Capítulo 27

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—Aquí el oficial segundo Danjel Nølsson —dijo al teléfono, mientras conducía la camioneta—. Solicito refuerzos. —Detalló la dirección de la casa de los Högenborg—. Repito, ¡solicito refuerzos! El asesino podría estar allí resguardado.

      Anja iba en el asiento del copiloto. Se mordía las uñas, y miraba los alrededores como adivinando la ubicación de su hija. Ya había intentado comunicarse con ella, así como con su marido, pero ni ella dio señales de vida ni él supo qué contestarle, más allá de que no localizaba a Annika.

      Según Vanger, antes de que Anja llegase a la región de Norduvik, el asesino publicó una nueva entrada en la que este se burlaba de ella. En el texto no aclaraba nombres, pero era más que obvio que insinuaba haber privado de la libertad tanto a Annika Olssen como a Karl Krigerssen. Por otro lado, el equipo de guardias que tenía que custodiar al joven había denunciado su misteriosa ausencia. Aunado a los tensos acontecimientos, asimismo en la comisaría de Rødelstad, un grupo de efectivos se preparaba para la posible captura del asesino.

      La casa Högenborg se encontraba un poco lejos. Astrid, que viajaba en el asiento trasero, indicaba al oficial cada ruta que debía tomar. Cabía recordar que Rødelstad no era un pueblo como se les conocía, con todas sus manzanas bien definidas y edificios a la vista, sino que esta localidad rural, como tantas otras de Fenelvadia, se asemejaba más a un campo abierto que a una urbe.

      Al final, Danjel aparcó frente a una enorme casa roja, engullida por las tinieblas. Astrid le había gritado que allí aún vivía la señora que una vez hubiera adoptado al pequeño Ragnar. Los investigadores se apearon de inmediato, con Nølsson a la cabeza. Cruzaron el sendero del jardín, que lucía muy abultado por la nieve, y revisaron la fachada. Para gusto de ambos, la residencia se hallaba demasiado oscura, por lo que, sin dudarlo, Danjel destrozó la cerradura de la puerta principal con tres golpes de costado.

      Al venirse abajo la puerta, que ya denotaba fragilidad, Anja no contuvo su emoción y gritó al aire el nombre de su hija. Annika no respondió, por supuesto, pero tampoco quien se suponía que viviría allí. Por consiguiente, Danjel encendió su linterna bajo el arma y alució el interior. Las escaleras, el corredor inicial y la estancia se encontraban intactos. Los relojes sonaban su tictac. Pero el silencio era tan crudo que solo les hizo pensar que allí ocurría algo fuera de lo común.

      Provista nada más de una navaja, Anja se desplegó con sigilo por el lado izquierdo de la casa. Siguió llamando a su hija, pero con una voz más suave. Una idea contradictoria cruzó por su mente; creyó que era inútil guardar silencio cuando ya se había delatado apenas entró. De igual manera, la inspectora continuó su cautelosa búsqueda por la casa. Pronto oyó al fondo el continuo pitido de un aparato. A través del comedor, por una galería donde reposaban estantes con vajillas caras, Anja también comenzó a notar un rastro sanguinolento sobre la textura caqui de la alfombra.

      Ahogó un grito y se apuró.

      Una vez llegó a la puerta de la cocina, más allá del sucio tapete y por sobre el entarimado de caoba, el rastro de sangre aumentó su cantidad. El color era fresco, denso y oscuro, y en el marco de la propia entrada se imprimía la huella de una mano.

      —¡Nølsson! —gritó por lo bajo—. ¡Aquí!

      El oficial murmuró algo y la inspectora dio por hecho que la seguiría. Después, al dar la vuelta hacia la cocina, su linterna reveló una violenta escena: una anciana con una mano en el cuello había tratado de detener una hemorragia causada por degollamiento. Su mirada se perdía hacia un lado, inerte. Anja hizo una mueca de horror y reprimió una arcada que la hubiera hecho vomitar allí mismo. Miró a los lados y enseguida comprendió que la sorpresita no involucraba a su hija, lo que no la hizo sentir aliviada ni de cerca, sino que la colocó debajo de un manto de incertidumbre.

      El pitido provenía del teléfono, que estaba adosado a la pared y justo arriba del cadáver de Vinda Högenborg. Notificaba un mensaje de voz en la contestadora. Sin embargo, el horror de la escena se complementó debido a un texto escrito sobre el tapizado con la sangre de la propia víctima. «Escúchelo», rezaba.

      La inspectora dudó, pero con la preocupación que sentía por Annika, acercó la mano.

      —Yo no haría eso si fuera usted —comentó Danjel a sus espaldas.

      —¡Ese hijo de perra ha estado jugando con nosotros, Nølsson...! —Anja escuchó su propia voz más rota de lo que pensaba—. Necesito saber dónde está.

      El oficial aprobó la situación.

      Ella acercó, pues, la mano, aún con muchas dudas, y apretó el botón de reproducción. Como no ocurrió nada, levantó el auricular y procedió a repetir el mensaje. Y esta vez sí pudo escucharlo, aunque solo para ella. Danjel la miró con desasosiego. Al inicio Anja solo oyó ronquidos y gimoteos entre un montón de ruido y estática, cual si de una macabra psicofonía se tratase, pero luego sí vino una voz, la voz de Ragnar Högenborg.

      —«Perdón por bloquear el altavoz, inspectora Olssen, pero este mensaje no le concierne a su compañerito. Debe estarse preguntando dónde está su dulce hijita. No se preocupe, Annika está muy bien. Algo asustada, sí, pero no tiene un solo rasguño; se lo prometo. Solo padece de la amarga decepción de no haber presenciado el concierto de su artista favorita. —Anja sostuvo con rabia el teléfono. Deseó aniquilar al Carnicero con su propias manos—. Ahora, tengo una pregunta para usted. Deberá ser muy sincera. ¿Qué le importa más: su hija o su trabajo?

      »De esta respuesta dependerá el final de esta historia. En caso de que prefiera a su hija, deberá ir a donde todo comenzó. ¡Sálvela! No permita que se convierta en la princesa de hielo, esa bella durmiente que nadie pudo rescatar. Por el contrario, si prefiere a su trabajo, vaya y rescátelo del fondo de la podredumbre de este país, debajo de donde hay tantas y tantas mentiras almacenadas. Le doy una pista: ya ha estado en ambos lugares. Posdata: si resuelve este sencillo acertijo e intenta llevar a la policía a más de un encuentro, me enteraré y ambos morirán de inmediato, así que... ¡elija bien!».

      El tono se cortó y una voz mecánica confirmó que era el único mensaje. Danjel quiso saber qué le había dejado allí el asesino. Pero Anja no quiso hablarlo, o no pudo mejor dicho. Tan pronto como trató de explicarlo, las sirenas de la policía aullaron a la distancia.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora