Cosquillas

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La mayoría del tiempo, Buggy se mantenía estresado sin importa la hora.

Sufría de un estres incontrolable que requería de descanso para lograr disminuir, pero digamos que las ojeras bajo sus ojos que el maquillaje cubría no era evidencia de un buen sueño. Últimamente estando ocupado con temas de la tripulación no se volvía muy común el tocar una almohada.

Pestañeaba una vez por hora con una taza de café sobre su pecho. Manera simple, según él, de obtener algo de energía.

Así que decidiste hacer algo para sacarle al menos una sonrisa aútentica a ese cansado rostro.

Lo mucho que esta disfrutando tu método se escucha hasta en la cubierta donde sus hombres trabajan con obedicencia mientras ríen de lo entretenido que tienes a su capitán.

— ¡Vamos, nena, para!

Buggy es demasiado cosquilloso en los pies. Eso lo tienes más que claro. Incluso llevando esas medias de rayitas que siempre usa puestas, puede sentir tus juguetones dedos rozando la planta de su pie con inquietud.

Intentó no removerse demasiado entre las sábanas para no quitarte de tu cómodo lugar sobre su vientre, que se contrajo un par de veces al sentirte soplar sobre él. Sin embargo, sus dedos lo compensaban al momento de contraerse y retraerse una y otra vez sin parar, acompañados del suave movimiento que hacía con sus piernas para alejar tus manos de su punto debil.

La yema de tus dedos se paseó de abajo a arriba y viceversa sin importar que tanto se presionaban contra su piel. No te repugnaba en lo más mínimo, Buggy no solía ser muy aseado pero sus pies estaban limpios y eran bastante suaves en lo que cabía.

— Carajo, preciosa ¿es que quieres matarme? — Espetó arrastrando las palabras sobre el sonido divertido que escapaba de entre sus labios.

La risa de Buggy era agradable cuando se trataba de una risa sincera. Aunque no le quitaba esa agudez que te hacía no querer confíar en él solo por ello y pasar más a tener los vellos de punta al tan solo escucharle. Pero, agradable.

Las gotitas cristalinas que adornan el rabillo de su ojo te dan una prueba del límite al que has llegado. Son pequeñas, bajan con mucha lentitud por su piel y parecen evaporarse poco a poco con el calor de su mejilla que no tardó en tornarse carmesí.

Tus labios cerca de su ombligo le estremecieron, carnosos en la piel de su estómago se posaron sobre él. Pero solo se hundió ante tu contacto sin dejar de soltar risas bajas y fuertes dependiendo si parabas o no. Aunque realmente no quería que lo hicieras.

El pequeño mechón azul bajo el ombligo de Buggy que te llevaba al resto de vellos debajo de su ropa interior te hizo cosquillas. Lo soplaste con diversión, mandando una brisa fría a recorrerle tan solo esa zona. Pudo sentirlo por cada rincón de su cuerpo, arqueó la espalda y se retorció en tus caricias, sonriente.

Ver a Buggy sonreír es lindo. Tanto como él.

— Basta, bebé ¡Si matas a Buggy el Payaso quedará en tu conciencia!

— ¿Vendrás a jalarme las piernas en la noche?

Abrió los ojos y frotó con su palma la esquina de uno de ellos en un intento por calmar su euforia. Pero solo pudo soltar otra risa más débil.

— Lo haré. — Gruñó. — Y no la vas a pasar bien ¿entendiste?

Rodaste los ojos ante la amenaza. Era un pervertido, si llegaba en forma de fantasma de jalaría las piernas para otra cosa.

Gateaste con paciencia a las almohadas donde su cabeza reposaba, dejando atrás su parte baja para pasar a sus costados. Allí no tenía tantas cosquillas, pero valía intentar.

Buggy se rascó el abdomen y dio vuelta para apoyarse sobre su costado. El pecho le subía y bajaba con rapidez, respirando acelerado ante los ataques que le diste. Su corazón iba a mil, quiso calmarlo con un abrazo sin saber que eso solo empeoraría su ritmo cardiaco si eras tu su peluche para abrazaer

— ¿Ya ves lo que haces? — Se quejó.

Te rodeó con uno de sus brazos, acercandose a tu rostro peligrosamente.

Su humeda lengua se paseó por tu mullida mejilla, mordiéndola poco luego en una muestra de afecto.

— Que asco, Buggy. — Te quejaste inflando las mejillas. Más acceso para morderla.

Tus manos se apoyaron en sus costillas, tocando aquí y allá con la palma en busca de un punto exacto.

— No me dan cosquillas allí, pequeña tonta. — Comentó burlesco.

— ¿Seguro?

El payaso asintió.

— ¿Y aquí?

Pinchaste con tu dedo una zona cerca del inicio de sus axilas, viéndole dar un pequeño brinco. Lo hiciste de nueva cuenta para comprobar. Dio un respingo, otra vez.

— Lo tengo.

— No te atrevas, me las vas a pagar.

Y la habitación volvió a llenarse en menos de cinco minutos con las dulces y agudas risas de Buggy.

𝑬𝒔𝒄𝒆𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 - 𝑩𝒖𝒈𝒈𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora