.

.....

– Despierta, dormilón – susurra acariciando su pelo, algo alborotado tras tres horas de sueño. El bohemio abre los ojos lentamente, algo deslumbrado por el sol directo a su rostro. Pestañea varias veces, divisando el paisaje que se presenta ante él. Sus ojos se abren con sorpresa, y se gira a mirar al chico a su lado, para después volver a centrar su vista en el frente. No podía creerlo, tenía que estar soñando.

Ese olor a agua salada.

No, definitivamente no estaba soñando. Juanjo lo había traído a la playa.

Sin pensarlo dos veces, abre la puerta con la necesidad de sentir el sol sobre su piel, la brisa sobre su rostro. Al pisar el suelo del aparcamiento es cuando reacciona y se gira a buscar al aragonés, que también había bajado del coche y lo miraba sonriente, orgulloso de haberlo hecho feliz. El vasco corre a sus brazos, enredando sus piernas en su torso y dejando besos castos por todo el rostro y mandíbula del mayor, que ríe sonoramente.

– Portugal – susurra el menor, leyendo un cartel frente a ellos. Sus ojos deslumbran euforia.

– ¿Te ha gustado? – pregunta el maño queriendo escuchar lo evidente en voz alta.

– Me ha encantado, tonto – responde, liberando el torso del mayor para volver a apoyar sus pies sobre el pavimento – Te quiero mucho.

– Y yo a ti – sonríe el contrario, rozando sus narices con cariño – Ahora, a la playa.

vinilos - juantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora