[ Capítulo 3 ]

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—Lo he hecho varias veces —añado—

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—Lo he hecho varias veces —añado—. Cruzar los límites... ¿Conoces a Lee Felix?

—¿El ángel imbécil de cuarto año? —asiento con la cabeza, y el finge soltar algunas arcadas. Río nasalmente— Maldición, ¿no es el tarado que entró porque la directora es su tía? ¿El que se cree el salvador del colegio? Una criatura mágica y un bebé del nepotismo. Ew.

—Bueno, puede decirse que... Me he metido con él, unas cuantas veces —entrecierra los ojos, juzgándome sin filtros, y yo levanto ambas manos—. Es lindo, no puedes juzgarme.

—Es un tarado.

—Un tarado con las mejores caderas de todo el Chadburn.

Ríe con una sorpresiva ofensa saliendo desde el fondo de su garganta. Se cruza de brazos y gira la cabeza. El cabello le cae sobre el rostro, cubriendo ambos ojos, y casi logro ver como las mejillas se enrojecen bajo la luz amarillenta de la lámpara.

—Yo también tengo una cintura minúscula, y eso no me da el derecho de ser un imbécil.

Carraspeo, cogiendo mi camiseta del montón de ropa que dejé sobre la cama, solo para concentrarme en algo más. Juego con la tela conteniendo el déjame comprobarlo, que ya cuelga de mis labios.

—En fin, puede que ese tarado le haya dicho a su tía que está harto de mí —digo, porque realmente es una opción viable, ahora que lo pienso. Aunque no puedo imaginar a Felix delatándome. Sentía a kilómetros que miraba de más en las duchas, cuando los oscuros y los mágicos aún compartían ciertas clases. Aún si sus miradillas fueron hace años (ahora apenas nos vemos por nuestros horarios)... ¿Él en serio me iba a delatar?—. O quizás solo fue obra de Pusset. No importa. Ya estoy aquí, ¿no? No importa mucho el cómo llegué.

Hace un ruidito gutural sin abrir la boca y alza los hombros, como dándome la razón pero restándole importancia al mismo tiempo. Golpeo el suelo con la punta de mi pie una y otra vez, seguramente ensuciando mis calcetines. Miro alrededor de la habitación un poco, veo cada esquina manchada con humedad, el patrón de rombos del cuerpo de la lámpara. Carraspeo, me pongo los zapatos y me levanto, llamando la atención de Jeongin. Me limpio las manos en el pantalón y señalo una de las puertas.

—Usaré el baño —digo, como si tuviera que darle una explicación.

Él asiente y continúo con mi camino, sintiendo sus ojos quemándome la nuca hasta que cierro la puerta, con un chirrido metálico y agonizante.

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SacrilegiousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora