Capítulo 28 (final)

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«¡Están en el lago de Rødelstad!», les había dicho Anja Olssen a los refuerzos, «¡ambos están en peligro de caer al agua helada!». Pero antes de que un comando se dirigiera al lago mencionado, otro equipo de policías registraba la casa Högenborg. En un cobertizo encontraron fotografías de las víctimas, una colección de artículos de los crímenes y demás herramientas utilizadas en los mataderos de ganado. A diferencia de este lóbrego sitio, la casa de la anciana se veía más bien como un hogar fenés cualquiera, uno donde un buen fuego resguardaría a sus habitantes del frío. No había ningún desorden de los que se esperaría en una película de horror. Incluso se sabía, gracias al único vecino a dos kilómetros, que Vinda se refería a su hijastro como «un buen chico».

      Cuando la policía de Rødelstad aseguró la zona del lago, se halló una camioneta en el mismo rincón donde Sunna se sumergió por última vez. El vehículo estaba aparcado de manera que cualquier movimiento en falso a su alrededor la enviaría a las oscuras profundidades. A lo lejos, Anja y los demás oficiales escuchaban los llantos y gritos de Annika. Ragnar ni se había molestado en amordazarla. Solo la había dispuesto en la batea, atada y expuesta a las bajas temperaturas.

      Hasta el amanecer continuó la operación. Una oficial muy delgada y pequeña se atrevió a enganchar la camioneta por la defensa, y con mucho cuidado la policía remolcó la camioneta fuera del alcance del hielo fino. En cuanto rescataron a la adolescente, Anja corrió para abrazarla, mientras lo hacía envuelta en lágrimas y emoción. «Mamá, no te preocupes», le decía Annika, asustada por ver a su madre llorando por primera vez, «no siento el frío. Ya me calenté». Pronto se acercaron los paramédicos y socorrieron a la joven, que ya presentaba fuertes síntomas de deshidratación e hipotermia.

      Camilla Vanger y el resto de la comisaría del pueblo aplaudían, pero todavía les picaba una dura espina: Karl no aparecía por ningún lado. Apenas recibió los cuestionamientos, Anja tuvo que mentir sobre un último mensaje que había recibido sobre Karl. Según ella, y sin mucho tiempo para improvisar una mejor historia que aquella, el joven se encontraba en el sótano de la Biblioteca Pública de Våldsomstad. Sin mucho entendimiento de la situación, Camilla desplegó muy tarde otro equipo para hallar al estudiante.

      Sin embargo, una vez que los oficiales, con rifles en mano, aseguraron el sótano de la biblioteca, dieron con el cuerpo de Karl Krigerssen colgando de una tubería. De antemano, la policía supo que el muchacho llevaba varias horas previas congelado. No había ningún charco de sangre debajo de su cabeza y su cuerpo estaba bien tieso y pálido. La garganta de Karl, como era de esperarse, tenía a lo largo una incisión recta y profunda. Sus ojos estaban abiertos como los de alguien que había visto a un espectro. Y sobre su abdomen, una nota en papel elogiaba la decisión de Anja. «Muy bien, inspectora. Bien decidido», escribía, «aunque, seré honesto. Hice un poco de trampa. Yo sabía que iba a preferir a su hija. Pero quería ver si era capaz de demostrarlo. De igual manera, al final es usted una buena madre. Espero que lo siga siendo. Este mundo necesita de buenas madres y padres, de verdaderos ángeles que cuiden a las almas inocentes».

      Pronto se generó una interesantísima historia para la prensa de Óberin. La gente precisaba conocer la trama de cómo una importante inspectora del cuerpo de policía había sacrificado el objetivo de su misión para salvar a su hija. Aunque la mayoría de la opinión pública empatizó con Anja, porque «¿quién no haría lo mismo para rescatar a sus seres queridos?», y a pesar de que se había demostrado que Karl estaba muerto desde antes del propio rapto de Annika, un gran sector cuestionaba los sucesos. Este último bando creía que se contaban mentiras, sobre todo porque las muertes de un gran abogado de la capital y el excelente fiscal Grönnborg tenían cabida en un posible engaño para desprestigiar sus impolutas carreras.

      Camilla Vanger, por su parte, tuvo que romper su relación con Anja, tanto a nivel personal como profesional. La inspectora jefa sí comprendía a su subordinada y las razones por las que tuvo que mentir, pero se vio involucrada en medio de un intenso debate que se tuvo que llevar a juicio. Peterssön, el comisario del distrito este, quien comandaba esta precisa demanda, obligó a Anja a comparecer en una audición.

      —Yo levanté el teléfono y escuché un mensaje del asesino —decía ella en el estrado—. Ya lo teníamos cerca. Y me dio un acertijo para cada uno de ellos. Me presentó un horrible dilema. Dijo que si intentaba rescatar a ambos al mismo tiempo, ¡él los mataría a los dos!

      —¿Y usted no se preguntó si él era físicamente capaz de matarlos al mismo tiempo? —preguntó el nuevo fiscal—. ¿No pudo pensar en la distancia que habría entre los dos jóvenes?

      —No pude pensar bien en ese momento —rezongó—. ¡¿Cómo se me hubiera ocurrido?! Ya no podíamos seguir subestimando a ese canalla. ¿Qué tal que tenía dos bombas, una para cada uno? Además, hubiera sido inútil. ¡Ya se los dije! Karl estaba muerto para entonces. Deberían  preguntarle a los hombres de Camilla Vanger. ¡Ella se supone que estaba a su cuidado! ¡¿Por qué Vanger no ha comparecido aquí?!

      El proceso continuó hasta que se llegó la primavera. Al final un jurado, que había deliberado por horas, dictaminó que Anja no contaría con cargos en contra y que obró según el sentido común, independientemente de si Karl hubiera seguido con vida o no para el momento de la decisión. Nada más era imposible saberlo. Sin embargo, la inspectora se vio obligada a dejar su puesto en la Policía Nacional.

      Durante los siguientes meses pudo gozar de más tiempo con su hija. Además, el Estado la apoyó con ayuda terapéutica que la llevaría a una mejora sustancial para sus relaciones. Pero su felicidad sería más que efímera, pues su divorcio se terminó de efectuar a inicios del verano, y es que el tribunal fallaría a favor de Olaf Olssen.

      La restricción de alejamiento también había perdido su validez, y Olaf, quien ya ganaba mucho dinero como un gurú de los negocios, resultó ser una mejor opción para la crianza de Annika, hasta que esta afianzara su lugar en la universidad. Según los alegatos del Bernaverdet, Anja cargaba con una terrible polémica que dañaría la moral de su hija, sumado a que la propia exinspectora luchaba con «problemas de personalidad en los que se distanciaba de la gente», en palabras de los psicólogos que la habían tratado. Esto destrozó a Anja, desde luego, lo que la sumió en una fuerte depresión. Ya solo conocía la soledad.

      Una tarde vino su consuelo. A mediados de julio, en Alemania se dio la noticia de que habían detenido a un hombre que calzaba con las descripciones físicas de Ragnar Högenborg. Ella miraba la tele cuando vio el retrato hablado. Supo enseguida que era él, su «chico». Tan pronto como fue presentado a las autoridades alemanas, recibió una llamada de Danjel Nølsson.

      —¡Jefa, lo tenemos! —decía él, todavía como si ella estuviese al mando—. ¡Lo atrapamos!

      —Hazme un favor, Nølsson —le dijo con la voz temblorosa, llena de ansiedad—. Ponle las esposas y mételo a una celda donde se pudra por el resto de su vida.

      —Claro que sí, jefa.

      —Y ya no soy tu jefa. Ni siquiera me hables de usted. Soy una simple civil.

      —Jefa, usted siempre será mi jefa. Y le hablaré de usted toda la vida, porque la respetaré hasta el final de mis días.

      —Oh, Nølsson... Eres un buen hombre y un gran policía.

      —Muchas gracias, jefa. Y por cierto, estos últimos días he reunido información sobre él. No me va a creer, pero esta vez Henrik Grönnborg sí habló.

      —Oh, por Dios —musitó Anja con asombro auténtico.

      —Quizá ya no le sirva de nada conocer esa información, pero me parece que contesta preguntas que usted se quedó con ganas de...

      —Me encantará saberla, inspector Nølsson —dijo entre risas de orgullo.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora