Finalmente había llegado la semana de vacaciones, esa que todos esperaban con ansias. Después de meses de trabajo duro, los estudiantes por fin podían disfrutar de un respiro. Para Sora, sin embargo, esa semana era una especie de alivio agridulce. A veces, pensaba que una semana de descanso era casi una broma. No podía evitar sentir que les estaban dando lo mínimo para no caer en el colapso total, pero al mismo tiempo, se recordaba a sí misma que podrían no haber tenido vacaciones en absoluto. Aun así, el resentimiento se mantenía latente, un pequeño picor en su mente, aunque decidió no quejarse.
La llegada de las vacaciones también significaba más tiempo con sus chicos, sus "casi novios". Aunque Sora odiaba ese término con todas sus fuerzas, porque para ella, el "casi" no debería existir en el amor. Era como quedarse a medio camino de algo maravilloso, una constante promesa sin cumplir, y eso la frustraba.
En su mundo, las cosas eran blancas o negras. O alguien estaba dispuesto a intentarlo o no le importaba lo suficiente. Sora no tenía paciencia para los juegos ni las dudas. Para ella, los "casi novios" no eran más que personas que jugaban con los sentimientos ajenos, sin querer comprometerse realmente. Y aunque tenía dos de esos "casi" en su vida, no podía evitar sentir una mezcla de cariño y desdén por la situación.
Esa mañana, mientras se preparaba para salir, el gato que siempre la acompañaba la miró con ojos juzgones.
—¿Vas a salir vestida así? —le preguntó, observando cómo Sora se ponía un vestido ligero que apenas le cubría los hombros, claramente inadecuado para el clima frío de finales de otoño—. Te vas a congelar.
Sora, siempre traviesa, dio una vuelta coqueta frente al espejo, admirando cómo el vestido se movía con gracia.
—Esa es la idea, gatito —dijo, con una sonrisa traviesa, mientras tomaba dos sombreros grandes y se los probaba frente al espejo, evaluando cuál combinaría mejor con su atuendo—. Él verá que tengo frío y me dará su abrigo.
El gato, con su habitual escepticismo, la miró entrecerrando los ojos.
—¿Y por qué te daría su abrigo?
—Por cortesía, claro —respondió Sora, como si fuera lo más obvio del mundo.
El gato suspiró, saltando ágilmente a la cama.
—¿Para qué? —dijo, mientras se acomodaba entre las mantas—. El negro es más bonito.
—Gracias —dijo Sora, eligiendo el sombrero negro al darse cuenta de que el gato tenía razón. Se lo puso con cuidado, admirando cómo combinaba con el resto de su atuendo—. Para tener un momento romántico, ya sabes, cuando el chico te da su abrigo para que no pases frío.
El gato la miró con un toque de desdén en sus ojos dorados.
—¿Y vas a dejar que él pase frío? Qué mala novia serías... —El gato se levantó y se deslizó hacia el armario de Sora, donde empezó a rebuscar entre la ropa colgada—. A los hombres no les gusta pensar mucho, si se da cuenta de que nunca llevas abrigo, le parecerá molesto. Mejor lleva el tuyo —sugirió, arrastrando con su boca un abrigo negro que Sora ya había usado antes. El abrigo, ligeramente grande para ella, combinaba a la perfección con el sombrero—. Estoy seguro de que ni siquiera recuerda llevar su propio abrigo.
Sora se detuvo un momento, pensativa. En las novelas que le encantaban, Yud siempre le daba su abrigo a la heroína en los momentos más dulces, demostrando su afecto sin necesidad de palabras. Siempre tenía uno extra para ella, cuidándola con atención, pero ahora que lo pensaba, nunca había leído que él pasara frío. Quizás el gato tenía razón. Quizás la verdadera cercanía no necesitaba de gestos tan elaborados... quizás la cercanía podía construirse a partir de pequeños actos de consideración.
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Yo quiero el harem.
Genç KurguElla no anhela la gloria, ni el respeto del pueblo, ni el poder que trae consigo la riqueza o el estatus. Ella quiere lo que la heroína tiene: cada uno de los hombres que la siguen. Desea amarlos, cuidarlos, besarlos, poseerlos, dominarlos, y hacerl...