CAPÍTULO 11. SAN MUNGO

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JAMES


—¿Qué haces aquí? —pregunto con el ceño fruncido, cuando Imogen entra en mi habitación.

—Eres mi marido, después de todo —se encoge de hombros. —Y llevamos mucho tiempo sin vernos —dice, mientras termina de desabrocharme la camisa.

—Ya sabes en qué se basa nuestro matrimonio, Imogen —digo, alzando una ceja.

—Bueno, eso nunca ha impedido que tú y yo nos lo pasemos bien a solas —sonríe, besándome el cuello.

—Creo que será mejor que te vayas a tu habitación, Imogen... Estoy cansado —digo.

Intento apartar de mi mente los ojos de Regina, los labios de Regina. Quizá debería acostarme con Imogen y distraerme, pero, muy a mi pesar, la cruda realidad es que de lo único que tengo ganas es de subir a la habitación de la pequeña Riddle y follármela hasta que me suplique que pare.

—Hace un rato no parecías cansado, mientras bailabas con Regina frente a todo el mundo —me recrimina.

—¿Vas a montarme una escenita de esposa celosa? —pregunto con ironía.

—Aunque nuestro matrimonio sea una farsa, debes comportarte frente a los demás, James —me fulmina con la mirada. —¿Qué habrá pensado todo el mundo al verte bailar con la zorra asesina de tu exnovia delante de mis narices? —pregunta, irritada.

—No hables así de ella —gruño, sin poder evitarlo.

—¿Disculpa? —suelta una risa sarcástica. —¡Oh, por Merlín! Ha vuelto a enredarte en sus redes, ¿verdad? —se burla. —Ya estás arrastrándote a sus pies de nuevo como un perrito... —suelta, con desprecio.

La ira hierve en mi interior al escuchar sus palabras.

—Sal de aquí —suelto, intentando tranquilizarme.

Me doy la vuelta cuando escucho la vibración de mi varita sobre la mesilla de noche.

Mierda.

—¡No me ignores! —grita ella, con furia.

Salgo disparado a toda velocidad cuando me doy cuenta de lo que está pasando. Regina está intentando escapar. Se ha alejado demasiado y ahora mismo estará electrocutándose.

—¡James! —oigo a mis espaldas, mientras bajo las escaleras.

Abro la puerta de entrada y corro lo más rápido que puedo, mientras la angustia y la preocupación amenazan con desbordarme. Siento cómo el corazón se detiene en mi pecho cuando la veo tendida en el suelo en la calle, convulsionando por el impacto de las descargas eléctricas que le lanza la tobillera.

Sin dudarlo, me acerco rápidamente y se la desabrocho con manos temblorosas, desesperado por detener el flujo de electricidad que la está matando.

—¡Regina! —exclamo, sintiendo cómo mi corazón va a detenerse. —Aguanta, por favor, Reg —suplico, mientras nos hago desaparecer hasta el Hospital San Mungo.

Apenas tengo tiempo de procesar lo que está pasando antes de que los sanadores se abalancen sobre Regina, llevándola rápidamente a una sala de emergencias.

Me quedo paralizado en el pasillo, sintiendo la ansiedad que se apodera de mí.

No sé cuánto tiempo llevo petrificado como un idiota cuando Cole se aparece a mi lado.

—¿Qué coño ha pasado? —pregunta, angustiado. —Mi varita ha empezado a vibrar por la tobillera, y cuando he llegado a tu casa tu mujer estaba hecha una furia y...

El Legado de la Oscuridad (Parte IV): RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora