CAPÍTULO 5. UNA CÁLIDA BIENVENIDA

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JAMES


El ambiente está cargado de tensión cuando Cole le quita las esposas a Regina y se despide de nosotros.

La observo mientras ella analiza con atención cada detalle del salón de mi casa.

—Has quitado el tapiz... —aprecia, echándole una mirada a la pared ahora completamente blanca, donde se encontraba el antiguo tapiz de la familia Black.

Si creyera que Regina Riddle es capaz de sentir algo, diría que puedo notar un tono de tristeza en su voz. Ella camina por la habitación con su característica gracia felina, observando atentamente, mientras yo intento mantener mi expresión fría y distante, como si su presencia no me afectara en lo más mínimo.

—Decidí deshacerme de todo lo frío, oscuro y malvado de esta casa —respondo, con sarcasmo.

Ella se acerca más a mí, su cuerpo emana una energía seductora que me resulta difícil de ignorar. Puedo oler las notas de jazmín y vainilla de su perfume, que inevitablemente me evoca a otra época.

—Has cambiado —dice, con voz atrayente.

—Tú, en cambio, sigues siendo la misma zorra de siempre —respondo, intentando mantener mi tono firme.

—Me encanta que me digas guarradas —suelta una risa baja, con malicia, como si disfrutara de mi incomodidad.

Tengo ganas de estrangularla. De hacerla sufrir. De causarle el mismo daño que me hizo a mí.

—¿Me odias, James? — pregunta, con voz melosa, mientras aparta un mechón de pelo sobre mi frente.

Suelto una risa sarcástica, intentando ignorar la sensación de electricidad que ha causado su suave roce en mi piel.

—Odiarte implicaría tener algún sentimiento hacia ti, y créeme, después de todo lo que hiciste, no siento absolutamente nada —respondo, mordaz.

—Siempre se te ha dado fatal mentir —sonríe con malicia.

Mi paciencia ha llegado a su límite. Agarro a Regina por el antebrazo y la obligo a seguirme hasta el segundo piso. Ella lucha por no perder el equilibrio montada en sus altísimos tacones mientras me sigue a grandes zancadas. Cuando llego a la habitación que mi prima Roxanne ha preparado para ella, la empujo dentro.

—Buenas noches, Riddle —suelto, antes de cerrar la puerta.


***


—Tienes mala cara —comenta Cole, a la mañana siguiente, mientras se come un enorme cuenco de cereales en mi cocina. —¿La Reina del Mal no te ha dejado dormir? —sonríe de forma sugerente. —Es muy famosa, mira —dice, entregándome un ejemplar de la revista Corazón de Bruja.  

—Que te den, Cole —murmuro, dándole un sorbo a mi café

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—Que te den, Cole —murmuro, dándole un sorbo a mi café. —Solo ha pasado un día y ya tengo ganas de asesinarla... Te aseguro que no voy a aguantarla durante seis meses.

—Realmente consigue sacarte de quicio, ¿verdad? —suelta Cole, sin poder reprimir una sonrisa.

—Siempre ha sido su especialidad... —suspiro, frustrado. —Como, por ejemplo: ayer le dejé muy claro que debía estar lista esta mañana a las nueve. ¿Pero, tú la ves por algún lado?

Como si hubiera escuchado mis súplicas, Regina Riddle aparece por la puerta de mi cocina, con un camisón de seda negro que deja poco a la imaginación. La tela brillante se ajusta a cada maldita curva de su cuerpo, resaltando su figura con una sensualidad insultante. Su melena oscura cae en cascada sobre sus hombros desnudos y sus ojos destilan un brillo travieso mientras me mira.

Me quedo paralizado, incapaz de apartar la mirada de ella, y por un momento, me olvido hasta de cómo respirar. Regina parece disfrutar de mi reacción, y camina con una sonrisa felina hasta la mesa.

La tos violenta de Cole me saca de mi ensimismamiento cuando se atraganta con sus cereales.

—¿Sabes? Parece que has comprado de todo, menos sujetadores —suelta ella, alzando una ceja.

—Si necesitas a alguien que las sostenga, tengo dos manos muy capaces justo aquí —respondo, con sarcasmo, decidido a no dejarme enredar en sus juegos.

Ella me dedica una sonrisa falsa y fija su mirada en Cole, que sigue tosiendo.

—¿Estás bien, Cole? —pregunta ella, con falsa inocencia.

—Sí... —responde el interpelado, intentando recomponerse. —¿Has mirado en el último cajón?

—¿Has mandado a tu subordinado a comprarme ropa interior? —me fulmina con la mirada. —Puedo traerme mi propia ropa, Potter, no necesito que...

—No voy a dejar que entres nada en esta casa que no esté supervisado por mí —la interrumpo.

Ella me mira contrariada, pero decide no discutir.

—¿Vais a contarme de una vez en qué estáis trabajando? —pregunta, antes de dar otro sorbo a su café.

—El Jefe del Departamento de Seguridad Mágica quiere explicárnoslo en persona —bufo, con ironía. —Y, ahora, si no te importa, te agradecería que te vistieras de una maldita vez y dejaras de hacernos perder el tiempo, Riddle.

—Claro, Jefe —me suelta, con una sonrisa fría, antes de salir de nuevo de la cocina.

El Legado de la Oscuridad (Parte IV): RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora