¡Delicioso!

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Buggy come mucho, aunque no parezca porque se mantiene delgado como siempre.

No en grandes cantidades como Luffy, pero fácilmente un día algo lejano podría llegar al nivel del pirata con Sombrero de Paja.

Y últimamente debido al hecho de que eres tú quién cocina repite su plato unas tres veces. Vamos ¿los piratas no tienen fondo?

— ¡Capitán!

Pero estaba robando el plato hondo de Cabaji constantemente con mucho disimulo. Él era el capitán, después de todo ¿quién le prohibía comer las veces que quisiera?

— El que lo encuentra se lo queda. — Es su única excusa para ello.

— ¡Dios, Buggy! ¡¿Te estas comiendo el... el desayuno de Cabaji?!

A excepción de ti. La única persona que podría darle regaños porque eres igual de testaruda que él. Compartían temperamento, nada raro actualmente.

— ¿Que? — Se miró las manos con rapidez, tragando con fuerza antes de darse cuenta de su propia travesura de niño adulto. — No. — Negó con lentitud lo que estabas viendo con tus propios ojos.

Callaste tus palabras antes de que tus labios soltasen una más, apoyándote contra la mesa mientras pensabas en algo interesante. Sonreíste con confianza y le llamaste de un silbido.

— Ya sé, tengo algo para ti.

— ¿Que cosa? — Habló con las mejillas llenas, su puño se golpeó el pecho ligeramente para pasar lo que se atoraba a partir de su garganta.

— Postre ¿no quieres?

— ¿Huh? ¿Estas loca, nena? Sí lo hiciste tú sería un sacrilegio que no quisiera. — La silla donde se sentaba para comer se arrastró hacía atrás, dejándole paso a sus pies de ir directo a ti.

El plato permaneció en sus manos, lo detuviste para agarrarlo de la chaqueta antes de llevartelo al camarote.

— Deja el plato de Cabaji sobre la mesa. — Pediste, o más bien ordenaste.

Él te mira, luego al de peinado raro, luego a ti. Y otra vez. Y otra. Hasta que se detiene en tus lindos ojos entrecerrados mirándole con autoridad y resopla para obedecer.

Cabaji por otro lado, se sintió más que aliviado.

— ¿Que prefieres, Buggy? ¿Panqueques o helado?

Bueno, ahora estaba entre la espada y la pared. Dios, esto era malo para su salud, lo matarías de un infarto.

Amaba ambos, cada cosa hecha por tus manos era una bendición para su barriga de payaso. Parpadeó varias veces, rebuscando en su mente una respuesta valida.

Lo arrastraste antes que todo a la cama de su camarote, sentandolo sobre ella para tomar tu lugar frente a su cuerpo.

— Eh..., ambos. — Dudó, rascandose la nuca. — ¿Por que me trajiste aquí y no a la cocina? Aunque no me quejo si a la que tengo que comerme es a ti. — Sonrió con sorna, colocando su mano sobre tu muslo para masajear un poco la suave carne bajo sus dedos callosos y enguantados. — Y no a canibalismo.

𝑬𝒔𝒄𝒆𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 - 𝑩𝒖𝒈𝒈𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora