Joon había sido claro desde el principio: el camino sería largo y arduo, pero la realidad superaba con creces sus expectativas. Las interminables colinas, los sinuosos ríos, los caminos rocosos y embarrados habían pasado factura incluso al resistente gato que los acompañaba. La criatura pasaba la mayor parte del tiempo postrada cerca del borde del carruaje, apenas capaz de contener las náuseas que lo atacan constantemente. Sora, por su parte, sospechaba que el malestar del felino se debía a la magia que había empleado en el baño, aunque guardó silencio al respecto, pues el animal encontraba consuelo en el refugio del kimono de su amigo.
Los días transcurrían con una lentitud exasperante. Sin su celular ni libros que llevarse de su antigua casa, Sora se veía sumida en un tedio abrumador. Joon no era precisamente un compañero de viaje conversador, y el gato parecía ignorar su presencia por completo. La joven no conocía a nadie más a bordo, lo que la dejaba prácticamente sin nada que hacer. Día y noche, su única actividad era contemplar el paisaje que se desplegaba ante ella, dejándose envolver por los sonidos de la naturaleza.
El entorno era sereno pero frío, y la comida, aunque sencilla, ofrecía un reconfortante calor. Lejos de la comida procesada que solía consumir, esta era nutritiva y satisfactoria, al igual que las humildes casas que avistaba a lo lejos y la presencia abundante de vacas y caballos.
A medida que el sol alcanzaba su punto más alto, Joon instaba a Sora a caminar para aliviar la rigidez de su cuerpo tras tantas horas sentada. Durante esos paseos, podía escuchar los ronquidos de los animales que hibernaban cerca, mientras Joon le recordaba que sería primavera cuando llegaran a su destino.
Mordisqueando el pan con queso y jamón que le había dado Joon, Sora contemplaba el escaso sol que se filtraba entre la nieve, rodeada por las mantas que usaban para dormir. El gato descansaba a su lado, aprovechando cada rayo de sol que podía.
— Partiremos en unos minutos — anunció Joon después de cerrar el baúl detrás del carruaje. Suspirando pesadamente, Sora se preparó para otra jornada de horas sentada, contemplando la naturaleza mientras escuchaba los ronquidos de los animales y las quejas de los compañeros de viaje sobre la vida en el pueblo y el desagrado hacia el emperador actual.
Frustrada, Sora dejó escapar un segundo suspiro, lo que provocó que el gato la mirara con gesto ceñudo. — ¿De qué te quejas tanto? — inquirió, comenzando a estirar sus patas delanteras entre bostezos. — Si no haces nada…—
Era esta inactividad lo que la atormentaba: la incomodidad, el silencio, la falta de privacidad, las horas interminables de contemplación del cielo y los alrededores, la conversación limitada a un gato que parecía tener intenciones homicidas con ella y sexuales con su amigo.
Se estaba volviendo loca.
Ahora entendía por qué la gente en estas épocas tenía tantos hijos; no había nada más que hacer aparte de procrear o cuidar de alguien.
Necesitaba espacio, un libro, una cama, un baño, una bañera con agua caliente, alguien con quien hablar que no fuera para lamentarse sobre el gobierno ruso...
O terminaría perdiendo la cordura.
— Gato, ¿tienes algún libro? — preguntó después de dar el último bocado a su sándwich. El felino simplemente negó con la cabeza, disfrutando visiblemente de la lenta caída hacia la locura de Sora. — ¿Ni siquiera un cuento? ¿Un periódico viejo? —
Nuevamente, una negativa acompañada de una ligera sonrisa.
— ¿Y papel y lápiz? —
— Niña, no tengo bolso — respondió el gato con una risotada.
Sora suspiró sonoramente antes de volver al carruaje, seguida por el gato. —Necesito hacer algo — comentó al retomar su lugar en la esquina del vehículo. — O acabaré volviéndome loca. —
ESTÁS LEYENDO
Yo quiero el harem.
Dla nastolatkówElla no anhela la gloria, ni el respeto del pueblo, ni el poder que trae consigo la riqueza o el estatus. Ella quiere lo que la heroína tiene: cada uno de los hombres que la siguen. Desea amarlos, cuidarlos, besarlos, poseerlos, dominarlos, y hacerl...