CAPÍTULO 18. CUESTIÓN DE CONFIANZA

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REGINA


Mientras avanzo por las sombrías callejuelas del Callejón Knockturn, siento la mirada de sus peculiares transeúntes fijándose en mí con recelo.

Con cada paso que doy hacia mi destino incierto, solo puedo rezar mentalmente para que, si consigo salir de esta con vida, James me perdone.

Lleno mis pulmones de aire y abro la chirriante puerta de entrada de la Casa de Apuestas, adentrándome de lleno en un ambiente ennegrecido y tenso. El lugar es enorme, comparado con su aspecto desde el exterior, y está oscuro y lleno de humo de puros y cigarrillos, iluminado solo por la luz tenue de antorchas que arden en las paredes. El sonido de las conversaciones en voz baja y las risas nerviosas se mezcla con el estruendo de las apuestas y los gritos de emoción cuando los resultados se anuncian.

Magos y brujas de todo tipo se apiñan alrededor de enormes salas de paredes acristaladas, con pergaminos y plumas en sus manos, mientras anotan sus apuestas y discuten estrategias. Algunos llevan túnicas desgastadas por el tiempo, mientras otros visten ropas lujosas y ostentosas que denotan su estatus. Pero todos comparten la misma expresión de excitación y ansiedad mientras esperan el resultado de sus apuestas.

Contengo la respiración, y no puedo evitar recordar a mi madre, cuando mis ojos se encuentran con un recinto acristalado en la que se está desarrollando una pelea de dragones. Si Rosalie Riddle-Sallow, la eterna defensora de las criaturas mágicas, entrara en este lugar, lo quemaría hasta los cimientos, con toda esta repugnante gente dentro...

—Por aquí, señorita —me indica un hombre alto y moreno de mediana edad, con una sonrisa escalofriante en el rostro.

Sigo avanzando detrás de él hasta que me señala una escalera en un rincón. Con paso decidido, bajo por ellas, sintiendo cómo la temperatura desciende con cada paso que doy. El sonido del piso de arriba se desvanece gradualmente, reemplazado por un silencio incómodo que me pone los pelos de punta.

Al llegar al fondo de la escalera, me encuentro con un corredor estrecho y mal iluminado. Las antorchas parpadeantes proyectan sombras danzantes en las paredes de piedra gastada, y el aire está cargado de humedad y moho.

Con cautela, avanzo por el pasillo, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho hasta que llego a una destartalada puerta de madera entreabierta al final del pasillo. La luz titilante se filtra desde el interior. Con un nudo en la garganta, empujo la puerta y entro en la habitación.

Suelto un suspiro de alivio al ver a Cole, sentado en un polvoriento sofá de terciopelo rojo, en medio de un sótano vacío, amordazado y atado. Él me mira con los ojos muy abiertos, negando con la cabeza, pero, tras echar un vistazo y no ver a nadie más, lo libero con un movimiento de varita.

—Es ella, Reg —dice Cole, frenéticamente. —El Néctar de Poseidón... Ella ha estado moviendo los hilos desde el principio. Es... —Cole se detiene, clavando sus ojos en alguien detrás de mí.

Me doy media vuelta lentamente, para averiguar a quién se refiere mi compañero, y se me corta la respiración al ver la perfectamente peinada chica pelirroja, que me sonríe con una sonrisa amplia y siniestra.

—¿Imogen? —consigo articular, mientras su sonrisa de satisfacción se ensancha más y más. ¿Tú eres la jodida gánster del Néctar de Poseidón? —pregunto, incapaz de creer lo que están viendo mis ojos.

—Inteligente, ¿verdad? —pregunta. —¿Quién iba a sospechar de la devota esposa del Jefe de la Oficina de Aurores, de la reputada reportera de investigación? —repite las palabras que la describían en el artículo de la revista "Corazón de Bruja.

El Legado de la Oscuridad (Parte IV): RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora