Capítulo 18

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Anja pisó el acelerador. La camioneta de Breivik no tenía la suficiente velocidad, pero el motor hacía lo que podía por llevarla lo más pronto posible al negocio de Mikael. También necesitó de la sirena, que se quedó en la guantera del anterior vehículo. Aun así, la inspectora sorteó muy bien el tráfico y se adelantó a los semáforos que impedían el paso porque algún barco pesquero pasaría por debajo de los puentes.

      «¡Ese malnacido! Lo tuve frente a mí fingiendo ser un ciego. ¡¿Cómo no me di cuenta?!»

      Cuando ganó cierto tiempo, Anja tomó su teléfono y marcó a Camilla Vanger.

      —¡¿Dónde has estado todo el día, Anja?! Estamos por reunirnos en Våldsomstad para investigar el asesinato de Nikolaj. Al miserable lo...

      —¡Ya lo sé! Me estrellé y el coche quedó inútil. Tuve que tomar prestada la pick up de Breivik.

      —¿Breivik? ¿El exinspector?

      —¡Sí!

      —¿Cómo demonios te estrellaste?

      —Deberías preguntarle a tu asesino favorito. —Camilla se quedó confundida y no contestó—. El hijo de puta me drogó con una pastilla para dormir y provocó que me accidentara. Todavía estoy insegura en cuanto a si quiso matarme o no.

      —¿Cómo que te drogó? ¿Lo viste o cómo?

      —Camilla, escúchame. Necesito que rastrees este número. —Se lo dictó rápido y lo repitió una vez más—. En caso de que arroje una ubicación exacta, lleva a un grupo de efectivos allí para que detengan al asesino. En este preciso instante me dirijo a ese lugar. No puedo ir a Våldsomstad a ver el hermoso cadáver de Nikolaj Grönnborg ahora.

      —¡¿Para qué irías sola?! Ven con nosotros al...

      Anja colgó el teléfono y se desvió en el kilómetro que había indicado. Una vez que se apareció a las afueras de la cafetería, que lucía más siniestra de día que de noche, la investigadora se apeó y hurgó en la batea de la camioneta. Allí se encontró con uno de los rifles de Breivik. Aunque no supo si este estaba funcional o cargado, porque no tenía mucha idea de armas, Anja lo tomó y se sintió empoderada con él. Caminó hacia el negocio abandonado y tocó la puerta a puñetazos.

      «Si te quisiera muerta, te hubiera apretado el pescuezo mientras hubiera podido, tonta», le dijo su voz interior, «¿crees acaso que te estará esperando aquí? Es obvio que el cabrón tenía todo planeado. No seas estúpida».

      —¡Abre! —gritó—. ¡Lindborg!

      Amagó con romper el vidrio con la culata, mismo que ya estaba agujerado desde la noche anterior, y acto seguido una voz la detuvo a tiempo. Se trataba de una mujer de mediana edad. Por su postura, Anja creyó que esta sacaría una pistola de su nalga apenas tuviera la oportunidad.

      —¿Quién es usted? —insistió aquella—. ¡Aquí no hay nadie llamado Lindborg!

      La inspectora se presentó.

      —¿Óberin? Supongo que usted no viene por la violación de mi puerta. Además, es muy pronto.

      Tal frase la irritó y sintió que la volverían a engañar.

      —Será mejor que me explique lo del agujero.

      —¿Desde cuándo los inspectores van armados? —La mujer sacó el revolver y la apuntó.

      Hubo una pausa muy angustiosa.

      —Muy bien, vamos a relajarnos, señora... —Bajó el rifle al suelo.

      —Gurpp —dijo, y tras un progresivo silencio, la señora volvió a enfundar—. Soy Lena Gurpp. ¿De qué se trata esta intromisión?

      —¿A quién le pertenece este lugar?

      —Fue de mi tío, hace ya más de cuarenta años.

      —¿Quién es su tío?

      —Mikael Lindborg. El negocio llevaba su nombre.

      —«Mikael Lindborg» —repitió Anja, susurrando—. ¿Y dónde está él?

      —En la tumba, naturalmente. Murió en el '97. Tenía noventaicuatro años. Yo heredé este sitio. ¿Por qué usted venía buscando a una persona con ese apellido?

      —¿Era ciego?

      —Para nada. Hasta su muerte fue capaz de leer con claridad el directorio telefónico.

      —Mierda —dijo Anja, suspirando, y enseguida comprendió. Durante unos segundos se sintió muy estúpida y se quedó mirando al edificio—. Anoche vine a este lugar para entrevistar a quien estuviera aquí, y me encontré con alguien que se hizo pasar por él. Quien violó tu puerta, era obvio la persona que me embaucó ayer.

      —¿Era el asesino?

      —¿Usted lo ha visto? —preguntó Anja—. Es verdad. Tiene un arma.

      —Espero que usted no venga a arrestarme por tenencia —replicó Lena.

      —No me importa que posea armas o no —aseguró la inspectora—. Está claro que ustedes temen que ande por aquí el asesino...

      —Sí, y la Policía no ha hecho nada. Solo han venido periodistas ingleses a hacer preguntas sobre El Carnicero. Hace años que lo han avistado. No ha sido mi caso, pero... Sé que ha vuelto por un asunto que le concierne en Rødelstad. Yo solo quiero protegerme. —Apenas terminó de hablar, Lena se quedó mirando la nieve.

      —Señora Gurpp, quiero hacerle unas preguntas si no le importa.

      —Hágalas.

      Anja se aproximó a su interlocutora, en son de paz.

      —¿Qué sabe del caso de la adolescente que se suicidó en el lago de acá atrás hace cuarenta años? —Señalaba con el pulgar a sus espaldas—. Puede ser el asunto que le concierne al asesino.

      Los ojos de la mujer se humedecieron y su mirada se tornó bastante fría.

      —Sunna... —pronunció el nombre, como sabiendo todo el trasfondo.

      —¿La conoció?

      —Fue mi mejor amiga, antes de que decidiera tomar su propia vida.

      —¿Está segura de que lo hizo? ¿Tiene pruebas de que se dejara caer al hielo delgado?

      —Pruebas no, pero una fuerte sensación en el pecho me ha dicho por décadas que sí lo hizo.

      —¿Sunna le contó la razón? ¿Le anunció que lo haría?

      Lena sacudió la cabeza.

      —Pero creo saber por qué. —Se le traslucía inquietud.

      —¿Puede decírmelo?

      Asintió, y muy despacio comenzó a hablar.

      —Sunna había tenido un bebé. Su padre se lo arrebató y... ella prefirió... abandonarme.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora