[ Capítulo 5 ]

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—Había una chica en el bosque de Tearslam

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—Había una chica en el bosque de Tearslam. Era humana, y creo que no tenía padres —empieza a contar Jeongin—. Mi madre apenas me dejaba salir de casa, así que solía escabullirme al bosque cada vez que podía. Y un día —hace un ademán parecido a una explosión con las manos. Aprieto los labios para evitar que salga una carcajada. ¿Cómo un demonio puede actuar tan adorable? —, ella solo apareció.

—¿Era tu amiga?

—Podría decirse que sí. Estábamos juntos todo el tiempo, y me gustaba hablar con ella. Tenía un tono de voz dulce, y fue la primera persona en tratarme como a una persona en lugar de un monstruo salido del inframundo —sonríe y se ríe por la nariz. Definitivamente está teniendo una ráfaga de recuerdos cálidos en su cabeza—. Creo que su nombre era Yeseo, o algo parecido.

—Suena como una persona agradable —digo, intentando sonar lo más convencido posible, porque pensar en Jeongin siendo cercano con alguien más me revuelve el estómago de una forma que no me agrada.

—Lo era —la sonrisa se le desvanece—, pero un día solo desapareció.

—¿Sin razón?

—Sin razón —se sorbe la nariz—. Quizás sus padres la encontraron, o se la comió un oso. Da igual.

—¿Te arrepientes de... algo?

Me mira por unos segundos, fijamente. Pienso por un momento que no entendió mi pregunta, o que tal vez no fue la pregunta indicada, o el momento indicado. Pero Jeongin responde antes de que pueda retroceder.

—Hay algo que quería hacer con ella. Quería besarla —siento un revoltijo en el estómago cuando él se señala el arco de Cupido, cuando la palabra beso sale de sus labios—. Aquí, en los labios.

—Entonces te gustaba Yeseo—digo, lo más calmado que puedo. ¿Por qué me siento celoso de una chica a la que nunca conocí, que probablemente fue el almuerzo de un demonio del bosque? ¿Por qué estoy celando a un chico que conocí hace un par de horas?—, ¿verdad?

—Sí, creo que sí.

—Y... ¿por qué nunca la besaste?

—Por el Gran Demonio, tenía ¿qué? ¿catorce años en ese entonces? Ni siquiera tenía claro lo que significaba gustar de alguien, mucho menos sabía qué era besar a otra persona —sigue riéndose por lo bajo y el rostro se le enrojece más con cada palabra—. Además, creo que tenía miedo.

—¿De qué?

—De incomodarla, o de que saliera mal —aún con el rostro del tono de la sangre más brillante, se atreve a mirarme.

—¿Nunca has besado a nadie? —niega con la cabeza, y entorna los ojos como si fuera lo más obvio. Carraspeo— Y, ¿no has querido besar a nadie más desde entonces?

Aprieta los labios y vuelve a darme una de esas miradas que se sienten eternas, que parecen estar rebuscando en mi interior como un cofre abierto de par en par, como si yo fuera un libro a su completa merced. Sus ojos me analizan, indagan en cada pequeño detalle de mi rostro, y mi corazón empieza a galopar contra mi pecho cuando su pequeño análisis llega a mis labios. Nunca me había sentido tan vulnerable frente a alguien.

SacrilegiousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora