Amanecer.

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De vez en cuando, a Buggy le gustaba compartir momentos básicos en una pareja contigo. A pesar de no parecer mucho de esos, porque, ciertamente, no lo era hasta que llegaste tú y le robaste el corazoncito de pollo que tenía muy en el fondo.

Uno de ellos, era ayudarte con el desayuno. Esperaba pacientemente a que le dieses una orden, puesto que la que mandaba en la cocina eras tú vieran por donde lo vieran. Aquellos pantalones cortos que le llegaban a la mitad de los muslos permitiendote ver gran parte de su cuidada piel, usados principalmente para dormir, se ajustaban a él a la perfección. Y era mucho mejor cuando prefería no llevar su chaleco o una camiseta en este tipo de ocasiones, porque las líneas de su abdomen trazadas a la perfección, señaldas por un caminito de vellos azules, eran la mejor que verías este día y los siguientes

Y, por Dios ¡Que brazotes!
Avemaría que cierta gente de pequeña si debía tomarse el caldito que les hacía la mamá.
Pero, ignorando el hecho de que se te estaba yendo la mirada, Buggy se veía tan lindo cuando hacía la más miníma cosa que le hiciera distraerse un buen rato. Pareciendo tierno cuando en realidad acababa de levantarse tras tener algo de intimidad matutina, pero que, de todos modos, era ese Buggy suave que no tenía ningun tipo de preocupación ahora.

— Aburrido. — Su voz rasposa es como una caricia a los oídos, aterciopelada y demandante a la vez. — ¿ya podemos comer?

— Aún no esta.

— Mierda ¿y cuando se supone que este?

Había algo que diferenciaba a todos los hombres, todo el mundo sabía eso, el caso de que algunos eran limpios y respestuosos, y había unos que simplemente no. Pero Buggy no parecía hacer parte de ninguno de los dos tipos mencionados, más bien era una mezcla de todo lo que ello respectaba, por eso es único en el mundo. Podía variar respecto a como se sintiera, si es contigo se vuelve mucho mejor, le ayuda a tener un mejor despertar. Él era único
Todos lo son, según lo que la gente dice.
Pero Buggy es Buggy. Y tu Buggy no tenia paciencia, que era una de las cosas que más destacaba.

— ¿Podrías tener algo de paciencia?

— No. — Frunció el ceño y se enfocó en ti, principalmente. Aquellos ojitos bonitos entrecerrados eran más que suficiente para dejarte ver el brillo que chocaba contra ellos mediante la luz que entraba por uno de los ventanales, se contrastaba perfectamente con su color.

— ¿Por que no?

— Porque quiero salir corriendo a la cama a comer esta delicia que yo mismo preparé mientras me mimas.

Resoplaste. ¿Debías sentirte ofendida o halagada? Mayormente porque fuiste tú quién lo preparó. Él solo picó un tomate y de no ser gracias a su fruta del diablo no tendría un dedo.

— ¿Delicia? Claro, porque yo lo cociné. — Dices, orgullosa de ti misma.

— Mentirosa, solo quieres llevarte todo el crédito porque sabes que soy el único capaz de cocinar algo tan perfecto y te dan celos.

— ¡Cortaste un misero tomate, Buggy!

— Importante. — Puntualizó.

No es cierto, el tomate era nada más un extra. Pero no podías pelear con Buggy el Payaso, tardarían una eternidad tirando argumentos sin sentido que les harían perder el tiempo, así que nada mejor que suspirar y quedarte callada, dejándole sentirse como el ganador de un premio inexistente.

— ¿ya? — Repitió, irritante.

— Bien ¿sabes lo que hago cuando me aburro? — Soltaste los utensilios de la cocina y te giraste a él, recostado contra el mesón.

— ¿Que?

— Bailo. — Sonreíste.

Tus manos terminaron sobre las suyas, agarrando con fuerza desde sus muñecas para atraerlo a tu cuerpo delicadamente. Buggy dio un brinco suave, tragando con fuerza.

— Pero yo no sé bailar, nena.

— Claro que no, todos sabemos bailar. — Reíste. Él amaba que rieras, le brindaba paz. — Mira.

Jalaste su brazo hacía tu cintura, su mano aterrizó en ella al dejarse llevar por ti y enganchó aquellos ásperos dedos en tu fina piel. Por otro lado, la tuya tomó un lugar cómodo en su hombro, deslizándose con mucha lentitud a la nuca y volviendo al tiempo que acariciabas algunos mechones de cabello, peinándolos con tus dedos y viceversa.

Tu cabeza cayó en su pecho frío, acoplandose a la perfección en medio de sus pectorales donde te dejaste hundir mientras dabas el primer paso. El corazón de Buggy corrió con rapidez, queriendo escapar de su pecho con cada latido que sentía más fuerte que el anterior.

Tuvo una lucha interna, donde sus pies y ritmo combatían a muerte para seguir tus pasos a la perfección. Escuchaba los gritos de ambas cosas en su mente en las que se debatía la convivencia y cooperación con el fin de no meter la pata.

Bailar sin música era exactamente lo mismo con acompañada de ella, la cosa era que; justo ahora, sus oídos podían percibir el sonido de tu corazón sincronizando con el tuyo, bailando al compas de sus piernas, sin interrupción alguna. Le agradaba.

Su brazo terminó por rodearte completamente, encerrandote en su músculo tenso mientras apoyaba el mentón en tu cabeza, teniendo que inclinarse. Suspiró, complacido por la forma en que tus dedos trazaban la curva entre su cuello y el hombro tan aterciopeladamente. Lo tenías derretido como un caramelo muy dulce en tus manos, eso te lo hizo saber con claridad cuando, inconscientemente, ronroneó como un gatito callejero disfrutando de las caricias que nunca nadie le había brindado.

— ¿Lo ves? — Susurras. Él solo asiente, porque esta tan perdido en la forma en como tus pies se atrapan con los suyos que no necesita pensar en nada más. Es todo.

Rió agudo de la nada, agradable. Una idea que llegó a ver una vez le iluminó la mente, debería practicarlo ahora.

Su brazo te soltó, lanzandote de inmediato para acunarte con el otro desde un poco más abajo de tu axila mientras abría las piernas y te veía inclinarte hacía atrás con la acción. Soltaste un gritito tierno. Eso le gustó.

Estando frente a frente, sintió esa intensa necesidad de ocupar ese espacio que quedaba entre tus labios y los suyos. Podía ¿verdad?. Escabullir su lengua entre esos carnosos rosaditos para sellarlos en un beso cálido, suave, cariñoso pero que también te quitase todo el aire posible. A él le gustaban de esos.

Los amaba, pero no tanto como a ti.

Su frente colisionó con la tuya suavemente, terminó de abrazarte en su totalidad al tiempo que sus ojos se cerraban, buscando ese último tacto que le haría irradiar amor en todo el sentido de la palabra. Eso que le robaría el corazón, lo arrancaría de entre esa barrera en la que se escondía y provocaría que bombease sangre con más frecuencia apartir de ahora cada vez que vea esa dulce mirada descansar en la suya. Tus ojitos iluminados.

Y como si hubieses leído su mente, besaste su nariz. Eso lo pone de rodillas ante su única deidad; tú.

Gruñé en voz baja y, al final, siempre terminará con un;

— Te amo.

𝑬𝒔𝒄𝒆𝒏𝒂𝒓𝒊𝒐𝒔 - 𝑩𝒖𝒈𝒈𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora