Capítulo 6

7 2 9
                                    

Hansel tenía razón: Elisabet era una mujer muy conversadora y agradable, de buen temperamento. Portaba un largo vestido anticuado. Y les había ofrecido dulces. Anja agradeció que hubiera chocolate caliente y bombones. Pidió una deliciosa taza, y Danjel igual se animó a pedir la suya. Ambos policías escuchaban sus peroratas en calma.

      —¡Ya nada es como antes! —decía ella—. Este pueblo es muy aburrido y disperso, como todos los pueblos feneses, supongo. Desde que terminó la Navidad, los visitantes se han ido y todo es ahora solitario y amargo. Pero, claro, en este país es todo así. Cuando visité Argentina, las cosas...

      —Señora Krigerssen... —intentó interrumpirla Anja.

      —¡Oh! No me traten por ese apellido. ¡Ya no lo quiero oír!

      —¿Cómo le decimos, disculpe?

      —Pues por mi apellido de soltera, ¿cuál más? Soy Elisabet Rupertssön.

      —Muy bien, señora Rupertssön, usted dice que Døbenstad tiene mucha vida en Navidad...

      —No solo vida, es muy colorido. Aunque, a decir verdad, hace un año era mucho mejor porque...

      —¿Hace un año? ¿Desde cuándo vive aquí, separada de su marido?

      —No vivía aquí hace un año, desde luego. El atractivo de Døbenstad siempre ha sido el bazar navideño. Yo y mi marido gustábamos de venir a mediados de diciembre. Me gustaba comprarle juguetes temáticos a Karl cuando apenas era como de esta estatura. —Indicó la longitud a la altura de su rodilla—. Pero desde que empezamos a pelearnos todo ha cambiado. Seguro ustedes vieron a Hansel como un viejo desinteresado. Él no era para nada así al principio. Se volvió amargado.

      —¿Cuándo se mudó aquí entonces?

      —Desde que comenzó la quermés, como por el quince o dieciséis de diciembre. —Elisabet se esforzaba por recordar la fecha.

      —Eso sería como hace dos o tres semanas, ¿verdad?

      —Sí, creo que sí.

      —¿Por qué dejó a su marido apenas?

      —Ya no soportaba sus mentiras. Cada vez se volvía más cínico. Me tomaba por tonta.

      —¿Como qué mentiras contaba?

      —Uy, ¡demasiadas! ¡De todo tipo! Cuántas veces lo sorprendí diciendo que había ido a tal lado y por cuestiones de trabajo. Llegaba muy tarde. Él detestaba que lo cuestionara. Un «¿dónde has estado?» era suficiente para que se volviera loco. Tal vez ustedes ya lo hayan constatado. Odia las preguntas. En fin, que yo sabía que no hacía nada de lo que decía y se burlaba en mi cara.

      —¿Sospechaba infidelidad?

      —¡Ojalá me hubiera sido infiel! —exclamó, y Danjel casi se atraganta con un bombón. Tosió y las mujeres esperaron a que se compusiera.

      —Perdón. —Carraspeó este—. Continúen.

      —¿Por qué hubiera preferido una infidelidad? —preguntó Anja.

      —Porque otra mujer sería cosa sencilla. Yo sé que Hansel oculta muchas cosas horribles. Desde que se juntó con ese tal Berlusconi, un condenado italiano que gustaba de extorsionar a buenos feneses, Hansel aumentó sus viajes misteriosos.

      —Ya me imagino. Señora Rupertssön, su hijo mencionó que Hansel tenía un amor del pasado.

      —Ah, sí —admitió Elisabet con decepción—. A veces pronunciaba el nombre de una mujer entre sueños. Era inaudible. Algo como Sue o Donna, no sé. Y, ya saben, al momento de preguntarle por ello, el canalla se ponía complicado. A veces se sumergía en largos periodos de melancolía. Me recordaba al tirano ese que salía en Cumbres Borrascosas. Heathcliff creo se llamaba.

      —Entiendo. ¿Sabe si Hansel recibió chantajes o amenazas por parte de otros mafiosos?

      —¡Uy!, ¡varias! En una ocasión llamó un hombre de acento italiano para decirle que se anduviera con cuidado. ¡Un italiano! ¡Y en nuestro propio país!

      —Lo comprendo. Pero ¿hace poco ha recibido algo así? Digamos... ¿en las últimas semanas?

      —Llegó apenas un paquete horrible. —Ambos investigadores se sorprendieron—. Y debo admitir que fue la gota que derramó el vaso. Apenas vi esa cosa, le dije que quería el divorcio. Ni le di explicaciones. Lo siento mucho, agentes, sé que debí reportarlo, pero es que tampoco estaba tan segura de qué pretendía quien lo mandó. Sin embargo, eso no le quita lo horrible.

      —¿Podemos ver?

      Anja y Danjel se levantaron enseguida y siguieron a Elisabet hasta un pequeño almacén repleto de escobas. De debajo de unas cajas sacó una más pequeña y la colocó en la barra de la cocina. Anja ordenó a su compañero que le prestara unos guantes de plástico y esta se los calzó de inmediato. Adentro había documentos y fotografías impresas de Hansel, aunque demasiado joven. En una salía de niño y al lado de lo que parecía ser su familia nuclear. Allí se veía a su padre, a su madre, a su hermana y a él. Por el deterioro del color y la vestimenta, se intuía que era a mediados de los años cincuenta. En otra se le veía ensimismado, de cara a un lago veraniego. Y en la copia de un registro poblacional había datos escritos de otra persona.

      —Nølsson, documenta esto, ¿quieres?

      —Sí, inspectora. —Sacó una cámara de su mochila y capturó las pruebas.

      —¿Qué significa esto, señora Rupertssön? —preguntó la inspectora.

      —¿No es obvio? Que mi exesposo es un completo mentiroso. Su verdadero nombre no es Hansel Krigerssen, sino Frederik Grönnborg. Su edad, las fotos, el lugar de nacimiento, su pueblo de la infancia, todo coincide. Eso explica por qué nunca me habló mucho de su juventud ni de su familia. Se limitó a decirme que era callado y que no hacía muchos amigos, cosa que le creí durante décadas. Yo, como cualquier esposa, estuve encantada de no saber nada de mis suegros.

      —¿Y cómo dice que obtuvo esto?

      —Llegó por correo a mi casa de Óberin, poco antes de Navidad.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora