Capítulo 25

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Los investigadores caminaban rápido por las heladas calles del pueblo.

      —Jefa, ¿a qué se refería con eso de sorpresita?

      —No lo sé, Nølsson, pero deberemos ir con cuidado a la casa de Astrid Borg. Es posible que él esté allí ahora mismo. Espero que Borg no esté muerta.

      De acuerdo con las indicaciones de la directora Senua, la casa de Astrid se encontraba a unos kilómetros, frente a una fábrica abandonada. El sitio lucía lúgubre a pesar de la luz artificial, que titilaba en ocasiones a causa de la tormenta.

      Cuando llegaron al predio, Danjel, por petición de su jefa, empuñó el revolver y avanzó por delante. Anja vigiló la fachada de la casa a través de unos arbustos y determinó que el sitio no contaba con indicios de violencia. No tuvieron más remedio que seguir adelante. Ambos tenían miedo; sabían que El Carnicero les pisaba los talones. Es más, aquel los vigilaba, y parecía estar al tanto de la información que recababan. Se comportaba como si se burlara de ellos.

      El oficial Nølsson se colocó en un extremo del porche, de espaldas al muro, y como lo dictaba su entrenamiento, tocó la puerta y esperó ahí, fuera del alcance de quien respondiera al llamado. Sostenía el arma a la altura de su mejilla. Después de unos minutos insistiendo, una mujer alta y delgada, más o menos de la edad de Senua, quitó las cadenas y se asomó.

      —Buenas noches, señora Borg —se anunció Anja con placa en mano—. Lamento importunar a estas horas y con este clima, pero quiero hacerle unas preguntas.

      —No tengo nada para decirle a la policía. —Amagó con cerrar.

      —Es con respecto a un posible soborno que usted y el profesor Gornik aceptaron en enero de 1966. Necesito que me brinde información para detener al asesino. Es de vital importancia.

      —¿Usted cree que ese niño es hoy ese asesino?

      —Tengo muchas razones para sospecharlo.

      —He hablado de ello desde hace muchos años, inspectora. Jamás ocurrió nada.

      —¿Usted lo denunció como sospechoso?

      —No, me refiero a que se lo conté a periodistas liberales y extranjeros que estuvieron interesados en Henrik Grönnborg. Hace ya tanto de eso que...

      —Ya veo. Lo sé. Hubo una especie de corrupción que los mantuvo al margen.

      —Supongo.

      —¿Me dejará pasar? Hace mucho frío aquí afuera.

      Astrid tardó en decidirse, pero al final cerró la puerta y retiró las cadenas.

      —Muy bien, Nølsson, puedes registrar la casa —dijo, una vez pudo entrar.

      —¿Qué es esto, inspectora?

      —Usted podría estar en riesgo, señora Borg. Cierre la puerta.

      Danjel ordenó a la mujer encender todas las luces y siguió su rutina para revisar cada rincón de la casa, incluyendo el almacén y el sótano. Realizó su tarea con suma cautela y mantuvo a la expectativa a la exprofesora, que no paraba de llevarse la mano al pecho en tanto lanzaba preguntas que Anja ignoraría a causa de la tensión. Luego, el oficial Nølsson subió las escaleras, siempre con el cañón al frente, y revisó la primera planta. Entró a todas las habitaciones para verificar que El Carnicero no se escondiera ni debajo de las camas. No había nada que temer. Abajo, Anja había mirado a través de las ventanas, por si veía una figura huyendo del sitio, pero no hubo nada.

      —Muy bien, creo que estamos a salvo —determinó más tarde Anja Olssen.

      —¿Creen que puede estar cerca de aquí?

      Ambos asintieron.

      —Después de entrevistarla —le decía Danjel— deberemos llevarla con nosotros. No nos podremos arriesgar a dejarla sola. Eh... ¿de casualidad tiene coche?

      —Sí, una Benya Odissey del '77.

      —Mientras tanto —inició Anja, que los incitó a tomar asiento—, aclárenos algo, señora Borg. Usted cuidó hace casi cuarenta años a un niño que no era de su agrado. Lo crio y lo instruyó en el Servicio de Infancia desde el invierno de 1966 hasta no sabemos qué año y después lo adoptó una pareja de adultos mayores, ¿es verdad?

      Borg asintió con timidez.

      —El pequeño tenía actitudes extrañas —continuó Anja— muy parecidas a las de su madre: quizá baja estabilidad emocional, arrebatos... Esto le provocó rechazo a usted durante todo ese tiempo, lo que la obligó a mentirles a esos ancianos para que se lo quitaran de encima, ¿o me equivoco?

      De nuevo, Astrid admitió lo dicho con un gesto.

      —Gornik le encomendó esta tarea. Usted era la docente más responsable y preparada del instituto. Él le tenía mucha confianza, y por esto la mantenía a su lado en todas las tareas posibles. Las demás profesoras le mostraban envidia por ser la favorita del hombre, y la marginaban a causa de esto. La compañía del profesor Gornik era mucho mejor. Pero usted nunca estuvo agradecida por ello. Más bien, comenzó a odiar su trabajo a causa de que el jovencito era complicado.

      —¿De qué se trata esto? ¡Hace cuarenta años que lo hice! ¿Me quieren juzgar ahora?

      Anja asumió que su provocación funcionaba e hizo caso omiso.

      —Sin embargo... —insistió—, el niño cargaba con un obsceno secreto. Su lealtad para con Sven Gornik costaba más que el empleo. Henrik Grönnborg les pagó una buena cantidad de dinero a ustedes dos para callar el origen del niño.

      —¡Sí! —exclamó la mujer, y se echó a llorar. Danjel, abrumado por la situación, le ofreció un pañuelo. Aquella lo aceptó y le agradeció al oficial.

      —¿Cuánto dinero fue?

      —No lo sé con certeza. —Sollozaba—. El fiscal le dio mucho. Y a mí me subió el sueldo.

      —Ya veo. ¿Y el secreto era que el niño era producto de su violación a Sunna?

      Astrid terminó de limpiarse la nariz.

      —¿Violación? —preguntó con asombro.

      —Henrik abusaba de su hija, ¿no es así?

      Y la exprofesora respondió agitando la cabeza.

      —¡No! No, para nada. Me consta que ese niño nació del amor.

      —¿Del amor? —preguntó Danjel con contrariedad—. Ah, caray.

      —El nombre de ese niño es Ragnar. Y fue hijo de Sunna y su hermano Frederik.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora