El traqueteo del carruaje sacudía el cuerpo de Sora mientras este avanzaba por los caminos de tierra. El sonido de las ruedas crujiendo sobre las piedras y el leve chirrido de los ejes rotos se mezclaban con el murmullo distante de los secuestradores conversando entre ellos, apenas audibles a través del grosor de la madera. Aún estaba medio, consciente, atrapada en una bruma de aturdimiento, pero podía sentir el ardor de la cuerda en sus muñecas y tobillos.
Trató de mover las manos, de abrir los ojos, pero el dolor en su cabeza pulsaba como un tambor, empujándola de nuevo hacia la oscuridad. El aire dentro del carruaje era opresivo, con un hedor a sudor y cuero viejo, pero también había otra presencia. Podía sentirlo, una vibración casi imperceptible a su lado.
Con un esfuerzo monumental, entreabrió los ojos. Allí, sentada frente a ella, estaba la heroína, con su expresión tranquila y serena, como si no acabaran de ser secuestradas en medio de una emboscada. Sus ojos brillaban en la penumbra, claros y definidos, observando a Sora con una mezcla de compasión y preocupación, como si quisiera decir algo. La heroína estaba atada de la misma manera, pero por alguna razón parecía más cómoda, casi relajada, como si estuviera esperando su oportunidad de actuar.
—No entiendo cómo puedes estar tan calmada —gruñó Sora, escupiendo las palabras con resentimiento. Cada sílaba le quemaba en la garganta, pero se negaba a dejarse vencer por el dolor.
La heroína, con su cabello dorado y su postura perfecta, sonrió débilmente, inclinándose hacia Sora. Su voz era suave, un susurro apenas perceptible sobre el ruido del carruaje.
—No es calma, es determinación. Si pierdo el control ahora, será peor para las dos.
Sora se burló. A pesar del dolor y el agotamiento, no podía evitar sentir una punzada de desprecio. —¿Determinación? Estamos atrapadas en un maldito carruaje, ¿y tú hablas de determinación?
La heroína asintió, sin perder la serenidad. —Tenemos que pensar en cómo salir de aquí. Y para eso, necesito que estés consciente y fuerte.
—¿Fuerte? —replicó Sora, más por reflejo que por convicción. El dolor de cabeza era insoportable, pero la frustración que sentía era aún mayor. Su cabello, antes de un tono rosa pálido, ahora se oscurecía mientras su ira se acumulaba. —¿Acaso crees que no he estado pensando en cómo escapar desde que abrí los ojos?
La heroína la miró con más seriedad esta vez, acercándose un poco más. —Escucha, he estado observando a los hombres que nos capturaron. Hay cinco de ellos, pero solo uno parece estar realmente a cargo. Si conseguimos distraerlo...
El carruaje se detuvo de golpe, sacudiendo a Sora y a la heroína contra las paredes de madera. El chirrido de las ruedas frenando sobre la grava resonó en el aire, y antes de que pudieran reaccionar, las puertas del carruaje se abrieron de par en par con un estrépito. Los maleantes las sacaron a empujones, arrastrándolas hacia una casa abandonada o a medio construir, que se alzaba como una sombra siniestra en medio de un terreno baldío.
Sora sintió el suelo frío y húmedo bajo sus pies descalzos mientras los hombres las empujaban por la puerta desvencijada. Dentro, las paredes estaban desnudas, sin ventanas, solo pilares de madera y ladrillos expuestos, un esqueleto de lo que alguna vez debió ser un edificio. El olor a humedad y polvo era casi asfixiante.
"No puede ser... ¿Cuándo me robaron los zapatos?", pensó llorosa, sin poder soportar más la situación.
Uno de los maleantes, el que parecía estar al mando, con una barba desaliñada y una mirada astuta, las observaba con detenimiento, evaluándolas como si fueran mercancía. La heroína, sin perder tiempo, dio un paso adelante, su rostro mostrando una expresión de fingida desesperación.
ESTÁS LEYENDO
Yo quiero el harem.
Novela JuvenilElla no anhela la gloria, ni el respeto del pueblo, ni el poder que trae consigo la riqueza o el estatus. Ella quiere lo que la heroína tiene: cada uno de los hombres que la siguen. Desea amarlos, cuidarlos, besarlos, poseerlos, dominarlos, y hacerl...