Capítulo 22

6 1 0
                                    

La inspectora realizó su informe para Camilla, en tanto esperaba una respuesta por parte de la periodista, que, según otros datos, se habría mudado a Inglaterra desde finales de los años sesentas para evitar represalias por su libro. Incluso existían rumores de amenazas de muerte.

      Cuando llegó en la noche a su apartamento, unos días después de haberse ido, Anja no encontró a nadie ahí. Solo había una nota en el refrigerador firmada por su hija. El texto decía que la joven había decidido irse con su padre, con el motivo de estar «más cerca de su escuela». Torció la boca con disgusto al suponer que el concierto de Hillary Duff era la causa más explícita. Ninguna mentira pasaba por sus ojos u oídos sin generarle cierto recelo, y mucho menos las de su hija. Al pie de la nota, el contenido sugería beberse el cartón de leche sobrante, pues pronto expiraría.

      Abrió la puerta del electrodoméstico, removió el corcho de la leche y olió el interior. Enseguida quitó la nariz de golpe debido al pésimo hedor que despedía. Rendida y harta, arrugó la nota y se deshizo del líquido echado a perder en el fregadero. La leche ya tenía una coloración amarillenta. De pronto sintió tristeza al verla irse por la cola. Anja detestó que el caso, el cual debía haberle costado un par de días por lo mucho, como todos los demás, se hubiera convertido en uno medio complicado.

      «Annika está mejor en otro lado».

      Tras sentirse como un monumental fracaso, acudió a su computadora personal y revisó los correos. Por fin había una respuesta de la periodista Svensson. El asunto del mismo ya auguraba un enorme contratiempo, y es que la mujer no deseaba volver a Fenelvadia, así como también contaba con un terrible horario; la única manera de verla sería a través de una videollamada dentro de doce horas. Pero como su conexión no soportaba semejante tecnología, Anja debía salir a un café internet, que probablemente estaría cerrado horas antes.

      Maldijo y golpeo el teclado, al cual le saltaron un par de teclas. No lo pudo evitar, pero un par de lágrimas también se le escaparon. En aquel momento no tuvo otra opción más que concretar con Danjel Nølsson la cita con Rebeka Svensson. Su suerte dio un vuelco cuando el oficial admitió que la conexión de su casa sí podía aguantar una videollamada, aunque con algunos defectos.

      De una vez, la inspectora aceptó.

      Un día después, Anja había pasado horas escribiendo sus informes, así como reuniendo la información de las entrevistas. Transcribió los diálogos desde sus notas, y tardó revisando cada uno de ellos para ver si no se le pasaba un dato específico. Entre ellos contempló más contactos, en caso de que Rebeka no aportara nada. Uno de estos era el tal Søder, a quien habían arrestado también por culpa de Henrik. Søder era el único que seguía vivo, y permanecía en una «prisión» de mínima seguridad, quizá disfrutando de una apacible vista en una isla para sí mismo. También su mapa conceptual creció como un árbol, al que llenó de notas, retratos impresos y dibujos.

      Por fin llegó la medianoche del día siguiente y tanto Danjel como la inspectora se reunieron en la casa del oficial. La computadora corría bien el programa. Aunque la cara de Rebeka se movía lento y su imagen se congelaba por segundos, la comunicación parecía viable.

      —Me amenazaron de muerte por años, inspectora —confirmaba la periodista sus dimes y diretes—. Los socialdemócratas y sus lacayos estadistas me impidieron hacer justicia por lo que le hicieron a mi mamá. La metieron a la cárcel no para combatir a la corrupción del liberalismo, como se jactan esos hipócritas de mierda, sino para satisfacer sus propios intereses.

      —El fiscal incriminó a Monika, ¿eso quiere decir?

      —¡Claro que Henrik Grönnborg incriminó a mi madre! —aseveró la periodista.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora