CAPÍTULO 8. LEGEREMANCIA

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REGINA


Me despierto desorientada, sintiendo el suave roce de las sábanas de seda carmesí sobre mi piel. Al abrir los ojos, me doy cuenta de que estoy en mi nueva habitación de Grimmauld Place. La habitación se encuentra en total oscuridad, solo iluminada tenuemente por los rayos de luz blanquecinos de la luna que entran por la ventana. Mi mente tarda un momento en ubicarse. Probé el Néctar de Poseidón, y luego me lancé desde un segundo piso.

Genial, Regina, me felicito mentalmente.

Pero James impidió que me cayera de cabeza contra el suelo de piedra. James, que me agarró con sus suaves y cálidas manos, esas que he echado tanto de menos durante todos estos años, y me he prohibido recordar para no volverme loca...

Con paso silencioso, me deslizo fuera de la cama y bajo a oscuras las escaleras. Una luz tenue se filtra a través de la puerta entreabierta del salón. Cuando me acerco, veo a James, sentado en un sillón con un vaso de whiskey de fuego en la mano. Su mirada parece perdida en algún punto distante, lejos de aquí.

Me detengo en el umbral de la puerta, observándolo en silencio. Contengo la respiración cuando clava sus ojos en mí con una expresión indescifrable, como si estuviera sumido en sus propios pensamientos.

—¿Por qué has vuelto? —pregunta, sin ningún rastro de emoción en su voz.

Suelto un pequeño suspiro y me acerco a él.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto, incapaz de responder a su respuesta.

—Bebiendo —responde, mientras levanta su vaso de cristal medio vacío.

—¿Y no crees que ya es suficiente? —pregunto, cuando le echo un vistazo a la botella peligrosamente vacía.

—No estoy borracho, Regina —suelta.

—De acuerdo... —suspiro. —Aún así, te llevaré a tu habitación —digo, ofreciéndole mi mano.

Él se queda quieto un momento, como si se estuviera debatiendo entre agarrarla o no. Siento como un escalofrío recorre mi espalda cuando él por fin cede, posando su palma sobre la mía.

Lo ayudo a ponerse de pie, guiándolo con cuidado por la escalera hasta su habitación. Cuando entramos y él se sienta en el borde de su cama, me detengo frente a él, intentando buscar en sus ojos alguna señal de lo que está pensando.

Cuando sus ojos oscuros se encuentran con los míos, tengo que luchar con todas mis fuerzas contra mí misma para no lanzarme hacia sus labios. En lugar de eso, trago saliva y digo:

—Descansa, James...

Me doy media vuelta, pero entonces él agarra mi mano y me obliga a mirarlo de nuevo.

—Espera —susurra, mientras me acerca más a su cuerpo, provocándome esa asfixiante sensación abrasadora que llevaba tanto tiempo dormida.

—Eres el hombre más guapo que jamás he conocido... —se me escapa involuntariamente, mientras peino los mechones sobre su frente.

Él suelta una risa baja, y acaricia mi mejilla con el dorso de su mano, enviando un escalofrío por todo mi cuerpo.

Nuestros rostros están ahora a centímetros de distancia, y puedo sentir el calor de su aliento en mi piel. El deseo arde entre nosotros, palpable y abrumador.

—¿Por qué has vuelto? —vuelve a preguntarme.

Me obligo a separarme de él. Está borracho, y si le beso ahora solo servirá para que mañana me odie todavía más...

El Legado de la Oscuridad (Parte IV): RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora